Escrito por Ramón O'Neill
Hoy, a los 185 años del natalicio del Dr. Ramón Emeterio Betances Alacán, comienza la Jornada a Betances en Puerto Rico y en otros países como México.
Presentamos el artículo: «Ramón Betances y la Confederación Antillana», escrito por Ramón O'Neill, como inicio de la Sexta Jornada Betances en México enviado por Prensa y Propaganda del Comité Amigos de Puerto Rico.
Canción de las Antillas
¡Somos Islas verdes! Esmeraldas
en el pecho azul del mar.
Verdes islas. Archipiélago de frondas
en el mar que nos arrulla con sus ondas
y nos lame en las raíces del palmar.
¡Somos viejas! O fragmento de la Atlante
de Platón, o la cresta de madrépora gigante,
o tal vez las hijas somos de un ciclón.
¡Viejas, viejas!, presenciamos la epopeya resonante de Colón.
¡Somos muchas! Muchas, como las estrellas.
Bajo el cielo de luceros tachonado,
en el mar azul tranquilo
otro cielo por nosotras constelado.
Nuestras aves, en las altas aviaciones de sus vuelos,
ven estrellas en los mares y en los cielos.
Por: Luis Lloréns Torres
(patriota puertorriqueño)
El presente trata de un egregio personaje y de un proyecto político, que son uno en sí mismo, el personaje: Ramón Emeterio Betances Alacán; el proyecto: la Confederación Antillana.
Nace Betances el 8 de abril de 1827, en Cabo Rojo, municipio del occidente de la Isla Grande del archipiélago de Puerto Rico. Fueron sus progenitores: Doña María del Carmen Alacán y Don Felipe Betances Ponce. Sus primeros estudios los realizó en Puerto Rico. Ya adolescente, cursó estudios de bachiller en Letras y Ciencias en el Colegio Real, en Toulouse, en el Sur de Francia, ingresando en 1848 a la Facultad de Medicina de la Universidad de Paris.
En ese año, siendo estudiante, participó en Francia, en la revolución del 24 de febrero que derrocó la monarquía e implantó la Segunda República Francesa. Allí, en la Francia convulsa, en la lucha solidaria y victoriosa del pueblo contra sus opresores, recibió en el campo de acción las primeras sales de libertad, igualdad y justicia que curtieron por siempre su espíritu revolucionario.
Regresa a su patria en 1853, donde revalida su título de médico-cirujano. Inmediatamente ejerce su profesión atendiendo en especial a los esclavos y a los jornaleros pobres afectados por la epidemia de la fiebre morbo. Fueron muchos los corceles que agotó en su recorrer médico para salvar miles de vidas de negros y blancos por igual. También, fueron mucho los ojos del gobierno imperial que comenzaron a concentrar sus miradas reaccionarias sobre el joven médico mulato.
No se arredra y funda junto con su compatriota Segundo Ruiz Belvis, la Asociación Abolicionista para trabajar por la abolición de la esclavitud en su patria. Superando en ello su procedencia de clase de hijo de hacendado esclavista, al manumitar a sus esclavos y al comprar la libertad de otros infantes negros en la pila bautismal. Ese actuar unido a su atención médica gratuita a los pobres, dio lugar a que lo llamaran en un principio el “Padre de los Pobres.”
El desafío a las autoridades coloniales españolas lo pagó con su primer destierro en 1858. El siguiente en 1864, por apoyar a los dominicanos en su Guerra de Reconquista de la Soberanía Nacional en contra de los españoles; y el tercero en 1867, bajo el pretexto del amotinamiento de los soldados del Primer Batallón de Artillería de San Juan, el 7 de junio de ese año. En el último influyó la llegada días antes, de España, de los comisionados puertorriqueños que participaron en la Junta Informativa decretada por el Gobierno español, donde demandaron - a diferencia de los comisionados cubanos que pedían lo contrario - la emancipación de los esclavos en forma inmediata, con o sin previa indemnización económica, con o sin previo Código de Trabajo.
