“Los sindicatos tienen como fin impedir que el nivel de los salarios disminuya por debajo de la suma pagada tradicionalmente en las diversas ramas de la industria, y que el precio de la fuerza de trabajo caiga por debajo de su valor.”
Carlos Marx y Federico Engels: Papel económico inmediato de los sindicatos
Durante las pasadas décadas hemos visto cómo las bases fundacionales de la concepción que postula la intervención del Estado en los procesos económicos, ha venido a menos. Si bien no podemos obviar la importancia de los avances tecnológicos, la internet e incluso hoy día la llamada “inteligencia artificial” como manifestaciones que están transformando el mundo del trabajo y, en consecuencia, el desplazamiento del capital humano de las empresas; de otro lado, tampoco debemos olvidar que tales transformaciones tienen como base un tronco común en la naturaleza misma de lo que constituyen las relaciones de producción en una sociedad capitalista y la ineludible lucha de clases.
Las tecnologías del presente han provocado importantes cambios en el estilo, organización y diseño de la producción. Derivado de esas relaciones y transformaciones, es natural que surja la interrogante en torno la vigencia o no de ciertos métodos de lucha que históricamente han caracterizado la lucha de la clase trabajadora por mejoras en su términos y condiciones de empleo. Nos referimos a la interrupción de labores en el proceso de producción (huelgas) como mecanismo de presión económica en los procesos de negociación colectiva; el uso de dicho método como base para definir los términos y condiciones de empleo de los/as trabajadores/as; la movilización social para el empuje de cambios en la legislación laboral, etc.
En las relaciones económicas vinculadas al proceso de producción, la convivencia racional entre el factor trabajo y el factor capital, así como la aspiración de la clase trabajadora a una mejor y más justa distribución de la riqueza, demostraron ser para algunos una opción superior a los procesos de ruptura.
No es ajeno a la experiencia histórica de las luchas obreras el diseño contractual de mecanismos alternos a la litigación para atender la búsqueda de soluciones a los conflictos[1], entre ellos la mediación, la conciliación, la negociación, la evaluación neutral y el arbitraje.
La ampliación de los derechos y protecciones laborales, así como la ampliación en los servicios de educación, salud y vivienda; el acceso al agua potable y a la electricidad; la ampliación de los servicios a la ciudadanía; el mejoramiento de la infraestructura nacional; y un espacio de mayor ejercicio de los derechos civiles y humanos, todo ello, aún dentro de las limitaciones asociadas al desarrollo político del Estado, son entre otros, objetivos específicos que aun cuando trascienden las meras relaciones obrero patronales, no dejan de ser importantes al momento de definir las condiciones materiales de vida a las cuales aspira y por las cuales debe plantearse luchar la clase trabajadora.
Hoy se experimenta con el regreso a los principios originarios de aquel capitalismo decimonónico, aquel donde los límites de la ganancia así como los límites de la explotación, debe fijarlos el mercado de la oferta y la demanda. Es este el modelo que hoy llamamos neoliberalismo.
Si bien algunos se refieren a este modelo como uno que promueve la “desregulación”, lo cierto es que a la hora de desregular, se hace en función de adelantar los intereses de la clase dominante en una sociedad capitalista y no todo tipo de desregulación. El modelo neoliberal sí promueve y reconoce la regulación de los procesos económicos. Postula la propuesta de que el papel del Estado debe limitarse a promulgar aquella reglamentación que facilite la acumulación privada y que controle a los sindicatos, a los consumidores y a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos.
El neoliberalismo no es criatura de la tecnología, ni del progreso de las ciencias, ni de la internet o de la informática. El neoliberalismo, indica el escritor cubano Roberto Regalado[2], es una propuesta ideológica con base en el modelo producción capitalista cuyo origen se encuentra en la década de 1940 como una propuesta formulada por el filósofo y economista austriaco-británico, Friedrich Hayek. En su libro Camino de Servidumbre (1944), Hayek postula el neoliberalismo como una doctrina legitimadora de la desigualdad extrema que suponía iba a azotar a Europa en la postguerra.
