Escrito por Julio A. Muriente Pérez / Copresidente del MINH
Este artículo, escrito en 2007, fue publicado en el libro Puerto Rico, los condenados de la tierra y otros escritos. Viene al caso, al conocerse la noticia de que el Congreso de Estados Unidos a decidido premiar al regimiento 65 de Infantería por sus ejecutorias pretendidamente heroicas en Corea.
“Héroes Boricuas”
Sitio especial del periódico El Nuevo Día en Internet
En medio del espanto que provocan las guerras a las que nuestra gente es enviada
a matar y morir heroicamente
El primer sargento Julián Inglés Ríos fue sepultado con todos los honores. Su sepelio se efectuó el pasado 13 de agosto en Añasco. Inglés Ríos falleció en Irak, al ser alcanzado por fuego de mortero, según la noticia publicada en el periódico El Nuevo Día. Había sido miembro del ejército de Estados Unidos por treinta y dos años. A la hora de su muerte, a los 52 años, era miembros de la Guardia Nacional. De manera que contaba con apenas 20 años de edad cuando se hizo soldado. Era eso que llaman un militar de carrera.
Según el alcalde de Añasco, Pablo Crespo, Inglés Ríos murió, “…como un héroe defendiendo la patria y la libertad”. Fue el puertorriqueño número 64 que muere en Irak en calidad de soldado de Estados Unidos.
Para María Quevedo su hijo Marcos es también un héroe, “el héroe de la familia”. Marcos acaba de regresar de Irak con vida el pasado 4 de octubre. Al recibirlo en el aeropuerto de Isla Verde, su esposa, Marie Ramos, “orgullosamente hablaba sobre el desempeño de su marido, quien por tercera vez fue enviado al área de combate”.
Marcos Quevedo es miembro de la Reserva del Ejército de Estados Unidos.
Otra fue la suerte de Ricardo Xavier Rodríguez, joven arecibeño de 23 años de edad, quien se convirtió en el puertorriqueño número 66 muerto en Irak y cuyos restos llegaron a Puerto Rico el pasado 11 de octubre.
“Ricardo logró su sueño, él viene de familia militar. Y él dijo que el día que muriera quería morir con las botas puestas y así fue.” Eso lo dijo Dolores Rosado, amiga y portavoz de la familia de Ricardo.
El sargento arecibeño llevaba 5 años en las fuerzas armadas estadounidenses; desde los 18 años. Su padre fue miembro de la Guardia Nacional por más de tres décadas y participó en la invasión de Estados Unidos a Kuwait. Sus hermanos Ronald y Ernesto son igualmente militares. Este último ha sido enviado también a Irak—aunque le fue permitido viajar a Puerto Rico en esos días de luto familiar—al igual que a la novia del soldado muerto, Santa Nieves.
Según el parte de prensa, el día del sepelio de Ricardo la comitiva fúnebre iba rodeada de globos blancos, amarillos y rojos, mientras desde una guagua de sonido se difundía la canción American Soldier.
Maricela Barberi también es miembro de la Reserva del Ejército de Estados Unidos. Acaba de regresar de Irak el pasado 6 de octubre y “…se siente feliz de haber tenido la oportunidad de completar su labor y estar de vuelta en casa, sana y salva”. Maricela, “…quien habla orgullosa de su carrera militar…”, “…se enlistó en el Ejército al concluir su cuarto año de escuela superior motivada, en gran parte, por los ‘beneficios’ que brinda la carrera militar”.
Mientras tanto, el periódico Primera Hora publicó en su edición del 15 de octubre una nota sobre la humacaeña Angélica Reyes, de 44 años, de quien dice que es “…la única mujer puertorriqueña en comandar un batallón de soldados desplegados en pleno escenario de guerra en Irak”. Tras 21 años de servicio militar Angélica, según el titular de la nota, “Sirve con orgullo en tiempos de guerra” pues, como ella misma afirmó, “cuando se integró a la Guardia Nacional lo hizo con orgullo”.
