Escrito por Julio A. Muriente Pérez / MINH
Presentación del libro Perspectivas, de Fufi Santori. 12 de enero de 2010, Colegio de Abogados, San Juan. Publicado como homenaje a este gran compatriota, fallecido el 2 de abril de 2018.
Lo más inesperado que hubiera podido ocurrirme en este diciembre que se ha ido con el año, fue que mi admirado compatriota y amigo Fufi Santori me llamara para pedirme que presentara su libro Perspectivas. Fue una llamada hecha a prisa. El ruido al otro lado del teléfono era ensordecedor. Resulta que Fufi estaba en el hipódromo, y se le ocurrió llamarme en ese instante y desde ese lugar que, luego me he enterado, frecuenta asiduamente.
La sorpresa fue grande, como gran sorpresa fue que me dijera que le había tomado varias semanas decidir a quién invitar a hacer esta presentación y que finalmente se había decidido por este servidor, por razones que aún no me están del todo claras, aunque imagino que tienen que ver con ciertas coincidencias esenciales de carácter ideológico más allá de lo estrictamente político, en lo que evidentemente nuestros pareceres van tomados de la mano.
Lo que quizá Fufi no tuvo en consideración al tomar esa decisión no exenta de riesgos, fue la significación emblemática y existencial que su persona tiene para este arecibeño obstinado en serlo a pesar de la distancia y de los rumbos que la vida impone.
Debo confesar que respeto y admiro a Fufi desde que era un niño. Que mi madre me llevó en 1959 al juego en el que los Capitanes de Arecibo ganaron su primer campeonato de baloncesto. Que en esa edad temprana y en los años siguientes—en 1959 contaba yo apenas ocho años—algunos de mis héroes deportivos eran, Fufi Santori y su tiro de palangana, Eduardito Álvarez, Johnsito Padilla, Bill McCadney, Moisés Navedo, Ramón Siragusa, Jaime Frontera, Sitín García y otros jugadores de los Capitanes cuyos nombres olvido en este instante.
Con el tiempo, ser Capitán y ser Lobo se han convertido para mí, más allá de cualquier consideración, en una necesidad existencial, en un asidero que agrada y da sentido. Como el setí y la costa brava de la Víspera del hombre. Como el Paseo Víctor Rojas y los boleros de Cheíto González.
Entonces yo desconocía, aparte de esa referencia deportiva, quien era Fufi Santori Coll. Y confieso que, si ahora le conozco un poco más, es por lo de autobiográfico que tiene este libro y por lo generoso que ha sido el autor al dedicarlo precisamente a quienes han sido en su vida sus dos grandes amores que le han inspirado, su abuelo Cayetano Coll y Cuchí y su madre Edna Coll Pujol.
Hay un problema con este libro. O más bien con el autor. Problema que es virtud y que debiera ser aspiración de todos. Fufi está poseído por un innegable espíritu enciclopedista. Ansiosamente quiere saber de todo, escribir de todo, opinar sobre todo. Se niega irreverentemente a ser neutral, a dejar pasar por alto, a guardar silencio. Quiere que cada uno de nosotros y nosotras sepamos qué piensa, cuáles son sus principios ideológicos, políticos, éticos, humanos.
Yo no sé si los dueños del periódico El Nuevo Día sabían lo que les venía encima cuando en 1988 accedieron a publicar la primera columna de Fufi y luego, quizá al no quedarle otro remedio, cuando le publicaron decenas de columnas en la sección Perspectivas, durante los años 1990 a 2009. Lo cierto es que gracias a esa decisión, Perspectivas se convirtió en tribuna para Fufi Santori Coll y gracias a ello, hoy tenemos este libro en nuestras manos.
Esa manera de producir libros de quienes escriben continuamente sobre mil cosas y luego juntan numerosos escritos y los consolidan en una sola edición, es típica de personas que viven intensamente, día a día, inquietos por cuanto acontece. De forma que cada fracción de este libro es un documento en sí mismo, concebido en un determinado momento y en fecha distinta para dejar establecida una posición. Este libro consta, entonces de decenas de opiniones sobre innumerables asuntos, entrecruzadas en el ir y venir de más de dos décadas con una franqueza y un atrevimiento que saca de paso a cualquiera que insista en guardar las formas.
