Escrito por Julio A. Muriente Pérez / Copresidente del MINH
Ponencia presentada el catedrático Julio A. Muriente Pérez en el Simposio Fidel Castro, aportaciones al ideario político latinoamericano . Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe (CEAPR), San Juan, Puerto Rico. 10 de octubre de 2015.
Estimados compañeros y compañeras:
He tenido el privilegio de sostener varios encuentros con Fidel Castro, principal dirigente de la Revolución Cubana y uno de los grandes revolucionarios de los siglos veinte y veintiuno. Algunos, breves y formales; otros, más extensos y distendidos. Los lugares han sido diversos: La Habana—incluyendo una ocasión muy especial en la Misión de Puerto Rico en Cuba al celebrar su 30 aniversario--, Nueva Delhi, Durban y Kuala Lumpur.
El primero de estos encuentros se dio en diciembre de 1971, en ocasión de un evento estudiantil celebrado en La Habana, en mis años de dirigente universitario. El más reciente fue el 6 de octubre de 2005, junto al compañero Edgardo Ojeda, al finalizar el acto multitudinario celebrado en el teatro Carlos Marx de la capital cubana, en denuncia por el asesinato del querido compañero Filiberto Ojeda Ríos y por el acto terrorista contra un avión cubano en Barbados hace varias décadas. Por cierto, ello ocurrió pocos meses antes de que Fidel renunciara a sus cargos en el Partido y el Gobierno y virtualmente desapareciera del escenario público.
Asimismo, he tenido el privilegio de visitar Cuba en numerosas ocasiones desde 1969, año en que viajó a ese país hermano el primer grupo numeroso de boricuas, en abierto desafío al bloqueo económico impuesto por Estados Unidos desde hace más de cincuenta años, en una travesía que nos llevó de San Juan a Nueva York, Montreal, el río San Lorenzo y el océano Atlántico, hasta el puerto de Mariel.
También me correspondió asumir la dirección de la Misión de Puerto Rico en Cuba durante los años 1982 a 1984.
Si a estas experiencias privilegiadas--que como yo han tenido otros compañeros y compañeras-- sumamos la enorme presencia que han tenido Fidel y Cuba revolucionaria en la formación de muchos de nosotros y nosotras como militantes independentistas y socialistas; la solidaridad y el amor profundo que han sido la constante de casi seis décadas de Revolución y aun antes, la historia común de lucha por la libertad que se remonta al siglo diez y nueve, podemos entender el valor que tiene para nosotros y nosotras un evento como este que llevamos a cabo hoy, cuando se conmemora el aniversario 147 del Grito de Yara, en celebración de la vida, la obra y el ejemplo de ese gran revolucionario, de ese extraordinario ser humano que es Fidel Castro.
Permítanme ofrecerles algunas reflexiones sobre este gran ciudadano de América y el mundo.
Se hace harto difícil describir en pocas palabras la dimensión histórica, política, social y humana de Fidel Castro. Si creyera en el destino, diría que ha sido un ser predestinado. Si fuera religioso, pensaría que fue ungido por el Señor. Si creyera en la buena suerte, lo consideraría tremendamente afortunado. Si creyera en el determinismo histórico, pensaría que en cuanto a Fidel, todo ha estado escrito de antemano.
Ciertamente, se trata de un vencedor, de un gran vencedor; de un ser humano profundamente auténtico; de un abanderado de grandes principios éticos y humanos; de un puntilloso creyente y defensor de la dignidad y de la vida; de un revolucionario esencialmente honesto; que celebra triunfos con la misma tranquilidad de espíritu con que reconoce errores y limitaciones; de un hombre altísimamente ilustrado y apologista del conocimiento y la cultura como componentes principales del desarrollo social; de un martiano por excelencia; de un internacionalista insobornable; de un combatiente perseverante e incansable, de un socialista y un comunista del siglo veinte y del siglo veintiuno.
La vida de Fidel ha sido una y muchas vidas. En muchos sentidos su vida y la vida de la Revolución Cubana han sido una y la misma cosa. Esto nos obliga a reflexionar sobre un importante asunto que suele ser objeto de debate entre los estudiosos de la Historia. Tiene que ver con la importancia relativa de los individuos en el desarrollo histórico, vis a vis la importancia de los pueblos como forjadores de la historia.