A lo anterior hay que añadir el conocimiento de las autoridades españolas de la existencia desde 1866 de la logia masónica Unión Germana, de la cual Betances era miembro, y de la logia Yagüez, en la cual trabajaban con él: Ruiz Belvis, Juan Sagardía y los hermanos O’Neill, fomentando la manumisión de los esclavos y la independencia de la patria.
La última vez fue desterrado con los comisionados puertorriqueños acabados de llegar, entre los cuales sobresalía, su mano derecha, Ruiz Belvis. Además, incluyeron a cuatro extranjeros que consideraban de alta peligrosidad, uno de ellos Joaquín la Portilla, mexicano que participó con la fuerzas juaristas en la guerra contra la intervención francesa y quien gozaba de la fama de haber asesinado a varios oficiales galos.
Betances y el abogado Ruiz Belvis se fugaron para evitar el destierro a España donde quedarían sometidos a su control. Luego de peripecias dignas de una novela lograron llegar clandestinamente a la ciudad de New York, Estados Unidos de América (EU). Ya allí, en unión a otro desterrado boricua, el Dr. José Francisco Basora, fundan el “Comité Revolucionario de Puerto Rico” para trabajar por la independencia de Puerto Rico y de Cuba. Posteriormente la directiva del Comité se amplió para incluir a otros puertorriqueños y al arzobispo dominicano Fernando Arturo de Meriño.
En el 16 de julio de 1867 el Comité Revolucionario de Puerto Rico emite la siguiente proclama: “¡puertorriqueños preparaos a ser los primeros, vuestro es el honor, vuestra será la gloria, Cuba os seguirá y os prestará ayuda! ¡Cubanos y puertorriqueños, unid vuestros esfuerzos, trabajad de concierto, somos hermanos, somos uno en la desgracia; seamos uno también en la Revolución y en la independencia de Cuba y Puerto Rico! Así podremos formar mañana la confederación de las Antillas.”
La semilla de la Confederación Antillana se había plantado.
La proclama fue la antesala de la insurrección en Puerto Rico, del 23 de septiembre de 1868, conocido históricamente como: el Grito de Lares, seguido por el Grito de Yara en Cuba 17 días después (10 de octubre de 1868).
En su proclama del Grito de Lares los insurrectos puertorriqueños incluyeron inmediatamente la emancipación de los esclavos y la eliminación de las libretas de jornaleros, la cual sometía a los últimos a servidumbre. Así, contundentemente, implementaron los patriotas las demandas que habían planteado en la Junta Informativa y en la Proclama de los Diez Mandamientos de los Hombres Libres.
Para desgracia de Puerto Rico, la insurrección fue sofocada por las fuerzas militares españolas. En ella murieron combatiendo los insurrectos sobresalientes y cientos de simpatizantes fueron encarcelados en condiciones infrahumanas por el gobierno imperial, muriendo muchos de ellos.
Las causas principales del fracaso fueron: el adelanto de la insurrección por el descubrimiento del plan insurreccional por parte del espionaje español, lo cual impidió que se levantara al unísono los 15,000 insurrectos contemplados en todo el archipiélago puertorriqueño; la muerte misteriosa de Ruiz Belvis en 1867, en Chile; la ausencia de su gran ideólogo y promotor, el proscrito Betances y con él, el armamento libertario; y por carecer de jefes y oficiales militares experimentados que condujeran la misma.
No obstante, el Grito de Lares ayudó a la insurrección cubana, al atraer sobre Puerto Rico la represión militar y política española en el inicio y el abastecerla de armamento, pertrechos y combatientes en el futuro. Y como consecuencia directa de ella la emancipación de los esclavos en 1872 en Puerto Rico.
Betances no se da por vencido e intenta reactivar la insurrección infructuosamente desde Venezuela y la isla de San Thomas, Expulsado de ésta, se establece en New York en 1869, donde comienza a utilizar el seudónimo de “El Antillano” en sus artículos en pro de la libertad de las Antillas irredentas. Simultáneamente trabaja con los patriotas dominicanos, en especial con Gregorio Luperón, en contra de Buenaventura Báez, dictador de República Dominicana, quien pretendía anexionar a su país a EU mediante el tratado que negociara con el presidente Ulises Grants el 29 de noviembre de 1869 (Grants fue uno de los oficiales norteamericanos que participó en la invasión de EU a México –1846-47) “El Antillano” apoya a Luperón entregándole parte del armamento puertorriqueño y el vapor artillado El Telégrafo. Sus gestiones políticas y las de su compatriota Basora impiden que el Senado de EU ratifique el Tratado de Anexión.