Este es un libro controversial, en el mejor de los sentidos. No está escrito para que coincidamos de antemano con el autor, sino para que platiquemos y debatamos con amistad y firmeza. Revela a un ciudadano de su época, que va trascendiendo para convertirse en ciudadano del presente y el porvenir.
Por eso, en lugar de conformarme con hacer aquí, ante ustedes, una simple apología o abrumar con elogios al autor como suele hacerse demasiadas veces en circunstancias como ésta, he preferido agarrar el toro por los cuernos y entrar gustoso al debate de ideas al que Fufi nos convoca y nos provoca, pues radica ahí, sin duda, el valor mayor de este trabajo suyo de varias décadas.
Tan multitemáticas son estas casi cien columnas escritas por Fufi en la sección del periódico El Nuevo Día, Perspectivas, que están subdivididas en once grandes temas: ética, educación, historia, política, sociología, nacionalismo, economía, humanidades, deporte, Vieques y el tren. Antes, encontramos su primer artículo, publicado el 24 de noviembre de 1988, hace ya más de veinte años.
¿Cuáles son algunas de sus ideas, de sus pareceres, de sus inquietudes? Vayamos a las páginas del libro.
En 1988—año electoral— Fufi se proclamaba pipiolo de papeleta entera. Era un pipiolo “ideológico”, que decía haber votado “…por el partido que tiene la independencia en su plataforma”.(viii) Pero su incomodidad fue grande, al punto de catalogar la campaña electoral de ese año como la, “…de menos calidad ideológica en la historia política de Puerto Rico”.(vii) Y llegó al punto de sugerir la disolución del PIP y su conversión en un Partido de Unión Nacional que priorice en combatir el asimilismo y la estadidad porque, en su opinión, “…hace tiempo que el colonialismo dejó de ser el enemigo principal de nuestro pueblo”.(ix)
Más de dos décadas después, valdría la pena investigar cuál ha sido el rumbo de ese partido político, qué ha sido del movimiento anexionista y cómo debemos interpretar la importancia relativa del anexionismo y el colonialismo en nuestra Patria.
De hecho, en la introducción del libro escrita veinte años más tarde el autor considera que la estrategia del PIP “es equivocada”(5) y que en lo que debe concentrar el independentismo es en “destruir el mito de la ciudadanía americana”(5) y alcanzar “el reconocimiento internacional de la ciudadanía puertorriqueña”.(5)
La visión ética del autor se fundamenta en la afirmación del filósofo alemán Immanuel Kant, que llama a actuar “de manera que tu conducta pueda ser ejemplo para todos los seres humanos”.(7)
Fufi rechaza la pretendida ética basada en el castigo, el temor o la obediencia y por eso difiere de la visión dogmática del Paraíso Terrenal o de la desproporción del castigo de Dios a Adán y Eva, como le fue enseñado en su niñez, en el Colegio Santo Tomás de Aquino. Porque, nos dice, “La educación no puede basarse en mandamientos, dogmas o leyes”.(2000-13) Por lo mismo se proclama abanderado del amor, la libertad y la justicia, en el carácter voluntario y espontáneo de la buena conducta y en hacer las cosas porque se quiere, no porque se debe.
Va más allá, y nos propone, “…una ética humanista basada en la concepción de un hombre bueno, todo lo contrario a la imagen de un pecador expulsado del Paraíso”.(2000-14) Son evidentes sus diferencias con los fundamentos judeocristianos a los que fue sometido en la primera etapa de su vida. En todo caso y para escándalo de los puritanos, se atreve a decir que “Cristo fue el primer comunista”. (1997-109) Pues, “Cuando instó a sus discípulos a dejarlo todo y a seguirlo, estableció que los bienes materiales son innecesarios para vivir felizmente”. (1997-109)
Su sabiduría llega más lejos aún, al traer a colación la que probablemente es la mayor de las contradicciones históricas de la humanidad, la que tiene que ver con la propiedad. Su juicio profundo y radical—porque, no lo dudemos, Fufi es un radical, es decir, va a la raíz—su juicio profundo y radical lo expresa de manera sencilla: el concepto de propiedad es aprendido desde niño, lo que lleva a que “no puede imaginarse una vida feliz sin pertenencias”. (2001-15) O lo que es igual, la propiedad como gran valor social acaba reduciendo la razón de vida a esta genial expresión, “yo soy yo y lo mío”.(2001-15)
Esa es la otra ética, la que hace de la posesión de bienes una virtud. Pero su madre, nos dice, le educaba en preceptos totalmente diferentes. “Todo lo mío es tuyo”(2001-16), nos cuenta Fufi que le decía doña Edna, orientándolo amorosamente en la idea de compartir en lugar de competir.
