Escrito por Alejandro Torres Rivera
Desde la perspectiva de mi generación, existen dos figuras cuya dimensión e influencia histórica de una manera u otra han cincelado nuestras vidas: Pedro Albizu Campos y Carlos Marx. En mi juventud, como parte de mi formación independentista, posiblemente la realidad de percibir con mayor brutalidad los efectos de una situación colonial y política que nos colocaba frente al derrotero inevitable de enfrentar un servicio militar obligatorio que a su vez arrastraba a nuestros amigos y familiares, y por qué no a nosotros como parte de ellos, a una guerra de agresión hacia un pueblo que su heroísmo desplegado solo despertaba nuestra simpatía, fecundó una conciencia anti-imperialista tocando en nuestros corazones esa fibra patriótica que late dormida en cada puertorriqueño y puertorriqueña. Fue ese sentimiento el que nos impulsó a un encuentro con las ideas que en el pasado siglo nos inculcó Betances y que en este siglo fecundara Albizu y todos aquellos nacionalistas que con su sangre y esfuerzo regaron generosamente la tierra en la cual nacimos.
Años mas tarde, habiendo tenido la oportunidad de exponernos a otras ideas originadas durante el pasado siglo en Europa por representantes de la clase obrera, pero dulcificada además en nuestro entorno caribeño, no por el azúcar procesado y usurpado en las centrales azucareras por el capital norteamericano, sino por la voluntad irreductible del pueblo cubano en su gloriosa Revolución y su ejemplo , también asimilamos la importancia que para nuestra historia revisten los conceptos esenciales en torno a la abolición de la explotación del trabajo humano, la necesaria redistribución de la riqueza en poder de unos pocos y la aspiración a la que tenemos derecho como pueblo por alcanzar la más plena igualdad entre el hombre y la mujer como seres humanos.
Por eso no podemos hacer abstracción esta tarde, no importa las diferencias que puedan ser identificadas entre el pensamiento nacionalista y socialista desde el punto de vista ideológico, dos referencias históricas al pensamiento de Marx y Albizu en torno a la participación de la mujer en los procesos sociales. Son éstos pensamientos herramientas necesarias que nos permiten entender la importancia que estas tres mujeres a las que rendimos homenaje en esta actividad significan en el desarrollo de la conciencia nacional del pueblo puertorriqueño.
Don Pedro Albizu Campos, el 20 de mayo de 1930 decía:
“El único deber cívico trascendental que tiene el que nació en una colonia, ya sea hombre o mujer, es redimirla del coloniaje.”
Años antes, desde la distancia de un siglo anterior, Carlos Marx, padre del socialismo científico, señalaba con igual acierto:
“Cualquiera que conozca algo de historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino.”
Y es que en estas dos expresiones, distantes una de otra dentro de lo que podría denominarse la conformación ideológica de sus respectivos autores, se incuba y desarrolla una verdad superior, validada por la experiencia histórica de los diferentes procesos emancipadores de la humanidad toda: la importancia de la mujer en los procesos de transformación social, y el deber al cual debe aspirar la mujer dentro de tales procesos como sujeto activo de los mismos en el contexto de una realidad colonial.
En nuestro desarrollo histórico como pueblo, Don Germán Delgado Passapera en su libro Puerto Rico: sus luchas libertadoras, ubica la fecha de 1795 como aquella donde se registran los primeros atisbos de sentimiento independentista en Puerto Rico. Nos dice que comenzaron a circular en nuestro país monedas con consignas acuñadas, donde se demandaba la independencia de Puerto Rico. Desde entonces y hasta nuestros días, no ha habido una sola época; un solo proceso político; una sola coyuntura de combate; un solo acto de rebeldía, resistencia o militancia, en la cual la mujer puertorriqueña haya estado ausente en los eventos más significativos y trascendentales en nuestra lucha de independencia.
Cada día, de los rincones a oscuras en donde la historiografía oficial ha condenado la verdadera historia de la nación puertorriqueña, se rescatan nuevos datos que atestiguan nuestra anterior afirmación.
En un escrito reciente publicado en el periódico Claridad en el mes de mayo en ocasión de conmemorarse el bicentenario de la derrota de la Invasión Inglesa a Puerto Rico en 1797 se destaca, aún cual si fuera una leyenda que en ocasiones permite a la imaginación circunvalar el aspecto testimonial de la tradición oral en nuestro pueblo, la incorporación de las mujeres de Cangrejos (hoy Santurce) y Piñones, a las labores de resistencia y desarticulación de la retaguardia inglesa moviéndose a través de los canales y caños de lo que constituían los manglares periféricos a la Laguna San José. Es ésta la misma semilla que llevó durante la pasada década a Adolfina Villanueva a defender, llegando a su propia inmolación, lo que consideró la herencia de sus antepasados y legado de su propia descendencia: la tierra en que nació.
