LA SEGUNDA GUERRA DEL YOM KIPPUR: breve reflexión en torno a los ataques de HAMAS contra Israel de los pasados días, la respuesta de Israel y sus consecuencias inmediatas para las partes
12 de octubre de 2023
Introducción
Ha tomado por sorpresa para gran parte de los analistas en torno al Medio Oriente la ofensiva militar desatada por la organización HAMAS en la Franja de Gaza contra el Estado de Israel. Se desarrolla en ocasión de conmemorarse el cincuentenario de la llamada “Guerra de Yom Kippur” de 1973 desatada por varios países árabes para recuperar los territorios perdidos durante la “Guerra de los Seis Días” en 1967.
Gaza comprende hoy un territorio ubicado en la península de Sinaí de poco más de 41 kilómetros de largo y poco más 10 kilómetros de ancho. En él residen aproximadamente 2.3 millones de palestinos. Su dimensión actual es menos de una tercera parte de lo que fue en el diseño de partición de las Naciones Unidas en 1947. Se considera uno de los territorios más densamente poblados del planeta con 9 mil personas por kilómetro cuadrado. Colinda por el Oeste con el Mar Mediterráneo; por el Norte y Este con Israel y por el Sur, con Egipto. Desde las elecciones de 2007, a diferencia de Cisjordania donde gobierna la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), en el territorio de Gaza gobierna la organización islámica HAMAS.
La península del Sinaí fue ocupada por Israel tras la “Guerra de los Seis Días” librada en 1967. En esta guerra Siria perdió el territorio conocido como la Alturas del Golán, que es de donde fluyen las aguas del Río Jordán que divide Cisjordania del Reino de Jordania. Cisjordania entonces era conocido como el “Margen Occidental del Río Jordán” (“West Bank” en inglés), territorio que también Israel pasó a ocupar, como también ocurrió con la parte Este de la ciudad de Jerusalén que bajo los Acuerdos de Partición debería ser compartida su administración tanto por Palestina como Israel. Allí se encuentran localidades y edificaciones consideradas sagradas por las tres religiones monoteísta: católica, islámica y judía.
En el caso de Egipto, que propiamente perdió la península del Sinaí en 1967, tras su reconocimiento del Estado de Israel el 19 de noviembre de 1977, gran parte del territorio ocupado en la península de Sinaí fue devuelto a la soberanía de Egipto, aunque en torno al territorio oeste colindante con la Franja de Gaza, Israel se arrogó su control estableciendo un bloqueo por mar, tierra y aire a la población palestina residente en dicho territorio.
La Franja de Gaza
La Franja de Gaza, junto con Cisjordania, tras los Acuerdos de Oslo de 1993, pasaron a ser denominados como un territorio discontinuo, administrado por la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Sin embargo, para las elecciones de 2007 la organización HAMAS pasó a asumir el control político de la administración del territorio comprendido de la Franja de Gaza. Desde entonces al presente, HAMAS ha gobernado Gaza manteniendo una postura político-militar frente a Israel distinta a la OLP. Entre la estructura política prevaleciente de gobierno en Cisjordania y la de la Franja de Gaza existen profundas diferencias en torno a los métodos de lucha a seguir frente a Israel. En el caso de Cisjordania, varias organizaciones conforman el gobierno de la ANP.
Fue en el territorio de Gaza desde donde se originó la primera Intifada en 1987, año que coincide con la fundación de HAMAS. Las distintas Intifadas se extenderían más adelante a todo el territorio bajo la ANP y los territorios palestinos ocupados por Israel. Desde Gaza, operan también otras organizaciones islámicas palestinas afines a las posturas de HAMAS frente a Israel, e incluso más radicales. Entre ellas destaca el Jihad Islámico la cual también ha tomado parte en los actuales sucesos.