Alguna corriente historiográfica pretende que el curso de la historia lo determinan ciertos individuos que poseen unos atributos, que resultan decisivos para la vida de pueblos enteros. Suele ser una visión reduccionista, que se conforma con estudiar la vida de héroes o villanos para entender la historia.
Hay otra visión que considera que son los pueblos, las sociedades en su complejidad, conflictos y situaciones diversas, los verdaderos protagonistas de la historia, y que los individuos que sobresalen son sólo circunstancias.
Soy de quienes suscribe la segunda interpretación sobre el desarrollo histórico. Sin embargo, cuando uno estudia la vida de personajes como Fidel Castro, descubre que el asunto es más complejo que la mera enunciación “objetiva” de los hechos. Que hay individuos cuya influencia en los procesos sociales es tan intensa y avasalladora, que cumplen la función de agente precipitante o catalítico, que son una suerte de forzador de situaciones o incluso de constructor de procesos históricos.
Por eso resulta tan apabullante el protagonismo de Fidel en el singular proceso histórico de Cuba, desde finales de la década de 1940 hasta nuestros días: desde sus años de estudiante universitario; como joven conspirador; enfrentando la dictadura batistiana al punto de organizar y dirigir una acción armada de la dimensión del ataque al cuartel Moncada; como eficaz promotor de un ideario, aun desde la prisión; como planificador-organizador-ejecutante de una expedición internacional; como dirigente y estratega político-militar de una guerra de guerrillas; como jefe de un proceso político inédito, de alcance revolucionario, contra todos los designios imaginables; como líder indiscutido del Tercer Mundo y más allá…
En su visita a Cuba en 1960, la gran escritora francesa Simone de Beauvoir afirmó que, “la originalidad de la Revolución reside en que hace lo que debe hacerse, sin preocuparse por definir una ideología a priori”.
No es que los pasos de Fidel en distintas etapas de su vida hayan carecido de consideraciones ideológicas. Lo que uno descubre al estudiar su vida y al estudiar simultáneamente la historia de la Revolución Cubana, es que no ha habido un recetario, que no ha habido una guía precisa y calculada. Incluso podemos encontrar ingredientes de improvisación, de voluntarismo o de actitud temeraria en este grupo de cubanos y cubanas tremendamente jóvenes, cargados de vitalidad y patriotismo y con una envidiable dosis de valentía y arrojo, que entregaron vida y hacienda por un propósito libertario, y alcanzaron su objetivo.
En efecto, y contrario a lo que alguna vez hayamos podido pensar, si bien es indispensable educarse intensa y profundamente para ser un luchador eficaz y pertinente, no hay libros de instrucciones para echar a andar un proceso revolucionario, mucho menos para alcanzar la victoria. Hay mucho de impredecible, de fortuito y sorpresivo. Pero eso sí, teniendo siempre oído en tierra, estando en sintonía con el palpitar del pueblo y la sociedad de que se trate. Es ahí justamente donde se produce la síntesis entre el dirigente, la organización y las masas.
Lo que nunca ha habido en Fidel ni en los edificadores de la Revolución Cubana es indiferencia o resignación, pesimismo o sentido de impotencia. Por el contrario, la vida de Fidel irradia permanentemente un gran sentido de confianza propia, una sólida autoestima, una seguridad enorme en el porvenir.
No debe pasar inadvertido que Fidel proviene de una familia burguesa, que su padre era una gran terrateniente y que su educación formal se dio en colegios religiosos. Asimismo, que se crio en el campo, relacionándose con campesinos y obreros, que se desarrolló como un gran atleta en diversas disciplinas y que se involucró en la lucha política, por así decirlo, dura, desde muy joven. Consideremos nada más que al ocurrir el asesinato del dirigente progresista colombiano Jorge Eliecer Gaitán en Bogotá, el 9 de abril de 1948, allí se encontraba Fidel en calidad de dirigente estudiantil, organizando el Primer Congreso Estudiantil de América Latina; en medio de aquel torbellino, incluso señalado por el gobierno colombiano como culpable de aquellos hechos violentos; y que contaba con apenas 21 años. Que cuando planificó y dirigió el ataque al cuartel Moncada contaba con apenas 26 años. Que levantó la bandera de la solidaridad con la independencia de Puerto Rico, como dirigente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) contando con apenas veinte años de edad.