A estos testimonios podemos sumar otros. Cada vez que un grupo es enviado a Irak, o que regresa luego de haber participado en la agresión a aquel país como soldados de Estados Unidos; o cuando se anuncia la muerte de algún boricua en aquel conflicto armado, escuchamos expresiones sobre actos heroicos, cumplimiento del deber, orgullo familiar por el deber cumplido…
Son frecuentes asimismo los casos como el de Ricardo Xavier Rodríguez, hijo y hermano de militares. Para un número indeterminado de familias puertorriqueñas el militarismo se ha convertido en una tradición.
En el País ha ido cobrando forma desde hace décadas una subcultura militar, generadora de una fuerte corriente ideológica militarista que, como es de suponer, se traduce en lealtad política al gobierno de Estados Unidos y a sus aventuras guerreristas. Esa lealtad ideológica y la apología de la guerra y de que los nuestros participen en la misma, se ve fortalecida por los millones de dólares en pensiones y beneficios, que reciben miles de familias puertorriqueñas de parte del Departamento de Defensa estadounidense. Se ve estimulada asimismo por el bombardeo propagandístico a favor del militarismo, al que somos sometidos a través de los medios de comunicación de masas y por funcionarios de gobierno conservadores y “pro americanos”.
Este factor de lealtad ideológica debe tenerse en cuenta al analizar el militarismo en Puerto Rico, particularmente en tiempos en que no existe el servicio militar obligatorio y sobre todo en lo que tiene que ver con los miembros de la Reserva y la Guardia Nacional. En muchos de esos casos, que son buena parte de los puertorriqueños que han sido enviados a Irak y Afganistán, su activismo militar no suele deberse a una necesidad económica urgente, a que la persona está desempleada, o a que no tiene otra opción en la vida.
Ese ha sido el caso del añasqueño Inglés Ríos. A sus 52 años, con una familia constituida y tres hijos criados, ¿qué pudo ir a buscar a Irak, tan importante como para exponer su vida? ¿Qué lo indujo a permanecer 32 años en el ejército que no fueran consideraciones de carácter ideológico, tanto como para exponer así su vida?
Muchos de estos puertorriqueños se han afiliado a las fuerzas armadas de Estados Unidos por convicción ideológica y por afinidad con la milicia. Saben a qué se metieron, le gusta estar donde están y, sobre todo, sienten que están cumpliendo con su deber. Ellos y muchos de sus familiares están convencidos de que ser soldados estadounidense es honorable y que participar en las guerra de Estados Unidos es un acto patriótico.
En lo personal-familiar, muchos de estos puertorriqueños y puertorriqueñas no son víctimas sino que han expuesto sus vida y han comprometido sus existencias voluntaria y conscientemente, convencidos de que están haciendo lo que corresponde y poniendo todo su empeño en ser uno buenos soldados estadounidenses, defendiendo la patria y la libertad.
Son conscientes de los riesgos que se corren, pero han aceptado gustosos. Encontramos en ellos hasta una suerte de espíritu de sacrificio y entrega. De manera que, si regresan sanos y salvos—hasta donde eso sea posible—, heridos o muertos, ellos lo decidieron así. O dicho de otra forma, ellos se lo han buscado gustosos.
Al regresar en un féretro, o hecho pedazos del cuerpo y del espíritu, o real o aparentemente sanos, muchos de esos puertorriqueños y puertorriqueñas son catalogados como “héroes”, y se les llena de medallas y reconocimientos.
¿Son realmente héroes? ¿Habrá algo de heroico en ir a hacerle daño a un pueblo que no es nuestro enemigo, que no nos ha amenazado y que en cambio es víctima de la más espantosa de las agresiones? ¿Qué tiene de heroico, de patriótico o de deber cumplido, servirle de manera entusiasta a un ejército tan abusador, tan destructivo, promotor de campos de concentración, torturador y criminal, como lo es el ejército de Estados Unidos?