A raíz del bloqueo impuesto por Israel y sus terribles condiciones bajo las cuales vive su población, la Franja de Gaza es considerada hoy la mayor “prisión al aire libre”. Este bloqueo impuesto por Israel al territorio por los pasados 16 años se considera una violación de la Convención de Ginebra. Como resultado, la tasa de desempleo en Gaza se encuentra, según datos del Banco Mundial en un 40%; el 65% de su población vive, según la ONU y el Programa Mundial de Alimentos, por debajo del umbral de pobreza; el 63% de su población está en estado de inseguridad alimentaria; la mitad de la población, la cual tiene menos de 19 años, se encuentra con poca o ninguna perspectiva de crecimiento económico; prevalece una ausencia de ayuda emocional para la población, particularmente en el caso de ancianos y niños; el deterioro creciente de servicios de salud, educación, transporte agrava las condiciones materiales de vida para la población; existe una privación de servicios para sectores de la población desplazada fuera de los linderos del territorio; se ha impuesto una prohibición a la navegación y pesca más allá de ciertas delimitaciones de su costa, impuestas por la marina de guerra de Israel; de manera sistemática se ha llevado a cabo la destrucción de su infraestructura crítica, tanto de energía eléctrica como agua; más de 600 mil personas se encuentran viviendo en ocho campamentos de refugiados. A lo anterior se suma un sistema de apartheid impuesto por Israel, no sólo para la población de Gaza, sino que lo aplica también en todos los territorios ocupados. Simultáneamente se ha producido el desplazamiento de cientos de miles de colonos judíos en todo el territorio palestino.
El “Acuerdo del Siglo” y su relación con los sucesos actuales
Los meses previos a los sucesos del pasado 7 de octubre hay que entenderlos, independientemente las posturas que asumamos ante los hechos consumados, tomando en consideración las anteriores condiciones. A ellas se suma el hecho de que estamos ante uno de los gobiernos más bélicos y derechistas que ha tenido Israel desde hace décadas. Su actual dirigente, Benjamín Netanyahu, acusado en su país de corrupción, pretende desde el poder de su coalición gobernante suprimir los derechos de otras ramas políticas de gobierno usurpando sus funciones. Netanyahu también le ha dado la espalda a los reclamos de paz de su propia población desatando su ira contra el pueblo palestino. Su gobierno no cree en el diálogo ni en la búsqueda de una solución negociada al conflicto. Su aspiración es terminar de una vez por todas lo que considera el “problema palestino” sencillamente forzando la salida de su población del territorio que aún le queda para así avanzar más a su objetivo final que es crear, con los territorios ocupados desde 1967, el “gran Israel”.
Los sucesos ocurridos a partir del pasado 7 de octubre eran previsibles que ocurrieran. Lo que era algo incierto era el momento de su ocurrencia. No se puede ir asesinando, encarcelando, expulsando y persiguiendo palestinos a dos manos, sin que haya de parte de éstos una respuesta. Han sido decenas los palestinos asesinados por las fuerzas de seguridad de Israel en lo que va de año. Si vemos los antecedentes en este trágico drama por el que ha atravesado la población palestina, podemos decir que todo el daño provocado hacia el pueblo judío en este conflicto, ha sido la consecuencia autoinfligida por su propio gobierno.
Si “como muestra un botón basta”, veamos lo ocurrido a finales de 2020. Entonces fue anunciado en conferencia de prensa por el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump y el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, una propuesta elaborada por ambos gobiernos para una nueva partición del territorio entre Israel y Palestina. El acuerdo anunciado, del cual una de las partes concernida, Palestina, no tuvo participación alguna, fue denominado el “Acuerdo del Siglo”. Con él se propuso que donde previo a 1947 se ejercía el mandato británico de Palestina, se establecieran nuevas fronteras para dos Estados, uno de los cuales, Israel, controlaría el 85% de la superficie del territorio y en un segundo Estado, con demarcaciones discontinuas, los palestinos ocuparían el 15% del territorio.
El Plan, que llevaba dos años cuajándose. Fue elaborado por Jared Kushner, yerno del presidente Donald Trump y uno se sus asesores en Casa Blanca, junto al embajador estadounidense en Israel, David Friedman y el Enviado Especial de Casa Blanca a Israel, Jason Greenblatt. La propuesta fue rechazada tanto por la ANP como por HAMAS.