Sobre el particular, el puertorriqueño Héctor J. Figueroa[3] indica lo siguiente:
“Por modelo neoliberal entendemos el conjunto de políticas cuya principal premisa teórica es que la intervención del Estado en la economía capitalista debe limitarse a facilitar la acumulación privada, mantener la estabilidad económica (por ejemplo, contener la inflación) y promover la libre competencia. En la práctica, el modelo neoliberal se sirve de la intervención estatal para obtener resultados económicos que no son posibles de alcanzar mediante el ‘mercado libre’ (por ejemplo, el control de la actividad sindical o la atracción de la inversión privada). Por tanto, resulta equivocado reducir el ‘neoliberalismo’ a la no intervención estatal en la economía, aunque es precisamente esa característica la que más resalta en el análisis económico.”
Las premisas de las políticas neoliberales promovidas por Hayek fueron resumidas en 1962 por Milton Friedman en su libro titulado Capitalism and Freedom de la siguiente manera: (a) Los gobiernos deben abolir toda reglamentación que se interponga en el camino de la acumulación de ganancias; (b) El Estado debe vender todos sus activos corporativos de manera que las empresas funcionen con fines de lucro; (c) El Gobierno debe cortar dramáticamente su inversión en programas sociales; (d) Los porcientos de los impuestos para los ricos y los pobres deben ser iguales; (e) Las corporaciones deben ser libres para vender sus productos donde deseen, sin que los gobiernos puedan imponerles medidas arancelarias en protección de su producción nacional; y (f) Los precios de las mercancías, incluyendo los de la fuerza de trabajo, deben ser determinados por el mercado sin que exista como tal un salario mínimo.
El neoliberalismo debilita los mecanismos tradicionales de lucha de la clase trabajadora, erosionando las protecciones laborales que el llamado “Estado del Bienestar” en algún momento estableció. El neoliberalismo promueve la desregulación laboral, la erosión de la negociación colectiva, la precarización del empleo y la sustitución de los mecanismos contractuales para la solución de controversias por la litigación en foros judiciales y administrativos; foros éstos creados por los organismos reguladores del Estado.
En Puerto Rico, el inicio de la implantación del modelo neoliberal por podemos trazarlo, históricamente hablando, al año 1975 con el Informe elaborado por James Tobin, exconsultor del Fondo Monetario Internacional; y de manera sucesiva, a través de estudios elaborados por el Consejo Asesor Laboral del Gobernador; más adelante por el Consejo Económico Asesor del Gobernador sobre Política Laboral a partir de 1977; por los estudios de 1988 y 1989 del Consejo de Planificación Estratégica del Sector Privado; la propuesta del Consejo Asesor Económico del Gobernador de 1989 para la privatización de los servicios públicos como política pública del gobierno; las propuestas de revisión de la legislación protectora del trabajo de la segunda mitad de la década de 1990; la reducción en el empleo público y el recorte en los servicios a la población más vulnerable durante la década siguiente; la reestructuración de la deuda pública a partir de la aprobación de la ley federal PROMESA, descargando el peso de las medidas de austeridad fiscal en el pueblo; la imposición de limitaciones y prohibiciones a los convenios colectivos y procesos de negociación colectiva; entre otras tantas medidas de choque.
Ciertamente en Puerto Rico, como en otros países donde prevalece el capitalismo como modo de producción dominante, el movimiento obrero ha sido golpeado contra la pared sin que haya logrado reaccionar a tiempo a muchas de las situaciones que ha debido enfrentar. Sin embargo, aún dentro de las condiciones precarias por las que atraviesa, incluyendo su fragmentación y dispersión, en la identificación de objetivos concretos, las luchas desarrolladas en los pasados años nos han permitido acumular experiencias que no dejan de ser importantes si las vemos como una zapata desde la cual partir para enfrentar retos presentes y futuros. El conjunto de estas experiencias, las positivas y negativas, son el arsenal desde el cual, más allá del conflicto, surge la posibilidad de un cambio de paradigma.