Esos puertorriqueños y puertorriqueñas que participan en las fuerzas armadas de Estados Unidos a conciencia, por convicción, con entusiasmo y pretendido patriotismo y que rinden culto a la sumisión y a la lealtad a las fuerzas armadas estadounidenses, son distintos a los muchachos de 18 años, desarraigados de toda posibilidad existencial y material, que se meten a soldados porque no les queda otro remedio; no son héroes, ni son víctimas, ni son carne de cañón, ni personas engañadas por los reclutadores. Denominarles héroes constituye un fraude.
Son utilizados como mercenarios. Sirven como invasores a sueldo. Están del lado del enemigo de la humanidad. Tienen sus manos manchadas con la sangre de cientos de miles de iraquíes y afganos masacrados, de decenas de miles de torturados y humillados. Sobre sus conciencias pesa la complicidad de destruir pueblos enteros y de cometer crímenes espantosos.
En su condición de soldados estadounidenses, se enfrentarán a la resistencia iraquí o afgana que, después de todo, cumple con el deber elemental de combatir a los invasores, aplicando el mismo derecho inalienable que invocamos los puertorriqueños para expulsar de nuestro suelo a los invasores de 1898. Matarán, destruirán, harán daño a otros seres humanos; y también resultarán heridos o muertos, todo por defender una causa tan ajena a nuestros intereses y necesidades.
Claro que nos enfurece saber que la condición colonial prevaleciente produce condiciones tan indeseables e inhumanas y que aun esos y esas que se sienten tan jubilosos de servir a los yanquis, son el fruto del colonialismo. Claro que quisiéramos que nada de esto sucediera y que ningún compatriota fuera utilizado para propósitos tan deleznables.
Claro que aspiramos a que los hijos e hijas de esta tierra alcancen la heroicidad verdadera, que es fruto de la solidaridad y la lucha por la paz y la justicia; que cumplan el deber de ser edificadores de la felicidad; que asuman el patriotismo, como debe ser, con su única patria que es Puerto Rico.
Pero, mientras tanto, no nos llamemos a engaño ni permitamos que abusen de nuestros sentimientos y de nuestra honestidad transparente. Cada cual tendrá que asumir su responsabilidad en esta hora de la historia. Cada cual tendrá que pagar el precio correspondiente por las posiciones que asuma, por los intereses que defienda y por el bando en que se sitúe.
En justicia y para bien del País, hay que reconocer la valentía y honestidad de otros familiares de soldados puertorriqueños que han muerto en Irak, cuyas opiniones, aun en medio de la profunda tristeza que han sufrido, son diametralmente distintas. Ese fue el caso de don Carmelo Román, residente en Quebradillas. El 16 de septiembre de 2005, don Carmelo recibió la terrible noticia de que su hijo Alexis Román Cruz había muerto en Irak, a donde había sido enviado dos meses antes, convirtiéndose en el puertorriqueño número 42 en perecer en esa guerra de agresión. En medio del dolor, don Carmelo fue muy elocuente: “Van a morir muchos, muchos, muchos más puertorriqueños si no sacan a esos soldados de ahí…A veces tú oyes a una persona decir, ‘pero ¿qué le dan ustedes (los puertorriqueños) a Estados Unidos?’ ¿Qué le damos a Estados Unidos? Lo mejor. Lo que vale un tesoro en la vida. Lo que no daría ninguno de ustedes por los millones del mundo. Eso le damos a Estados Unidos…Alguien que me conteste a mí por qué están allí, si allí hay un territorio que no es de ellos, qué buscan. Están buscando el petróleo para el presidente…por un capricho del presidente para apoderarse de todo…”. (…)
Según información publicada en la edición del 12 de octubre de 2007 del periódico Primera Hora, hasta el 11 de octubre de 2007, las fuerzas armadas de Estados Unidos habían movilizado 4,615 soldados puertorriqueños pertenecientes a la Reserva del Ejército y a 7,896 pertenecientes a la Guardia Nacional. A esa fecha, más de 2,400 estaban activos en escenarios de guerra o lugares en conflicto. De estos, 750 estaban en Irak o Afganistán.
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