Escrito por Alejandro Torres Rivera | MINH
En días recientes el periódico The Washington Post ha publicado un Informe donde se recogen más de 2 mil páginas de entrevistas inéditas de militares, diplomáticos y funcionarios estadounidenses relacionadas con la desinformación de la cual ha sido objeto el pueblo de Estados Unidos sobre la participación de su gobierno en la guerra más larga librada en la historia de dicho país, la guerra contra Afganistán. Iniciada el 7 de octubre de 2001, cuando Estados Unidos decide iniciar los bombardeos contra instalaciones militares del gobierno constituido por el Talibán en dicho país y contra alegados campos de entrenamiento de Al Qaeda, la intervención denominada “Operación Justicia Infinita”, cuyo nombre luego fue modificado dada su connotación religiosa por “Operación Libertad Duradera”, fue el resultante de los ataques a las Torres Gemelas en la ciudad de Nueva York y las instalaciones del Pentágono en la capital norteamericana en Washington el 11 de septiembre de 2001 donde perecieron 2,977 personas.
Al día siguiente de los ataques, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó, promovida por Estados Unidos, la Resolución 1368 exhortando a la comunidad internacional a colaborar con urgencia para someter a la justicia a los autores de los ataques y consignó su disposición a tomar todas aquellas medidas necesarias para responder y combatir los actos de terrorismo. Ya para el día 21 de septiembre, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, informaba al pueblo estadounidense que Al Qaeda y su dirigente Osama Bin Laden eran los responsables intelectuales de los atentados, identificaba otras organizaciones “jijadistas” como colaboradoras, y el gobierno del Talibán en Afganistán como gobierno responsable por dar albergue y protección a los terroristas islámicos en campos de entrenamiento creados en dicho país, proclamando así una cruzada de occidente contra el Islam.
El Talibán es una facción miltar fundamentalista islámica dentro de la corriente suni en Afganistán. Se distinguió en su origen como una agrupación de jóvenes que durante la guerra contra la invasión soviética de Afganistán, con amplio apoyo del gobierno de Arabia Saudita, sostuvieron una lucha de guerrillas contra el gobierno afgano apoyado por las tropas soviéticas. Estos jóvenes promovían la instauración de un gobierno teocrático en su país sujeto a la ley islámica. Luego de la derrota del gobierno afgano apoyado por Moscú, entre los años 1996 a 2001, los talibanes asumieron el control del país; y más adelante, tras su derrota, en 2002 y hasta el presente, han asumido la lucha de resistencia contra la coalición militar encabezada por Estados Unidos en este país. La lucha de guerrillas del Talibán se extiende a aquellas zonas fronterizas con población pashtún a lo largo de la llamada Línea Durand desde el interior de la República Islámica de Paquistán.
El 28 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas aprobó otra resolución, la Resolución 1373, a los fines de reafirmar el derecho inmanente de los Estados al uso de la legítima defensa. En ella. Se establece la necesidad de luchar por todos los medios, según la Carta de la ONU, contra las amenazas a la paz y la seguridad internacional y se insta a los Estados, entre otras cosas, a actuar urgentemente para prevenir y reprimir los actos de terrorismo.
Para el 13 de noviembre de 2001 Estados Unidos había ocupado Kabul, la capital de Afganistán imponiendo como presidente a Hamid Karzai, dirigente proveniente de la etnia pashtún, que había participado en la lucha contra la Unión Soviética y luego fue empleado de la firma estadounidense UNOCAL en Afganistán bajo el gobierno del Talibán. La intervención militar soviética en Afganistán comenzó en 1979 y se extendió hasta una década posterior en 1989 cuando abandonaron el territorio. Tras la continuación del conflicto armado entre 1994 y 1996, finalmente los talibanes se hicieron con el poder en el país imponiendo un régimen teocrático bajo la ley musulmana.
Desde la invasión por parte de Estados Unidos a Afganistán, donde este país llegó a tener un componente de más de 100 mil efectivos militares, estimándose que entre el año 2001 y el presente, cerca de 775 mil soldados estadounidenses hayan participado de la intervención militar con un coste de cerca de 2,300 muertes y cerca de 20,600 heridos. De hecho, se estima también que unos 45,000 efectivos afganos han perecido en la contienda, 32 mil civiles y alrededor de 45 mil insurgentes talibanes. La guerra ha representado, además, para el pueblo estadounidense un derroche de recursos económicos estimados entre $934 mil millones y $978 mil millones.