El autor critica, consiguientemente, al “…mundo de competencia feroz…’.(22) En el que, “…el prójimo deja de ser objeto principal de nuestros afectos convirtiéndose en algo que amenaza nuestros intereses y nuestro bienestar”.(22) Y en su canto recurrente a la bondad, nos dice que “Ser bueno es querer y ser querido”.(23) Así de sencillamente. Porque, “es bueno ser importante, pero más importante es ser bueno”.(23)
En lugar de “In God we trust”, Fufi sugiere que se imponga la confianza—trust— en el prójimo, es decir, “En el de carne y hueso”.(2002-27) Irreverencia aleccionadora ésta del autor, que no pierde ocasión para tumbar de su sitial a ancestrales corderos de oro con pies de barro.
No queda la menor duda. Fufi es un gran educador, de esos que interpretan y disciernen, de los inconformes, exigentes y comprensivos, de esos para quienes ser culto y saber es una de las más grandes expresiones de felicidad. Un puñado de frases resumen su pensamiento al respecto:
“Saber más es ser más”.(31)
“Enseña quien sabe”.(31)
“…importa también que el estudiante quiera aprender”.(31)
Una de sus preocupaciones mayores tiene que ver con la indiferencia a la que conduce el deterioro del conocimiento como valor y aspiración; los jóvenes que no leen; que si leen es para memorizar, para pasar un examen y luego olvidar.
“Mucho español, mucha lectura y menos televisión”(1997-38), es una de las recomendaciones del autor a nuestra juventud.
Ello se agrava, nos dice el autor, al desarrollarse muchos de nuestros niños y jóvenes en un ambiente de violencia, que conduce a la carencia de sofisticación cultural y de sensibilidad por la belleza. Al rendírsele culto a la fuerza bruta desde temprana edad, el fruto son, nos dice Fufi, unos gorilitas, proceso degenerativo que ocurre particularmente entre los varones.
La crítica que hace el autor al falso bilingüismo que prevalece en nuestro sistema educativo, viene acompañada de una reflexión interesante y por ello no menos controversial.
Al querer establecer el contraste entre la agresión cultural-lingüística iniciada en 1898 con la invasión militar estadounidense y la dominación colonial española—1493-1898— el autor afirma que, a diferencia de la lengua y la cultura de los nuevos colonialistas, “…la presencia y autoridad del europeo no amenazaba ni al lenguaje de los puertorriqueños, ni sus ideas y cultura”.(1993-51) El español era “extranjero culturalmente afín”(51) y por consiguiente “…menos oneroso y peligroso para la familia criolla y su identidad hispana”(51), afirma Fufi.
Escribe en 1997 lo siguiente: “…el yugo anglosajón es peor porque amenazaba nuestra cultura y lo que luego habría de ser nuestra nacionalidad puertorriqueña”.(1997-67)
En ese sentido, advierto contra la idealización que pudiéramos hacer de la España imperial y colonial, en el afán de enfrentarla a los nuevos amos del ‘98.
Lo cierto es que, en su origen, el castellano fue tan lengua de conquista como el inglés y el catolicismo tan religión de conquista como el protestantismo. Si somos hispanohablantes no es gracias a ningún gesto filantrópico de la corona española, que en todo caso nos impuso su lengua, como nos impuso su religión y sus costumbres, no para hacernos más cultos sino para dominarnos más efectivamente.
