Jueves, Marzo 28, 2024

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Antonia Martínez

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“¡Por favor Mami!, pídeme que te prometa cualquier cosa menos eso No puedo ser indiferente a lo que pasa en la Universidad. Si tú estuvieras allí, comprenderías lo que quiero decir. Si me toca morir, que sea luchando por mi patria, contra la injusticia. Y si tengo algún día que agarrar un fusil, lo haré. Cuando muera, que cubra mi cuerpo una bandera de Puerto Rico...”.


Este diálogo se desarrollaba una mañana de noviembre de 1969. La familia desayunaba, reunida alrededor de la mesa. Pocos días antes la turbas republicanas, dirigidas por el notorio general (Juan) Palerm habían amenazado con invadir el recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Al serle impedida la agresión al recinto universitario por miles de estudiantes que les enfrentaron, se trasladaron al interior de Río Piedras para atacar las oficinas del Movimiento Pro Independencia, ubicadas frente a la plaza de recreo.

Aquella muchacha, joven y hermosa de apenas diecinueve años y que intentaba hacer comprender a su madre el compromiso que estaba dispuesta a defender hasta con la vida, se llamaba Antonia Martínez Lagares.

Cuatro meses después su cuerpo, sostenido por cientos de manos furiosas, transitaría cubierto por la enseña nacional por las calles de Arecibo, hasta la tierra madre que la vio nacer.

Fue asesinada el 4 de marzo de 1970 por un agente de la policía, en Río Piedras, muy cerca de la Universidad.

Eran años de intensa lucha estudiantil contra el militarismo. Estados Unidos mantenía a cientos de miles de soldados en Vietnam, desatando una agresión contra los pueblos indochinos. Cientos de jóvenes boricuas habían muerto o resultado heridos en aquella guerra lejana. Las universidades servían como centros de reclutamiento de oficiales, a través del “Reserve Officers Training Corps” (ROTC). El Servicio Militar Obligatorio (SMO), arrancaba de su patria a miles de puertorriqueños para enviarlos a morir y matar a pueblos hermanos.

La lucha contra el ROTC se había iniciado mucho antes, cuando todavía era obligatorio para los estudiantes ingresar a esa institución militar “universitaria”. A principios de la década de 1960, gracias a la presión estudiantil, la formación militar dejó de ser obligatoria.

La efervescencia antimilitarista se multiplicó a finales de esa década, sumándose por miles los oponentes a la guerra, al SMO y a la militarización de las escuelas y universidades. Todo parece indicar que las fuerzas más retrógradas del gobierno que entonces encabezaba Luis A. Ferré querían darle un escarmiento al movimiento estudiantil, cuya campaña antimilitarista y anti-ROTC ganaba cada día más apoyo en el pueblo. Eso explica la provocativa marcha organizada por Palerm, propuesta por políticos anexionistas y grupos de delincuentes.

Igualmente, el entonces presidente de la UPR y rector interino del recinto de Río Piedras, Jaime Benítez, interesaba imponer por la fuerza la concepción de la “casa de estudios” en la Universidad.

El 4 de marzo de 1970, al suscitarse un choque entre estudiantes y miembros del ROTC, Benítez solicitó y Ferré ordenó la entrada de la Policía a los predios universitarios. Las fuerzas represivas ocuparon la Universidad y todo el pueblo de Río Piedras. Las agresiones contra cualquiera que pareciera estudiante se multiplicaron en las calles riopiedrenses. Los macanazos y los tiros llovían a diestra y siniestra.

“¡No lo golpee, abusador!”, gritó Antonia Martínez al policía que descargaba con saña su macana contra un estudiante que yacía indefenso a sus pies. Fueron probablemente sus últimas palabras, cargadas de indignación ante la injusticia que veía cometerse. El guardia, prepotente, sacó su revólver y disparó indiscriminadamente hacia el balcón del hospedaje donde se encontraban Antonia y otros jóvenes universitarios.

Entonces se inició la agonía que desembocaría en la muerte prematura de aquella joven mujer que no alcanzaría a completar su carrera de Pedagogía ni a ver cumplidas sus otras aspiraciones. Sólo aquella: “Cuando muera, que cubra mi cuerpo una bandera de Puerto Rico...”.

Niñez y adolescencia de Antonia Martínez


Antonia Martínez nació en Arecibo, el 22 de abril de 1949. A muy temprana edad partió junto a sus padres y sus dos hermanos a Hoboken, Nueva Jersey, engrosando la larga lista del exilio boricua a Estados Unidos.