Igualmente colabora con los patriotas haitianos para evitar que el dictador Silvain Salvone venda la península de San Nicolás a EU en 1869. Derrotado Salvone toma el pode el patriota Jean- Nicolas Nissage –Saget, lo que le permite a “El Antillano” hacerse presente en la isla hermana en donde insiste en su proyecto de la Confederación Antillana.
Prueba lo anterior el legado que Betances dejó a los masones haitianos reunidos en Puerto Príncipe y a todos los antillanos en mayo de1870: “Las Antillas atraviesan hoy por un momento que jamás han atravesado en la historia: se les plantea ahora la cuestión de ser o no ser. Rechazamos este dilema. Es este el instante preciso de obrar en una defensa unida. Unámonos los unos con los otros para nuestra propia conservación; unidos venceremos contra estas tentativas; separados seremos destruidos. Unidos formaremos un frente resistente, una fuerza capaz de imposibilitar a nuestros enemigos de su acción, y nos salvará de esa amenaza” Igualmente lo comprueba su escrito al general. José María Cabral, del 1 de abril de 1870: “A los falsos intérpretes de la Doctrina Monroe debemos contestar siempre: “¡Sí!, la América para los americanos; pero las Antillas para los antillanos.”
Para el 1873, la posibilidad de re insurreccionar a Puerto Rico eran menores. Las reformas del gobierno español (desde creación de partidos políticos hasta la emancipación de los esclavos) habían cambiado el panorama político. Es entonces que la dirección de los independentistas puertorriqueños deciden, en palabras de Betances: “consagrar a la revolución de Cuba... las armas y pertrechos pertenecientes a los patriotas puertorriqueños, que se hallan en San Thomas, Curazao y Haití”.
Betances regresa a Francia donde pudo ejercer su genio científico y literario que le dio fama y prestigio mientras apoyaba en todos los sentidos a los cubanos en su guerra de independencia y con ella la de Puerto Rico. Ya en la última etapa revolucionaria es nombrado por José Martí, Agente Diplomático del Gobierno Revolucionario de Cuba en Francia con implicaciones en toda Europa.
En el país galo, además de cumplir como diplomático, desempeñó otras funciones: periodista, reclutador de combatientes, comprador de armas y pertrechos, recaudador de fondos, alimentista de prisioneros de guerra y políticos, y conspirador y promotor por excelencia de la libertad de Cuba y Puerto Rico.
Conspiró, entre otras, en las fugas de los presidios españoles de los oficiales cubanos: José Maceo, Flor Crombert y Calixto García. También con el anarquista Miguel Angiolillo al financiart el magnicidio del cruel, sanguinario, antiindependentista y antianarquista Primer Ministro del Consejo de Ministro de España, Antonio Cánovas del Castillo, acontecido el 8 de agosto de 1897. Magnicidio que modificó toda la política nacional e internacional española al instante.
Al “Padre de la Patria” puertorriqueña le llegó la parca en París, Francia, el 16 de septiembre de 1898, en víspera de cumplir treinta años de proscrito, posterior a la intervención de EU en la Guerra Iberoantillana y previo a la firma del infame Tratado de Paz entre España y EU donde fueron excluido por igual Puerto Rico y Cuba.
Tratado que dio por terminada una gesta épica que implicó 30 años de beligerancia en las Antillas contra el imperio español (1868-1898) con amplia solidaridad internacional, en su búsqueda de la libertad e independencia antillana, la manumisión de los esclavos y la justicia social. Representada la última en el último período de la guerra (1895-1898) por la fuerte presencia del anarcosindicalismo antillano e internacional en todos los ámbitos de la lucha libertaria.