En todo caso, el referente histórico de nuestro castellano es Nuestra América, pues ha sido a pesar y no gracias a España que somos nación, que somos puertorriqueños. Nuestro español, en cuanto vernáculo, es el de la América que ha luchado por existir y ser libre; no el de la metrópoli que, si por ella hubiera sido, todavía regentearía su imperio en América. Ni España, ni Inglaterra, ni Francia, ni ninguna potencia imperial europea vinieron a América a forjar pueblos, culturas y nacionalidades. Ello ha sido el fruto justamente de la lucha contra el colonialismo europeo, de manera que las coincidencias lingüísticas y culturales son incidentales e involuntarias y las mezclas raciales son la consecuencia de la explotación y la injusticia. No por casualidad llamaba el Padre de la Patria, Betances a España, no con demasiado cariño, la madrastra patria.
Si hay que agradecer o reconocer a alguien, es a nuestros pueblos que se han ido forjando al calor de siglos de dominación extranjera y son esencialmente victoriosos a contrapelo de esa dominación de siglos. Nuestros pueblos se apropiaron de las lenguas de la conquista y las convirtieron en sus vernáculos. Se apoderaron de las religiones y culturas de los conquistadores y las hicieron suyas. Todo ello lo transformaron y le imprimieron una personalidad propia y diferenciada; americana.
En fin de cuentas no olvidemos que a través de la historia los conquistadores no se dedican a conquistar almas ni a propagar lenguas y culturas. Los conquistadores, en la lengua, cultura o religión que sea, se dedican a conquistar riquezas, plata, oro, petróleo, bosques, tierras…
De manera que si defendemos el español—como debemos hacerlo— lo hacemos porque ha devenido de lengua de conquista en eje de una nacionalidad y una cultura, la de los puertorriqueños y las puertorriqueñas, forjada al calor de la lucha anticolonial y por la existencia misma.
Por cierto, me llamó la atención que en la ilustración de la página 53 en defensa del español frente al inglés, el boricua abanderado, al seguir la ruta en favor de su vernáculo toma el camino de la derecha y no el de la izquierda. Ha sido seguramente la influencia de la religión en el ilustrador, por aquello de que, contrario a la realidad político-cultural puertorriqueña, el camino a la salvación del alma, según nos han dicho, es el de la derecha…(¡!)
A ratos Fufi pareciera mostrarse pesimista, con un dejo de fatalismo que debe consignarse. Como resultado de la invasión de 1898, afirma en 1997 que sufrimos una “…enfermedad espiritual que le ha destruido el sistema inmunológico de su conciencia”.(62) Nos presenta a los puertorriqueños como “figura débil y decadente”(63), “hombres y mujeres atemorizados”(63), pueblo “castrado espiritualmente”(63). Y ha dicho más, a mi modo de ver con cierto grado de injusticia, en 1995: “A mediados de este siglo los puertorriqueños iniciaron la entrega de sus ansias libertarias, su patrimonio cultural y su hacienda”.(1995-64)
En 1993 Fufi nos recordaba que “La historia es importante”.(1993-57) A lo que yo añado que la importancia del estudio de la historia va atado con la importancia de la interpretación que hagamos de la historia. Pues el estudio de la historia es primero que todo ideología, paradigmas, visión de mundo, interpretación desapasionada.
Sobre ese particular encontramos en este libro varios ejemplos de interpretaciones que sin duda han de mover a los futuros lectores a reflexiones detenidas y discusiones intensas y enriquecedoras. Veamos algunos casos:
Refiriéndose a la fecha de la invasión estadounidense, 25 de julio de 1898, nos dice Fufi: “Para colmo, unos puertorriqueños desvergonzados, bochornosamente quisieron glorificar esa fecha escogiéndola como el Día de la Constitución y del Estado Libre Asociado. Por esas cloacas navegaba y todavía navega su dignidad”. (1997, 68)
Al atender el tema de la Resolución 748 (VIII) de la ONU que legitimó al ELA a instancias del gobierno de Estados Unidos, Fufi es sin embargo condescendiente con esos mismos personajes de la colonia: “Avalaron ese embuste oficiales boricuas que se habían impuesto el sacrificio del silencio”. (2001. 70)
Antes, en 1994, fue contundente al describir la Constitución del ELA como “un gran fraude”, “una caricatura jurídica”, “fruto de una conspiración” y llama a combatirla y a denunciarla.