Bajo la propuesta se modificaban las actuales fronteras anexando formalmente la zona ocupada por Israel a Siria en 1967 en las Alturas del Golán; la anexión de parte de Cisjordania donde se encuentra el gobierno de la ANP; se declaraba a Jerusalén como “capital indivisible” o “íntegra” del Estado de Israel; y le permitiría a Israel ocupar zonas al oeste del Río Jordán que Israel considerara esenciales para su seguridad nacional y que hoy, como cuestión de hecho, son zonas de exclusión para la ANP. Estas zonas, bajo la ocupación de Israel, representan el 30% del territorio de Cisjordania.
En el caso del Estado Palestino, indicaba el Plan, la capital sería “en la sección de Jerusalén Oriental localizada en áreas al Este y al Norte de la actual barrera de seguridad, incluyendo Kafr Aqab, la parte oriental de Shafat y Abu Dis, y que podría llamare Al Quds u otro nombre determinado por el Estado de Palestina”, que actualmente son barrios ocupados por palestinos en las afueras de la ciudad.
En materia de cartografía, el modelo propuesto es un Estado palestino discontinuo, donde se estarían uniendo sus partes mediante un túnel a ser construido entre las porciones palestinas en Cisjordania y la Franja de Gaza.
La propuesta incluía también el establecimiento de dos zonas, localizadas también de forma discontinuas, en la Península de Sinaí, la cual pertenece a Egipto. Allí se establecería un polo de desarrollo industrial y otro agrícola. Sobre el particular, a pesar de que Egipto había expresado su rechazo a la cesión de territorios en el Sinaí, junto con Arabia Saudita se hizo el llamado a los palestinos a considerar la propuesta hecha en el Plan. Otros países como el Reino Unido de la Gran Bretaña y España reaccionaron con cautela al Plan, sin aprobarlo ni rechazarlo. Sin embargo países como la República Islámica de Irán, Turquía, la República Bolivariana de Venezuela y Siria, en lo inmediato, expresaron su rechazo.
En cuanto a cómo quedaría la distribución del territorio entre los dos Estados, con la anuencia de Israel, se dibujó un mapa para evidenciar las condiciones en las cuales quedaría demarcado el futuro Estado palestino. Además de la condición discontinua del territorio, que quedaría ampliamente fragmentado, se validaban los asentamientos israelíes en territorio palestino, declarando las mismas como zonas anexadas a Israel. Éstas zonas serían conectadas al Estado judío a través de corredores que partirían de la actual demarcación territorial de Israel. A cambio de ello, el Estado judío se comprometería a no llevar a cabo demoliciones de las llamadas “construcciones ilegales”, ni de aquellas que se alegue representan un “riesgo a su seguridad”, con excepción de aquellas que Israel determine en forma unilateral es necesario demolerlas como castigo por acciones que también Israel identifique y defina como “terroristas”.
En el caso de la Franja de Gaza, la soberanía sobre su litoral costero permanecería en manos de Israel, disponiendo no podrían llevarse a cabo en dicho territorio “mejoras significativas” si no se lograba la desmilitarización total y absoluta del territorio y se estableciera en él un gobierno con garantías para la comunidad internacional.
En materia de seguridad, el Estado de Israel mantendría predominantemente la “responsabilidad” en el territorio que pasaría a conformar el Estado de Palestina en asuntos relacionados con seguridad interna, lucha antiterrorista, seguridad fronteriza, control del espacio aéreo y respuesta ante desastres. También le estaría vedado al nuevo Estado palestino llevar a cabo acuerdos de naturaleza militar, en materia de inteligencia o seguridad con otros Estados u organizaciones, si a juicio de Israel tales acuerdos representan un efecto adverso en su seguridad. La propuesta impedía, además, que Palestina desarrollara capacidades militares que pudieran “amenazar” a Israel, dándole a este último el derecho a destruir o desmantelar instalaciones construidas con tal propósito.