Es este mismo hilo histórico aquel que nos ubica la incorporación de la mujer en nuestra lucha por la independencia a lo largo de nuestra historia en seres humanos como Mariana Braccetti (Brazo de Oro), Demetria Betances (de quien Martí expresara “no quiso vivir en su tierra esclava, ni en tierra alguna que padeciese tirano aunque tuviera nombre de libre” y sobre la cual sentenciara al describir el proceso de su cremación luego de su fallecimiento: “ el fuego la consumió, porque ella, que fue en vida como una llama pura, que ninguna tormenta abolía ni apagaba, quiso morir como una llama”.)
Este nudo gordiano es también aquel que amarra en nuestras vidas mujeres como Lola Rodríguez de Tió, a quien su amor y solidaridad por nuestros prisioneros políticos en el Castillo del Morro y la defensa del derecho a la independencia de otro pueblo hermano al que quería como al suyo propio, le llevó a dedicar su vida desde el destierro, a la causa de su libertad. En él figuran además presentes mujeres como Luisa Capetillo, Josefa G. De Maldonado, Ramona Delgado De Otero y Juana Colón, obreras libertarias que desde la perspectiva particular de su clase obrera, se integraron al proceso transformador y reivindicativo de la sociedad de la cual formaban parte, aunque desde una dimensión social distinta.
En Blanca Canales, Doris Torresola, Juanita Ojeda, Leonides Díaz y decenas de otras mujeres, reconocemos también ese firme temple de aquellas que a lo largo de la primera mitad de este siglo asumieron la responsabilidad histórica que les imponía ser herederas de una tradición ya casi entonces centenaria de lucha, combate y sacrificio por la independencia. Es como parte de esa estirpe que ubicamos hoy a nuestras homenajeadas: a Lolita, a Carmín y a Doña Isabel.
Pero sabemos también, dentro de la inmensa humildad que tiene el corazón de estas compañeras que hoy honramos, que sería impermisibles para ellas un reconocimiento como el que les ofrecemos, precisamente ante los niños y niñas que nos acompañan, si no recordáramos en este momento a otras mujeres. Se trata de aquellas que son conocidas por nosotros desde la distancia; a estas compañeras que desde las cárceles norteamericanas, en su sacrificio cotidiano nos recuerdan, mientras advierten con la frente en alto a nuestro enemigo el imperialismo norteamericano, que mientras quede en nuestro país la capacidad de reproducción de un solo puertorriqueño(a), no habrá reposo, no habrá pausa en nuestra lucha hasta alcanzar el objetivo por el cual han ofrendado su vida a la independencia de Puerto Rico. A todas ellas nuestro respeto, agradecimiento y admiración por lo que legan para las futuras generaciones .
Para Alejandrina Torres, Alicia Rodríguez, Ida Luz Rodríguez, Carmen Valentín, Dylcia Pagán, así como para otras valerosas compañeras que por razones que no mencionaré también sufren las consecuencias de su militancia y resistencia en nuestra lucha de independencia, en la cárcel o como luchadoras desde sus respectivas trincheras cotidianas, vaya nuestro más firme abrazo solidario.
Es desde esta perspectiva histórica amplia que a nuestro humilde entender destaca el gran significado que tiene esta actividad. Aquí, en el Barrio Mariana de Humacao, rodeados del verdor de nuestras montañas orientales y acariciados por el fresco de una tarde que nos convida al verano, le dedicamos a los niños y niñas de esta comunidad un encuentro histórico con las heroínas nacionales que nos honran con su presencia.
En la noche del viernes, mientras regresaba de buscar a mi hija Alejandra en la casa donde la cuidaban, le invité a que me acompañara en esta tarde. Al explicarle el propósito de esta actividad, le mencioné lo afortunada que era ella frente a otras niñas y niños de su edad que no habían tenido la oportunidad de compartir con mujeres como Carmín, quien casi la vio nacer, Doña Isabel que la ha visto crecer y Lolita a quien recientemente ha conocido. Observando estos jóvenes, representativos de una generación en ascenso que en palabras del compañero Cheo Carrasquillo son hoy en la colonia, no solo huérfanos “del conocimiento de su historia”, sino también añadiríamos nosotros, víctimas de nuestras propias limitaciones que han impedido alcanzar para beneficio de todos la culminación del llamado Betanciano a no ser colonia bajo España ni bajo Estados Unidos, a ellos dedicamos este esfuerzo sencillo y humilde.