Pero aun antes, en 1992, afirmaba el autor que “Nuestra democracia es un ejemplo para todas las democracias del mundo incluyendo la de Estados Unidos…”. (1992-140)
Al referirse a Luis Muñoz Marín nos dice que “sufrió una desviación ideológica” (1998, 75), que le distinguieron “…la honradez y el sentido de justicia.” Y que su mejor legado fue “…su estilo pulcro de administrar la cosa pública…”. (98-76)
Pero entonces culpa a Muñoz del engaño del ELA y exculpa a Estados Unidos, adjudicándole al líder colonialista poderes de los que simplemente carecía por razones inherentes a su función política colonial: “¿Quiénes nos engañaron? Decir que fueron los Estados Unidos es una mentira. Muñoz Marín era un gallo jugao. Él sabía exactamente lo que hacía y lo que había”. (98-77). Ese mismo año el autor expresaba, al referirse a la victoria electoral del PPD en 1948, que, “Fue entonces que Muñoz Marín, dueño y señor de la voluntad general de este pueblo decidió descartar la independencia como solución al estatus colonial que padecían los boricuas”. (1998-131) Insistirá en esa posición poco después, al afirmar que “La verdad es que el archipiélago de Puerto Rico pertenece a los Estados Unidos de América. Luis Muñoz Marín decidió que ése era nuestro destino en 1948 y sus esfuerzos de reivindicación en 1952 y en años siguientes, no bastaron para cambiar esa relación política de inferioridad…”. (1999-126) Fufi incluso llama a Muñoz “…el máximo líder político de una nación…” (2009-79). Pero antes lo había tachado de traidor: “…ese Partido Popular…se fundó sobre el pensamiento de un Muñoz Marín independentista y socialista; que su rechazo cruel y tajante a la independencia de Puerto Rico fue una traición a un ideal…”. (1998-95)
Ese espíritu cargado de paradojas lo encontramos también en Fufi al opinar sobre la violencia como método de lucha política. En 1993 afirmaba tajantemente que, “Toda mi vida he rechazado la violencia como medio para liberar a Puerto Rico…cuando unidos cantamos La Borinqueña y otros independentistas alzan el puño y recitan los versos de Lola Rodríguez de Tió hablando de un cañón, yo ando por ‘el jardín florido de mágico primor’…Odio las guerras. Todas”.(enero 1993-175)
Pocos meses después, sin embargo, anunciaba que “Hoy, 30 de octubre, nos reuniremos en Jayuya donde en 1950 se escribió con sangre el acta de nacimiento de la nación puertorriqueña”.(1993-185) Y en 1998 nos dice Fufi que, “La revolución armada nos liberó por muy poco tiempo, pero esa cruzada patriótica hizo de ese 30 de octubre el día más importante en nuestra historia”. (1998-93)
Les decía al principio que el contenido de este libro es controversial y polémico, pues recoge todo un arcoiris de ideas y pareceres sobre los cuales no se puede permanecer indiferente.
Hay un par de asuntos que toco a vuelo de pájaro y que me parecen importantes. El primero tiene que ver con juicios en los que peligrosamente el autor maneja criterios deterministas que se alejan del análisis científico, para explicar diversos hechos.
Por ejemplo, aplica el determinismo climático cuando define a Puerto Rico y a los puertorriqueños como, “…una nación formada por personas influidas por un bondadoso clima tropical que nos ha hecho alegres, generosos y pacíficos”. (xi) O el determinismo geográfico, al decir que, “…Puerto Rico es un archipiélago feliz”. (xi) O el determinismo racial, al afirmar que “…exponemos lo mejor de esas razas en nuestro carácter” (xi); o que lejos de ser agresivos o violentos demostramos, “…la mansedumbre de ese cordero que nos representa en el pabellón de nuestro San Juan…”. (xi) O al decir que Barack Obama es un hombre inteligente que posee una “…personalidad intrínsecamente revolucionaria por el color de su piel”.(6) O al decir que los puertorriqueños somos gente ”…alegre, buena y pacífica…”, sólo porque, “…somos bendecidos por un clima bondadoso los 12 meses del año”. (2002-27) O el determinismo de género, al referirse a los roles de la mujer y el gorilismo: “Quedan atrás los deberes que le eran prioritarios como el de cocinar, coser y el cuido del hogar. Esa personalidad gentil y amorosa, atribuible a su instinto maternal sufre cambio…”. (1992-44)
El otro asunto tiene que ver con la manera diversa como el autor caracteriza a Estados Unidos, lo que resulta importante tratándose Puerto Rico de un país que ha sostenido una larga y conflictiva relación de más de ciento once años con esa nación.