En ese ambiente fue creciendo la pequeña Antonia. Allí cursó sus primeros años escolares. El divorcio de sus padres y las dificultades que para una madre implicaba la crianza de tres hijos, sola y en tierra extraña, precipitó el regreso de Antonia y sus dos hermanos a Puerto Rico.

Fueron a vivir a la casa de unos tíos en Arecibo. Iniciaba Antonia su adolescencia, destacándose como alumna brillante y activista en la igles» Alianza Cristiana y Misionera. Cantaba en el coro de la iglesia y daba clases de religión a los niños. Simultáneamente se iba formando en el amor a la patria e identificándose con las aspiraciones de libertad para Puerto Rico. Su familia, sobre todo por la rama de los Lagares, se había distinguido por el apoyo al Albizuismo y al movimiento independentista en general.

Todos los veranos iban Antonia y sus hermanos a Hoboken, donde compartían con su madre -doña Toña— quien trabajaba en una fábrica de ropa. Durante las Navidades era doña Toña quien venía a Puerto Rico, garantizándose así una relación estrecha entre madre e hijos. En 1964 Antonia fue aceptada en los “grupos especiales”, a nivel de escuela superior, gracias a sus altas calificaciones académicas. Se graduó de cuarto año en 1966 y ese mismo año ingresó a la Universidad Puerto Rico. Tenía apenas 16 años.

Su vida estudiantil


Su vida de estudiante universitaria transcurrió como la de muchos jóvenes “de la Isla” que van a Río Piedras: el complicado proceso de adaptación a la gran ciudad, la vuelta a la casa familiar los fines de semana, el asentamiento progresivo en el medio estudiantil, 1a participación mayor o menor en actividades sociales, culturales, políticas, el afianzamiento de unos compromisos e ideas que servirán de norte para el futuro.

Antonia fue una estudiante brillante en la facultad de Pedagogía, concentrando sus estudios en el área de Español. Todos la recuerdan como una magnífica alumna. Al momento de su muerte era maestra practicante en la escuela Juan José Osuna de Río Piedras.

Toñita, como la llamaban cariñosamente, vivió años difíciles en la Universidad. Se generaba un enfrentamiento entre la administración y el gobierno, de un lado y el estudiantado, del otro, cuyas consecuencias eran impredecibles. Toda la comunidad universitaria, voluntaria o involuntariamente, se veía afectada y obligada a asumir posiciones. Vietnam, el ROTC, la “estadidad jíbara” de Ferré, la represión, el SMO y otros tantos asuntos se juntaban y amenazaban con estallar.

Como siempre, los gobernantes de la colonia pensaban que bastaría con llamar a las “fuerzas del orden”. La represión sería la fórmula mágica para aplacar las demandas estudiantiles. Por eso, lanzaron la Fuerza de Choque el 4 de marzo de 1970 para que invadiera la Universidad e impusiera la paz con su violencia desenfrenada.

La paz de los macanazos y los tiros, de la intolerancia y el asesinato; la paz que costó la vida preciosa de una joven de diecinueve años que tres meses después se habría graduado como maestra. De una joven-mujer-estudiante que tuvo la valentía necesaria para cargar sus labios —ese fue el fusil que le asignó la historia— con las palabras precisas, estremecidas, acusadoras: “¡no lo golpee, no sea abusador!”.

Antonia Martínez Lagares no tuvo de seguro la oportunidad de comprender que aquel grito habría de costarle la vida, y abriría para ella las puertas de la inmortalidad y del amor eterno de su pueblo.

El poeta, ese que es capaz de develar el más intrincado de los misterios, lo ha plasmado en verso imperecedero:

Antonia, tu nombre es una historia
De un pueblo que se busca y se ha encontrado en ti.
Antonia, tu nombre es como el alba
Los pájaros desatan la luz del porvenir.

Antonia, los pueblos no perdonan.
Un día esa ley se ha de cumplir.

Tu nombre...la juventud la canta
Es bandera en sus labios
Y es bala de fusil.

Antonia, aquí estamos presentes
Para mostrarle al mundo
La luz que nace en ti.

Aquellos que un día derramaron
Tus pétalos de sangre
No sabían que así
Echaban las semillas en el aire
Y a la vista del pueblo
Abrían de surgir.

Antonia, los pueblos no perdonan…

Antonio Cabán Vale


Tomado de: Julio A. Muriente Pérez. La palabra comprometida (1979-1999). San Juan. Publicaciones Gaviota.


Fundación Juan Mari Brás

 

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