Más aún, truncó el proyecto de la Confederación Antillana visualizado e iniciado por el Dr. Ramón Emeterio Betances Alacán en los años sesenta del siglo XIX. Confederación que en el campo de guerra estaba representada de facto por el General en Jefe del Ejército Cubano, Máximo Gómez Báez, de Baní, República Dominicana; su segundo en mando, el General Antonio Maceo Grajales, de Sierra Maestra, Cuba; y por el General Juan Ríus Rivera, de Mayagüez, Puerto Rico. Y en el campo político e internacional, entre otros, por los puertorriqueños: Betances Alacán y Eugenio María de Hostos Bonilla; los dominicanos: Félix Delmonte y Gregorio Luperón; los haitianos: Jean - Nicolas Nissage y Fabre Geffrard; y José Martí como el máximo exponente de los cubanos.
Cuya meta era asegurar la futura libertad, soberanías y desarrollo de las Antillas y de América Latina ante los viejos imperios europeos y el emergente de EU. Llegando al extremo de que se le ofreciera a Betances la presidencia de República Dominicana, y al Gral. Máximo Gómez Báez la de Cuba.
Betances, “El Antillano”, el que participó en el derrocamiento de la monarquía francesa, el Padre de los Pobres, el emancipador, el orientador de los delegados puertorriqueños en la Junta Informativa, el cerebro e inspirador del Grito de Lares, el que colaboró sobresalientemente a impedir la anexión de República Dominicana y de Haití a EU, el ideólogo y promotor de la Confederación Antillana, el que conspiró en el magnicidio de un tirano, el que por treinta años se entregó a la Guerra Iberoantillana –llegando al extremo de vender su equipo quirúrgico para aportar su producto a la lucha- nos dejó físicamente sin ver consumada sus dos grandes proyectos: la independencia de su patria: Puerto Rico y la conformación de la Confederación Antillana.
“Dos francos y setenta y cinco céntimos, es su riqueza al fallecer,” cuando dieciséis meses antes rehusó aceptar (a diferencia de Emilio Aguilnaldo en Las Filipinas que aceptó para él y sus Jefes 1 millón 700 mil pesos) “sudando frío pero sonreído” cincuenta millones de pesetas oro ofrecidas por los iberos como soborno a cambio de que aceptara la autonomía para las Antillas. Oferta que contestó: Independencia o Muerte.
Otro proscrito como él, a quien la mayoría conceptuaban el mejor escritor del habla hispana (el amigo íntimo de los prestigiosos anarquistas Enrique Malatesta y Carlos Malato), su biógrafo, el puertorriqueño de Guayama, Luis Bonafoux Quintero, tuvo la ocasión de recoger su último suspiro: “Con su larga barba parecía un Cristo muy viejo, agonizando entre los escombros de todo cuanto había amado. Me hizo una seña para que me aproximara. Y me habló de Puerto Rico con su quejumbroso acento, que más parecía una plegaria entre sollozos. Mi hija Coconí le ofreció un ramo de flores frescas, las últimas que vio él”.
Hoy, 114 años después de la intervención armada imperial de EU en la Guerra Iberoantillana y de la invasión a Puerto Rico, las Antillas, al igual que Nuestra América y el resto del mundo, siguen sufriendo los mismos males del ayer: coloniajes, explotación, discriminación, atraso, pobreza e intentos prepotentes de nuevos tutelajes y protectorados bajo la nueva modalidad de la Doctrina Monroe esgrimida por el imperialista presidente norteamericano Barak Obama Todo producto de nuestra desunión.
Por ello estamos obligados a volver a levantar la bandera de la Confederación Antillana en busca de la independencia de Puerto Rico y de las Antillas Menores, como corolario de la unidad latinoamericana bolivariana y mundial.
Confederación que deberá ser amplia, democrática, incluyente, revolucionaria, libre de todo tipo de tutelaje y en cabal cumplimiento con las órdenes de El Antillano recordadas por otro gran revolucionario de prestigio internacional, el mexicano Ricardo Flores Magón en su artículo La Patria Burguesa y la Patria Universal en el periódico Regeneración del 19 de septiembre de 1915, donde expresó lo siguiente haciendo alusión a Betances: “Un revolucionario dijo esta gran verdad:” “Los tiranos nos parecen grades porque estamos de rodillas; ¡levantémonos!”.
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