Le llama, “…la democracia más poderosa del mundo…” .(1993-57)
Tras la conquista de 1898, afirma, “los Estados Unidos faltaron a los principios e ideales que son su razón de ser como república constitucional y democrática.”. (1997-68)
Pero también nos recuerda que, “Los estadounidenses—tan imperialistas como los españoles—…”. (1998-75)
Que, “Invadidos por un ejército que representaba un gobierno democrático, el 25 de julio de 1898 pensamos que lo que había entrado por Guánica ese día era precisamente la democracia”. (107)
Que, “Los Estados Unidos han guerreado urbi et urbi…Lo han hecho por el bien de la humanidad…”. (1999-273)
Ahora bien, el autor tiene muy claro quienes son los malos. “Los malos—nos dice Fufi— son esa pandilla de inescrupulosos que dirige el aparato económico-militar estadounidense y que sirve en nombre de la libertad y la democracia los intereses de un capitalismo imperialista empeñado en dominar al mundo. Sus protagonistas son las corporaciones multinacionales, sus poderosas fuerzas armadas que disponen del mayor de los arsenales atómicos y ¡claro!, los angelitos de la CIA y el FBI”.(1994-101-102)
Fufi Santori ha invertido muchas de sus más caras energías en la reivindicación de la ciudadanía puertorriqueña y en rechazo a la imposición de la ciudadanía estadounidense de la que fue objeto el pueblo puertorriqueño en 1917. Su posición, expresada continuamente y materializada en una lucha tenaz, es clara y transparente: “Nuestra realización como seres humanos no se logra con ciudadanías extranjeras, matriculándonos en el american way of life o enchufándonos al cable de la globalización y dejando que las bendiciones del neoliberalismo desciendan sobre nuestras cabezas como si fueran manifestación del Espíritu Santo”. (1998-96)
Para el autor está claro que existe un, “…antagonismo irreconciliable entre la nacionalidad puertorriqueña y la ciudadanía americana” (1990-171); y que “…renunciar a la ciudadanía de los Estados Unidos adelanta la lucha por nuestra independencia”. (1997-98)
Por eso, Fufi encabezó una campaña dirigida a promover la renuncia masiva de ciudadanos puertorriqueños a la ciudadanía estadounidense, en la que tuvo coincidencias y diferencias con algunos sectores del independentismo, siempre respetando y esforzándose por armonizar esa variedad de opiniones y formas de adelantar ese propósito patriótico.
“El 15 de julio de 1993 acudí a la Secretaría del Tribunal General de Justicia en Aguadilla para radicar allí una declaración jurada en la que formalmente renunciaba a la ciudadanía de los Estados Unidos…”. (169)
“El puertorriqueño no puede ser un hombre libre,—sentenció—capaz de pactar con nacionales de otros países, mientras no sea ciudadano de su nacionalidad; a menos que esté dispuesto a dejar de ser puertorriqueño. Y eso no es hacerse libre”. (105)
Ahora bien, digo yo, la libertad y la felicidad se manifiestan tanto en el espíritu como en la materialidad del individuo y la sociedad. Fufi critica al ELA porque, “Sus logros han sido en el orden material…” que a ido, “…acompañado de unas enormes manchas sociales como la criminalidad, las drogas y la corrupción administrativa”.(1991-115) Siendo esa materialidad la que ha facilitado el predominio del colonialismo, para que nuestra propuesta ciudadana y nacional pueda triunfar, para que la libertad y la felicidad puedan prevalecer, debemos unir la dignidad que ello supone, con una materialidad superior, justa, distributiva y solidaria, No basta con el discurso de la dignidad y los principios. Hay que proponer asimismo una patria-cuuidadanía-nacionalidad material que sea superior en todo sentido a la colonia material.