Entre las experiencias positivas podemos mencionar: (a) la vinculación de trabajadores/as de los sectores público y privado en un proceso común de lucha; (b) la incorporación a la lucha contra las medidas neoliberales a sectores organizados y no organizados; (c) la reactivación de compañeros/as que habían abandonado su militancia; (d) un nuevo discurso, nuevas formas de lucha, nuevos métodos de organización y nuevas modalidades de comunicación con el pueblo; (e) cambio en la percepción de determinados sectores populares en torno al contenido y alcance de las luchas sindicales; (f) la incorporación de sectores vinculados a la sociedad civil, al sector religioso, a las organizaciones políticas y a las organizaciones juveniles, así como diversos organismos culturales, populares, ideológicos, de género, etc. en la lucha contra la privatización; (g) el reconocimiento por parte de la base de algunos sindicatos y organizaciones, de la urgente necesidad de unir fuerzas y desarrollar esfuerzos concertados para enfrentar al gobierno-patrono; (h) la creación de organismos regionales permanentes de unidad popular y sindical como fuerzas auxiliares del movimiento de la clase trabajadora en sus luchas y enfrentamientos al gobierno-patrono; (i) la importancia de la solidaridad entre los trabajadores como clase y entre los sindicatos como instrumentos de lucha.
En este abarcador proceso también hemos acumulado experiencias y lecciones negativas que no deberíamos olvidar. Entre ellas se encuentran: (a) la falta de claridad en determinadas instancias en los objetivos por los cuales luchamos; (b) la subestimación de las capacidades de la clase patronal y del Gobierno para enfrentar nuestros retos; (c) la ausencia o pobre formación ideológica en quienes dirigen los sindicados; (d) la falta de confianza que estos tienen en los/as trabajadores/as, lo que les impide en ocasiones, movilizar la matrícula para la lucha por objetivos que los/as trabajadores/as, a su vez, no tienen claramente definidos; (e) el peligro que representa para los/as trabajadores/as delegar en manos ajenas a ellos la conducción de los procesos de negociación colectiva frente a sus patronos; (f) exceso de confianza en las promesas del Gobierno; y (g) la improvisación, la desconfianza, la falta de unidad en la acción y la búsqueda de soluciones a los conflictos a espaldas de quienes han sostenido el peso de los mismos.
El sindicalismo no es un monolito, ni es un concepto puro y abstracto que se desarrolla únicamente a base de cómo concebimos las cosas. Más bien, el sindicalismo es reflejo de la realidad organizativa dentro de la cual las ideas y la práctica social de cada uno de nosotros/as como trabajadores/as se desarrolla.
No es negativo para los sindicatos recibir la influencia ideológica de sus dirigentes, pero sí resulta negativo cuando esa influencia pasa a ser imposición o un veto a las acciones concertadas sin atender a los méritos e iniciativas que puedan surgir de los propios trabajadores/as; o situaciones en las cuales la postura de los dirigentes terminan en una alianza con los intereses de los patronos y la visión neoliberal del Estado. Para evitarlo, en la determinación de cualquier propuesta organizativa, la democracia participativa de los/as trabajadores/as debe quedar claramente establecida a la hora de tomar decisiones, al igual que el compromiso de implantar los acuerdos que se adopten en el ejercicio de la democracia obrera.
Los sindicatos están llamados a rechazar, vengan de donde vengan, aquellas medidas que atentan contra los intereses de la clase trabajadora. Pero para que los/as trabajadores/as se involucren en las luchas a las cuales se le convoque, es fundamental un proceso sistemático de formación y educación política y sindical, explicando y discutiendo con ellos/as qué es el neoliberalismo y cómo incide en la realidad cotidiana de cada uno de ellos/as. Si quienes dirigen los sindicatos son capaces de identificar los efectos de las políticas neoliberales en nuestra vida cotidiana como pueblo y específicamente como trabajadores/as, tendremos dirigentes y trabajadores/as capacitados para asumir aquellas luchas que sean necesarias para defender, desde un punto de vista de clase, sus intereses frente a los intereses de la clase que controla el gobierno-patrono.
Es necesario entender que los/as trabajadores/as, lejos de haberse cansado de luchar, sí están dispuestos/as a hacerlo. Pero no será por causas que no entiendan; no por llamados hechos por aquellos/as en quienes no confíen; ni por aquellos/as que sean incapaces de ofrecerles alternativas de triunfo en la lucha. Lo harán en aquellos esfuerzos que les representen posibilidades de avance en sus intereses inmediatos, en sus intereses a mediano y largo plazo, con propuestas y posibilidades de avance y no de retroceso. En ese esfuerzo, cada sector, cada país y cada proceso, sin ser un calco unos de otros, tiene que ser artífice de sus propias propuestas y soluciones.