Indica Claudia Furiati, en su libro Fidel Castro, La historia me absolverá, lo siguiente:
“En enero de 1947, Fidel se volvió un activo defensor de la independencia de Puerto Rico y presidente del Comité Pro Democracia Dominicana en la universidad.” (página 103)
Añade la autora que estando Fidel en Bogotá poco antes del asesinato de Gaitán, respondió al ataque verbal de uno de los asistentes a una reunión con representantes sindicales afirmando y que “…declaró que su identidad era la de los pueblos oprimidos, como Puerto Rico, Panamá y Cuba…”. (página 124)
El triunfo de la Revolución Cubana, el primero de enero de 1959 estremeció nuestro continente. Para el gobierno de Estados Unidos, virtual dueño de Cuba desde que la tomó como botín de guerra en 1898, aquello era inadmisible. Por eso la actitud de Washington fue intolerante desde un primer momento. Más aún cuando la Revolución se proclamó socialista, por voz de Fidel, en abril de 1961, en víspera de la invasión mercenaria por Playa Girón. Esa hostilidad dura hasta nuestros días; pero no le ha quedado otro remedio al gobierno de Estados Unidos que reconocer a la Revolución Cubana y a Fidel como invencibles.
Aquella no habría de ser sólo una revolución económica o política. Sería a la vez una revolución de valores e ideas, de paradigmas y sueños, de visiones de mundo y aspiraciones. El intérprete por excelencia de esa nueva cosmovisión liberadora lo fue Fidel. Por más de cinco décadas Fidel y otros dirigentes de la Revolución han efectuado peregrinajes mundiales en todas direcciones, llevando ese mensaje de la posibilidad y conveniencia del cambio, de las ideas de la democracia, la libertad y la felicidad desde la perspectiva del socialismo y de que otro planeta mejor es posible. Llevando solidaridad, comprometiéndose con las luchas de esos pueblos, ofreciendo lo mismo médicos que soldados, en una de las muestras más fabulosas de lo que son la solidaridad y el internacionalismo.
Muchos, diversos y complejos son los procesos que se han dado en Cuba durante los pasados cincuenta y cinco años. Si bien el impacto inmediato de los mismos ocurre en la Antilla mayor y entre el pueblo cubano, una constante de todos esos años es la irradiación, el impacto y la influencia de la Revolución Cubana en los pueblos de Nuestra América y en todo el planeta. Cuba ha sido para muchos un modelo a seguir para superar y trascender la condición de dominación y explotación que producen el colonialismo y el neocolonialismo. A su vez, los dirigentes de la Revolución Cubana han logrado trascender la geografía de 110,922 kilómetros cuadrados, para convertirse en dirigentes reconocidos por millones y millones de personas en todo el mundo. A la cabeza de estos, Fidel.
Precisamente por eso podemos afirmar que a las alturas del siglo veintiuno, Fidel Castro es un ícono de nuestro tiempo, ejemplo y fuente de inspiración. Eso, que es cierto para tantos, lo es asimismo para los independentistas y socialistas puertorriqueños, habida cuenta de que para Fidel, la solidaridad con la causa de la autodeterminación en independencia de Puerto Rico ha sido, desde su temprana juventud, una prioridad de primer orden.
Digo, finalmente, que somos privilegiados y privilegiadas pues en este momento en que evocamos la figura de Fidel, de la Revolución y de su pueblo, este querido compañero se mantiene, en esta etapa de su vida, con la guardia en alto, atento a cuanto acontece, llamando, como siempre, a cada cosa por su nombre, impulsándonos a continuar batallando, con optimismo y seguridad en el futuro.
Que si alguna lección nos ofrece hoy Fidel, es que hay que dar la batalla cada día, hasta el último de los días. Cada cual según sus posibilidades y capacidades. Que no se vale no hacer; que no se vale no luchar. Que hay que creer categóricamente en el porvenir, que es el porvenir de cada cual y de todos y todas. Que quedan demasiadas cosas por hacer; que es mucho lo que nos falta por avanzar; que es a nosotros y nosotras y no a otros a quienes corresponde esa gran tarea. Que se vale el cansancio, pero no la rendición ni la resignación.
Por eso esta actividad no es un ejercicio nostálgico, que se conforma con evocar el pasado desde el pasado. Por el contrario, intentamos comprender e interpretar el pasado desde el presente, prestos a contribuir en la forjación del futuro. Así seremos como Fidel; y ese será el mejor homenaje que podremos brindarle.
Muchas gracias.
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