Fufi coloca en el banquillo de los acusados tanto a la ciudadanía “americana” como a la “unión permanente” e impugna la idea falaz de que constituyen, “…factores indispensables para la vida feliz del pueblo puertorriqueño”. (1996-122)
En cambio deja establecido que, “…la dignidad del puertorriqueño está íntimamente relacionada con su nacionalidad, la misma que ha sido ultrajada por los invasores desde que nos adquirieron como botín de guerra y muy particularmente en 1917 cuando nos desnacionalizaron haciéndonos ciudadanos americanos”.(1999-126)
Refiriéndose a los puertorriqueños y puertorriqueñas que habían juramentado su renuncia a la ciudadanía americana en 1993, Fufi señalaba con orgullo inocultable que, “Los juramentados somos un grupo muy exclusivo de independentistas al cual no puede pertenecer nadie—por más patriota que sea— que no haya juramentado su renuncia a la ciudadanía americana”.(1993-185)
Yo me sentí inevitablemente aludido, pues fui de quienes nos personamos al teatro Liberty—Liberty, para más seña— de Quebradillas el 19 de diciembre de 1993 a renunciar a la tal ciudadanía americana y a adquirir mi pasaporte de ciudadano puertorriqueño, el mismo que algunos tacharon de simbólico sin entender que con símbolos, imágenes y abstracciones es que se edifican la conciencia y la seguridad en el porvenir. Aquí lo tengo, Fufi, a mucha honra. Es el número 00332 (¡!).
Estoy convencido de que la aportación más importante de este libro al País son sus reflexiones tan del corazón sobre consideraciones éticas y morales; esas que tienen que ver con el comportamiento y las relaciones humanas.
Aun a riesgo de parecer ridículo en esta sociedad tan peligrosamente decadente, el autor nos dice que, “Uno es feliz en función del prójimo. O sea, se es feliz haciendo felices a los demás. Y eso es todo un gran propósito de vida”. (147)
Adquieren un gran valor sus opiniones sobre la competencia como filosofía de vida en esta sociedad; la idea de ganar y perder; la nefasta combinación de triunfo y agresividad; la conversión del otro en adversario; la hostilidad y la violencia como formas de comportamiento normal; el hogar como punto de partida de la actitud criminal; el impacto mediático en el comportamiento social; la sensibilidad como antítesis de la agresividad; la contradicción entre materialismo y felicidad; el lujo, la moda y el despilfarro como pretendidos valores sociales; la falsa idea del progreso; las agencias de publicidad y la fabricación de necesidades, anhelos y caprichos;
“Nuestra sociedad es un mar de malos ejemplos…” (1995-168), sentencia con profunda preocupación. “Cada día que pasa me convenzo de que los puertorriqueños debemos progresar menos para vivir mejor”, añade con un dejo de picardía (1995-217). “Por eso, no basta con ser sabio, importa mucho ser bueno” (219), nos advierte.
Quiero completar esta travesía por los ochenta y tantos artículos que componen el libro Perspectivas refiriéndome a algunos de ellos que son realmente emblemáticos. Escuchen ustedes.
Fufi considera que el boxeo es una “aberración” (2009-67), y tacha de “enfermo mental” a quien disfruta golpeando o siendo golpeado. Lo define como “…la violencia legalizada” (1994-259) y hasta llega a afirmar que, “Una sociedad que patrocina el boxeo sufre un serio trastoque de valores…”. (1994-259)
Al mismo tiempo, Fufi es muy consciente del carácter conflictivo de la llamada soberanía deportiva, mientras el País carece de soberanía política.
Aquí surge otra paradoja. Luego de todo lo dicho sobre el boxeo, resulta, según nos narra el autor, que, “Nuestro comité olímpico ejerció su soberanía deportiva (en 1980, cuando Estados Unidos llamó a boicotear las Olimpiadas de Moscú) y nuestra nación desfiló en el Estadio Lenin para orgullo de los puertorriqueños que fuimos representados en la competencia por los boxeadores Mercado, Molina y Pizarro”. (2009-268)
Pero los artículos más increíbles e incluso reveladores de que estamos ante un ser humano transparente, son “El juego”, publicado el 31 de mayo de 1997 y “El séptimo mandamiento”, publicado el 22 de abril de 1995. Las confesiones que nos hace Fufi son fascinantes.