De acuerdo con el general de división estadounidense Douglas Luke, quien sirvió como asesor sobre la campaña en Afganistán para dos presidentes, George Bush entre 2001 a 2009 y Barack Obama entre 2009 a 2017, señaló que a los estadounidenses “nos faltaba conocimiento fundamental sobre Afganistán, no teníamos la más remota idea de lo que estábamos acometiendo.” Indica que parte de esa responsabilidad es atribuible a los “líos entre el Congreso, el Pentágono y el Departamento de Estado”. Ese desconocimiento, sin embargo, no fue meramente obra de negligencia o falta de capacidades, sino producto de una política dirigida a ocultar la información verdadera sobre el desarrollo de la guerra y sus posibilidades de prevalecer en ella para los Estados Unidos. Por su parte, el coronel Bob Crowley, asesor en contrainsurgencia entre 2013 y 2014, señaló que los sondeos que se llevaban a cabo sólo destacaban lo que se hacía bien, presentando una perspectiva que no era confiable.
En medio de lo anterior, el 28 de noviembre el presidente Trump hizo una visita sin anunciar a personal militar estadounidense en la base de la Fuerza Aérea de Bagram al norte de Kabul, Afganistán, dentro del marco de la conmemoración del Día de Acción de Gracias. Allí anunció conversaciones con el Talibán y la posible reducción del número de tropas estadounidenses de 12 efectivos a 8,600. No es la primera ocasión en que Trump habla de reducción de tropas en este país.
En ocasión de la visita, Trump demandó un alto al fuego a la vez que señaló que la guerra no se decidirá en el campo de batalla sino mediante una solución política. Indican observadores que sin embargo, todavía la salida política es precipitada toda vez que Trump necesita garantías de que los talibanes no convertirían nuevamente a Afganistán en un santuario para organizaciones terroristas como fue el caso con Al Qaeda. Sin tales garantías, se le haría difícil vender la idea de una salida de Afganistán ante el pueblo estadounidense.
En el caso de los talibanes, por su parte, su portavoz político. Suhail Sheheen ha indicado que estos están comprometidos a alcanzar un acuerdo con Estados Unidos. A tales efectos señaló: “La liberación de rehenes occidentales seguida de la liberación de tropas afganas es la prueba más clara de nuestro compromiso con la paz.” Se refería a la liberación de dos académicos capturados hace tres años en Kabul, uno de ellos estadounidense y tres altas figuras militares afganas, también en cautiverio por tres años. Sheheen, sin embargo, también ha indicado lo siguiente: “Estamos listos para conseguir nuestra independencia ya sea en la mesa de diálogo o en el campo de batalla.”
En el entramado de las discusiones que lleven eventualmente a un acuerdo están presente también la geopolítica de la región teniendo como actores los intereses económicos, comerciales y militares de la la República Islámica de Irán, India, la República Islámica de Paquistán y la República Popular China. Sobre el particular, años atrás, Enrico Piovesana en un artículo publicado en Peace Reporter, señalaba que Afganistán tenía la desgracia de estar en el corazón del continente asiático, en una posición estratégica que permite a quien controle el país monitorear de cerca a las potencias nucleares de la región: la República Popular China, la República Islámica de Paquistán, la Federación Rusa y la India, además de colocar al centro como frente de guerra junto con Iraq a la República Islámica de Irán.
Afganistán es, además uno de los principales productores de heroína y sobre su suelo se proyecta la construcción de un gasoducto de 1,680 kilómetros de largo para transportar gas desde Turkmenistán a Paquistán iniciado por la empresa UNOCAL donde, como antes indicamos, trabajaba el presidente impuesto por Estados Unidos al momento de su invasión, Hamid Karsai, durante el gobierno del Talibán.
La periodista con sede en Nueva York para The Media Line, Irina Tsukerman, señala que los “talibanes siguen siendo la misma organización con las mismas condiciones inaceptables.” Indica, además, que Trump procura un lavado de cara ante su fracaso en Siria y la llegada de un año electoral. Advirtiendo la situación frente al talibán señala: “Hasta el momento Estados Unidos no ha mostrado ninguna prueba de que haya establecido condiciones en las que tal entrada pueda ser teóricamente viable [incluyendo] el desarme completo, el compromiso con las instituciones liberales y garantías de derechos de las mujeres y las minorías.” Según su criterio, en estos momentos los talibanes se han fortalecido, por lo que están “en condiciones de exigir”.
Históricamente hablando, no ha habido una potencia extranjera que hay podido domesticar a los habitantes de Afganistán. Ejemplos recientes en siglos inmediatos los encontramos en Reino Unido de la Gran Bretaña, la Unión Soviética y hoy Estados Unidos. Los afganos, en sus distintas etnias, tienen una historia de resistencia y lucha que ni ayer ni hoy ha podido ser supeditada a sus ansias de independencia. Hoy Estados Unidos, a pesar de su poderío militar se encuentra en un atolladero del cual la única alternativa es salir, como antes lo tuvieron que hacer los ingleses y los soviéticos. Las opciones no pueden ser, como lo denuncia hoy el periódico The Washington Post, seguir ocultando la verdad a su propio pueblo. Al presente, Afganistán continúa siendo para Estados Unidos un laberinto del cuya salida sigue siendo difícil para dicho país.
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