Bajo el Plan, las autoridades palestinas tendrían que retirar todas las demandas presentadas contra Israel, los Estados Unidos o contra ciudadanos de estos países ante organismos judiciales internacionales, y no podrían unirse a otras organizaciones internacionales sin el consentimiento de Israel.
Antecedentes históricos del actual conflicto
Las causas del actual conflicto, sin embargo, más allá de las inmediatas, hay que buscarlas en los condicionantes históricos relacionados con la trasferencia de personas extranjeras al territorio palestino, mayormente europeas y rusas, que se inicia desde el siglo 19. Este proceso migratorio se acentúa luego de la Segunda Guerra Mundial, a lo que se añade el fracaso de las Naciones Unidas en la creación en el territorio palestino de dos Estados a partir del “Plan de Partición de 1947”. Veamos.
En 1882 se inicia un movimiento a escala global para establecer un Estado judío en el territorio de Palestina. Para entonces convivían en el territorio palestino aproximadamente 20 mil árabes que profesaban la fe judía. Para el año 1917 el 90% de la población árabe musulmana de Palestina era dueña del 97.5% de las tierras. En aquel momento la población que profesaba la fe judía se estimaba en apenas 56 mil personas, la mayoría de ellos inmigrantes. Para 1925 la cantidad de personas que profesaban la fe judía se estimaba en 122 mil personas y para 1932 había ascendido a 355 mil personas.
Al momento de culminar la Segunda Guerra Mundial, la población que profesaba la fe judía en Palestina era dueña del 6% del territorio. Poco antes de que el Reino Unido de la Gran Bretaña finalizara su mandato de administración del territorio de Palestina, ya se discutía la partición del territorio palestino para crear en él dos Estados políticos, Palestina e Israel.
El 29 de noviembre de 1947 la ONU aprobó la Resolución. 181 (I) donde crea un “Comité Especial de las Naciones Unidas sobre Palestina”. Este elaboró un “Plan de Partición con Unión Económica”, con cuatro encomiendas: (a) La Constitución y Gobierno futuro de Palestina, donde se estipulaba el fin del mandato del Reino Unido de la Gran Bretaña sobre el territorio, su partición mediante la creación de un Estado árabe, un Estado judío y un Régimen Internacional para la Administración de Jerusalén; (b) la definición de fronteras entre ambos Estados y Jerusalén; (c) el Régimen de Administración para Jerusalén; y (d) un apartado titulado “Capitulaciones”, sobre los privilegios e inmunidades concedidos previamente a los extranjeros en el territorio.
Al momento de la propuesta partición, a pesar de que el 67% del total de la población era árabe musulmana, la ONU le asignó a Israel el 54% del territorio. La Liga Árabe no reconoció la creación del Estado de Israel mientras el 15 de mayo de 1948 el Reino Unido renunció su mandato sobre Palestina. El día anterior, Israel unilateralmente había proclamado la fundación de su propio Estado proclamando su independencia. Se desata entonces la primera guerra entre los países árabes circundantes e Israel.
Mediante el flujo migratorio que se había producido luego de la Segunda Guerra Mundial, la población judía en el nuevo Estado político ascendió para 1948 a 758,700 personas. Entre 1948 y 1956 llegaron otros 826,000 inmigrantes judíos a Israel y entre 1956 y 1975, se sumaron 735,000 adicionales.
La llegada de nuevos inmigrantes que practican la fe judía al Estado de Israel no se he detenido hasta el presente. Para dar acomodo a los nuevos pobladores (colonos), Israel ha ido forzando el éxodo de población árabe palestina de los territorios creando asentamientos de colonos judíos en los territorios de donde han sido desplazados físicamente los palestinos. Para 2020 se estimaba que la población palestina en su propia tierra, es decir, en el territorio originalmente dispuesto en la partición del año 1947,se había reducido a un 15%. Actualmente apenas el 21% de la población que vive dentro de los linderos del actual Estado de Israel es árabe musulmana.