Nuestro personaje va al hipódromo desde los siete años. A los nueve años jugaba póker “de a chavo” con los amigos. Su abuela jugaba a los caballos, lotería y bolita.
Comulgaba los domingos y era monaguillo en el Colegio San José, donde se encargó de corroborar con el cura que no era pecado jugar. Ni siquiera pecado venial.
Fufi jugaba también a las picas, pero le cansaba ver los caballos de madera dando vueltas. Tampoco jugaba a la ruleta ni en las máquinas traganíqueles.
Ahí no queda la cosa. No sé si actualmente lo hace, pero al menos en 1997 jugaba 5 números en el Pega 3 y cinco series en cada sorteo de la Loto.
Claro, deja establecido que, “…el gran propósito (de jugar) no puede ser hacerse rico…”. (1997-238)
Por cierto, Fufi y yo nos reunimos el pasado sábado nueve de enero para ultimar los detalles de esta presentación; ¿saben dónde? En el Hipódromo Camarero y como fruto de una coincidencia que contaremos en otra ocasión...
¿Cuál es el séptimo mandamiento? No robarás. Aunque Fufi aclara que el que roba por y para el prójimo no peca, en el mejor estilo de su admirado Robin Hood, sí tiene sus consecuencias. Fufi nos cuenta de sus robos al abuelo, don Calletano Coll y Chuchi, para ganar estrellitas plateadas en el concurso de generosidad cristiana que se llevaba a cabo en el Colegio Santo Tomás de Aquino, de San Juan, donde cursaba el tercer grado. Sacaba billete tras billete de la cartera del abuelo, amontonaba estrellitas en la pizarra y era la admiración de la monja, tanta generosidad y filantropía. Hasta que don Cayetano lo agarró infraganti por tristes quince centavos sustraídos del chaquetón; y esos no eran para mercadear estrellitas redentoras.
“El ‘me jodí’ cruzó por mi mente como un rayo. A mi abuelo nadie le mentía. El ‘fui yo’ me salió como un sollozo. El castigo no se hizo esperar. Me condujo al cuarto y obedecí la orden de bajarme los calzones. El viejo se quitó la correa y comenzó a cumplir la sentencia. Me cansé de contar los correazos que se suspendieron cuando mi abuela entró en escena diciéndole: ‘Déjalo ya. ¿lo vas a matar por 15 chavos?’ ‘No importa la cantidad, Pepa, es el acto de robar lo que se castiga.”(1995-240-241)
Me preguntaba yo luego de leer esa anécdota, si quien se merecía los correazos, no por los 15 chavos sino por los billetes, no era Fufi sino la monja que inducía a aquellos niños y niñas a equiparar dinero con caridad, con estrellitas, con premios que de seguro acercarían al más generoso monetariamente a la salvación del alma; una suerte de bula papal estrellada desde la infancia temprana…
Disculpen ustedes si me he ido deteniendo en tantos pormenores del contenido de este libro. Ello es, en todo caso, la corroboración del valor del mismo. Pero sepan que así como he comentado detenidamente aquí y allá, han quedado en el tintero otros tantos temas que deberán descubrir ustedes tan pronto obtengan una copia de Perspectivas.
El autor, José Franco Santori Coll, mejor conocido como Fufi, nacido en Santurce, Puerto Rico el 7 de mayo de 1932, hijo de su extraordinaria madre, nieto de su notable abuelo y biznieto de su bisabuelo ilustre; ingeniero y jugador olímpico, dirigente deportivo y profesor, escritor y autor de libros, me ha honrado con el privilegio de estar aquí esta noche, presentando, comentando, opinando y hasta expurgando desde múltiple perspectiva, el libro tan provocador que celebramos con júbilo.
Haber presentado la obra más reciente de este filósofo renacentista del siglo veintiuno que cree en “la felicidad de ser feliz” (1995-249) y además lo escribe a viva voz, indiscutiblemente subversivo y peligroso, por irreverente y por honesto, por su patriotismo y su seriedad, constituye para mí un enorme privilegio.
Gracias, Fufi, por tu generosidad y por tu confianza.
Nota: Los años y números que aparecen entre paréntesis se refieren a las citas en el libro.
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