Se carece en algunos países, incluyendo el nuestro, de un instrumento de lucha clasista que posibilite: (a) la vinculación de las luchas sindicales con las luchas sociales de la comunidades; (b) la protección de los recursos naturales y del medio ambiente como respuesta ante los efectos del cambio climático; (c) la lucha por la defensa de los derechos económicos y reproductivos de las mujeres; (d) la igualdad de derechos para la comunidad LGBTTQ+; (e) que promueva y garantice una verdadera democracia sindical; (f) que forme sindicalmente a los/as trabajadores/as con un claro compromiso y propuesta para el desarrollo de sus conciencias; (g) que sea a su vez solidario; (h) que promueva el respeto y apoyo a la integridad de cada sindicato organizado; (i) que impulse en su trabajo la unidad con otras centrales obreras y sindicatos nacionales e internacionales; (j) que promueva estructuras organizativas participativas, incluyendo el desarrollo de instancias organizativas de carácter regional; (k) que desarrolle una política de militancia y lucha contra la conciliación de clases y la domesticación de la clase trabajadora; y finalmente, (l) que aspire a desarrollar profundos y efectivos lazos de solidaridad con todos los/as trabajadores/as y sindicatos progresistas del mundo. Todo esfuerzo en esa dirección tiene la oportunidad de “aportar su grano de maíz” en la reconstrucción del movimiento obrero y en la preparación de éste para presentes y futuras lucha.
Dentro de los cambios y transformaciones necesarias debemos incluir: (a) la búsqueda de alianzas entre los distintos sindicatos a nivel regional y global; (b) en los países soberanos, utilizar aquellas herramientas legales internacionales promulgadas por las convenciones y acuerdos adoptados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT); (c) asumir una participación proactiva en foros internacionales; (e) incorporar en nuestro quehacer como sindicatos el uso de las nuevas tecnologías para comunicar, organizar y visibilizar los conflictos en cada país; (f) desarrollar iniciativas medidas legislativas donde se garanticen los derechos de los/as trabajadores/as, incluyendo esfuerzos comunes en requerir responsabilidades a empresas multinacionales por los daños ocasionados a medio ambiente en cada país.
Ese me parece es el reto.
Muchas gracias.
[1] Para Mario López Martínez, en la edición de su libro Enciclopedia de Paz y Conflicto, éstos son “aquellas situaciones de disputa o divergencia en la que existe una contraposición de intereses, necesidades, objetivos, conductas, percepciones, valores y/o afectos entre individuos o grupos que definen sus metas como mutuamente incompatibles.”
Por su parte, en Mediación: Teoría y Práctica (2006), el profesor Francis Daniel Nina, nos dice que la palabra “conflicto” es el término ordinariamente utilizado para definir “una interacción en negativo o confrontación entre dos o más personas las cuales tienen discrepancias profundas por un asunto de naturaleza sustantiva, procesal o emocional.” Añade Niña que su “importancia estriba en que se trata de una discrepancia profunda, en la cual la(s) persona(s) no tienen la capacidad o destrezas para manejar dicho conflicto de la forma ordinaria en la cual se resuelve otro tipo de situaciones que confrontan”.
Nina nos indica que existen diferencias entre lo que son “situaciones conflictivas” y “situaciones problemáticas”. En las primeras, indica, es necesario aplicar una metodología; en las segundas no. Sugiere que para atender las “situaciones conflictivas”, se recurra a diferentes métodos, como son la negociación, la mediación, la conciliación, el arbitraje, las evaluaciones neutrales (o una combinación de éstas) y la litigación.
[2] Regalado, Roberto: América Latina entre Siglos: Dominación, Crisis, Lucha Social y Alternativas Políticas de la Izquierda (2006).
[3] Figueroa, Héctor J: El modelo neoliberal y su impacto en las relaciones industriales en Estados Unidos, “Ruptura en las Relaciones Laborales (1995)
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