La primera gran ola de desplazados palestinos de su propio territorio por parte de la población que profesaba la fe judía en dicho territorio ocurrió entre los años 1946-1948. Entonces fueron despojados de sus tierras cerca de 711,000 palestinos; se destruyeron 531 de sus aldeas; y fueron asesinados cerca de 10,000 árabes musulmanes. Esta acción redujo en una tercera parte la población palestina. El resto quedaron dispersos en calidad de refugiados y desplazados en otros países limítrofes donde aún sus descendientes permanecen ya que no tienen permiso de regresar a la tierra de sus padres y abuelos.
El nakba (Día del desastre o catástrofe), como se denomina el inicio de la expulsión de los palestinos de sus tierras, se conmemora cada año el 15 de mayo. La sed de anexión del territorio palestino al Estado de Israel se ha mantenido a lo largo de la historia de su existencia como entidad política. En un mandato anterior, su actual Primer Ministro, Benjamín Netanyahu, indicó su propósito en anexar el territorio de lo que hoy es Cisjordania, dando entonces la orden a las tropas israelíes de avanzar hacia la anexión del 30% de este territorio bajo el mandato de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
Enfrentamientos de 2020 y condicionantes históricos
El pasado gran enfrentamiento entre Israel y HAMAS se desarrolló a finales en 2020. Previo a ello, el 15 de septiembre se dio a conocer una nueva llamada “iniciativa de paz” en el Medio Oriente a raíz de la firma de un Acuerdo de Paz suscrito entre los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin e Israel, firmado en Washington bajo la bendición del presidente Donald Trump. El acuerdo pasó a conocerse con el nombre de “Acuerdos de Abraham”, en referencia al patriarca de las tres principales religiones monoteístas: judía, musulmana y cristiana. Si bien se trata del tercer acuerdo de paz suscrito por Israel con sus vecinos árabes, luego de los suscritos con Egipto en 1979 y el Reino de Jordania en 1994; este fue el primero que se materializa por países en la península arábica con Israel.
El punto de encuentro común en este tratado de paz por estos tres Estados políticos fue la enemistad profesa de dichos países con la República Islámica de Irán, lo que va también unido a la manera confesional en que se practica la religión musulmana. En la República Islámica de Irán, si bien su población no es árabe sino persa, la corriente islámica que se practica mayoritariamente es la corriente chiita.
Previo al acuerdo, ya desde el año 2015, Israel había anunciado la apertura de una oficina diplomática en los Emiratos Árabes Unidos; mientras que para el 2019 anunció, al calor del incremento del diferendo de ambos países con Irán, ciertos niveles de colaboración militar entre ambos Estados.
Se ha indicado que los acuerdos fueron precedidos por la negociación entre las partes donde Israel se comprometería a desistir de la anexión de la región de Cisjordania. Según indican Isabel Kershner y Asam Rasgon, en un artículo publicado el 14 de septiembre de 2020 por The New York Times, el acuerdo fue un “golpe diplomático” por parte de Israel, el cual le permitió romper “décadas de unidad árabe en torno a la causa palestina.” El acuerdo, indicaban, “revierte el orden de la Iniciativa de la Liga Árabe que pide el reconocimiento pleno de Israel por parte de todas la naciones árabes e islámicas a cambio de la completa retirada israelí de los territorios ocupados a las fronteras que existían antes de la guerra del Medio Oriente de 1967.” Indicaron los autores que de lo que se trataba este acuerdo de paz, era de un “realineamiento en Oriente Medio de los ejes pro y anti-iraníes.”
En el momento en que se desata el actual conflicto en Gaza, venía desarrollándose por debajo del radar otras conversaciones entre Israel y Arabia Saudita. Este último es el principal estado árabe y posiblemente el más rico de la región, como parte de una estrategia compartida para completar el cerco diplomático de Israel en torno a la República Islámica de Irán. Tal acuerdo, al menos en lo inmediato, como resultado del ataque de HAMAS a Israel se ha venido abajo, en parte ante la respuesta de Israel hacia la población palestina en Gaza, la cual ha estado siendo apoyada por años por Arabia Saudita.
Otro elemento a considerar en la actual situación es la respuesta que desde el Líbano ha dado la milicia chiita Hezbolah a los ataques a Gaza y HAMAS. Hezbolah en el pasado ha tenidos fuertes enfrentamientos con Israel en suelo libanés obligando a Israel al retiro de sus tropas ocupantes de la porción sur del territorio libanés. Hezbolah a su vez ha mantenido una importante presencia militar con varias brigadas de combatientes en la República Árabe de Siria en apoyo al gobierno constitucional de Bashar al-Assad. Hezbolah mantiene fuertes lazos con la República Islámica de Irán, incluyendo el acopio de armamento que recibe de este país y ciertamente sus milicias se han fogueado en múltiples combates en Siria.
En el presente contexto de guerra entre Israel y HAMAS, Hezbolah ya ha participado de enfrentamientos militares limitados contra Israel y en represalia ha recibido ataques de Israel contra instalaciones de Hezbolah en el Líbano.
Estados Unidos ha propuesto, ante la declaración de guerra total de Netanyahu contra Gaza, la apertura de un corredor de seguridad para la evacuación de civiles hacia Egipto u otros territorios aledaños. Lo que encubre la propuesta es que también es un mecanismo para el desplazamiento de más palestinos fuera de su territorio, en un viaje d ida sin regreso. Se produce la propuesta también en momentos en que Egipto se pronuncia por el cierre de los pasos fronterizos para evitar precisamente el éxodo de desplazados que a la larga serían refugiados dentro de su territorio.
Mientras tanto, Israel ha intensificado su bloqueo total hacia la Franja de Gaza y continua un proceso sistemático de destrucción de su infraestructura civil, industrial, comercial, escuelas hospitales y zonas residenciales, creando así una grave e impredecible crisis humanitaria.
Conclusión
Más allá de los objetivos militares de Israel contra HAMAS como respuesta a las operaciones de dicha organización a partir del 7 de octubre, dada la humillación recibida por sus fuerzas armadas, sus mecanismos de seguridad y espionaje y su desarticulación inicial ante los ataques de HAMAS, su gran respuesta ha sido contra objetivos civiles. Ambas partes han tenido cientos de bajas civiles y militares en apenas unos días de combates dentro y fuera del territorio de Gaza. La capacidad operativa de las milicias de HAMAS han demostrado un nivel sin precedente en su lucha contra las Fuerzas de Defensa de Israel en tierra, aunque Israel sigue manteniendo la superioridad en el aire, mar y en la maquinaria de guerra en tierra. Igualmente, hay una desigualdad extraordinaria en la cantidad de efectivos que dispone Israel frente a HAMAS para el desarrollo y continuación de una operación militar total. Después de todo, HAMAS es una organización política que como partido prevalece en un limitado territorio, frente a Israel que es un Estado político que ejerce su control político, económico, social y militar sobre un país.
A pesar de lo anterior, cada golpe dado por cada parte en esa dirección de enfrentamiento militar agravará por los años venideros un conflicto cuya única solución no se encuentra en el plano militar sino en la mesa de negociación entre todas las partes en el conflicto, donde tanto Israel como las organizaciones que representan al pueblo palestino reconozcan el derecho del pueblo palestino y del pueblos israelí a constituir sus correspondientes estados nacionales, con la delimitación de fronteras, a partir de las fronteras existentes al 1967 y los acuerdos de 1947, fecha en que Israel ocupó los territorios que hoy sigue reclamando para sí el pueblo palestino; y la supervisión por parte de la comunidad internacional del respeto a tales fronteras tomando como punto de partida, en una mesa de negociación, el Plan de Partición de Palestina delineado por la ONU de 1947.
Para ello hace falta por las partes en conflicto, no sólo capacidad de negociar, sino la voluntad de alcanzar acuerdos definitivos; como también, el compromiso de la comunidad internacional de un acompañamiento continuo en el proceso de restablecer el espacio necesario para los diálogos correspondientes y el compromiso económico, técnico y asesoramiento en la reconstrucción de la infraestructura destruida por un conflicto de décadas entre las partes. Esa y no otra es la salida al túnel.
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