Lo hacemos como lazarillos, intentando que dicha experiencia constituya para ellos un paso que les brinde acceso a elementos importantes en la formación de nuestra historia contemporánea a través de algunas de sus más honrosas protagonistas. Si lo logramos, sabemos que dicha experiencia contribuirá en nuestra aspiración de inculcar en cada joven, como testimoniara Cheo en su reciente artículo publicado en Claridad, “una sólida conciencia puertorriqueña fundamentada en la riqueza histórica que ha permitido la existencia inquebrantable de nuestra nación.”
¿Quiénes son estas tres mujeres?
Carmen María Pérez González: Nacida en el Barrio Las Torres de Lares veintiún años antes de la Revolución de Jayuya del 30 de octubre de 1950. El mejor elogio que el querido amigo Raúl Morales le ofreciera era decir, en referencia a ella: “Carmín es siempre Carmín”. ¿Cúal acertijo podía significar en palabras de Raúl dicha expresión? Posiblemente podríamos echar a correr nuestras mentes detrás de una respuesta acertada. Pero como en ocasiones, de nuestros peores detractores surge sin ellos saberlo y mucho menos proponérselos, el mejor elogio que un revolucionario puede recibir de su trabajo por la libertad y la independencia de su Patria, dejemos que la respuesta surja de ellos mismos.
En un Informe efectuado el 16 de marzo de 1966 por la División de Inteligencia de la Policía de Puerto Rico, el cual figura en su carpeta como “subversiva”, se menciona lo siguiente:
“Persona de ideales nacionalistas. Trabajó en el Club Nacionalista de la Calle Sol esquina Cruz, San Juan. Participó en unión a Pedro Albizu Campos y Doris Torresola en el tiroteo en contra de la policía desde el mismo club nacionalista. Fue declarada absuelta por el Tribunal de Distrito de San Juan en un caso felony de Inf. Ley # 53 del 10 de junio de 1948. De ahí en adelante siguió participando en actividades nacionalistas. Luego mas tarde fue arrestada después de tirotear la policía desde el Club Nacionalista. El 6 de marzo de 1954 fue ingresada a la cárcel de mujeres en Arecibo. Luego salió en libertad provisional. Fue sentenciada por el Hon. Juez Rafael Padró Parés de la Corte Superior de Arecibo a cumplir de 7 a 10 años de presidio por Inf. a la Ley #53 y de 1 a 15 años por el Juez Suárez Garriga Superior de San Juan por el delito de Ataque para cometer asesinato. Extinguió condena en la cárcel de Mujeres de Vega Alta. El 15 de noviembre de 1965 salió de la cárcel en libertad, después de cumplir 15 años. Manifestó que sus ideales se han reafirmado durante los años de cautiverio y aseguró que seguirá luchando por la libertad de su patria mientras viva y apoyará todos los movimientos con este fin.” (Énfasis suplido)
¿Qué ha hecho Carmín a partir de entonces? Cumplir con sumo sentido del deber y la responsabilidad revolucionaria que le caracteriza, siempre en la mayor discreción y con el mayor sigilo, su juramento.
Isabel Rosado Morales: Esta mujer que a sus casi 88 años de edad ha servido de aliento y luz trazadora para tantos que la hemos conocido, reúne en su personalidad los atributos que sin lugar a dudas quedan sintetizados en las palabras del compañero José Enrique Ayoroa Santaliz, que me permito hoy citar:
“!Esta mujer tan valiente y osada [la divina osadía con la cual, en efecto, ha rendido valiosos servicios a la lucha] es igualmente tan cariñosa y dulce!
Doña Isabel es maestra y trabajadora social en cada uno de los actos de su vida diaria. Es educadora y una psicóloga maternal en la que se encarna la añeja y sabia frase de ‘lo cortés no quita lo valiente’.
Son estos seres exquisitos como Doña Isabel, los que se pasean ‘firme y serenamente sobre las sombras de la muerte’, los que nos han preservado la nacionalidad en la lucha brutalmente desigual de estos pasados noventicinco años de invasión norteamericana.
Doña Isabel Rosado Morales, paradigma de la mujer puertorriqueña, es un regalo de Dios a nuestro pueblo. Mujer-Patria, mujer- mujer.”
Nacida en una loma en el Barrio Chupacallos de Ceiba, desde donde se observa el nacimiento del sol cada mañana, esta mujer ha sabido con su ejemplo testimoniar en cada uno de nosotros la corrección de aquella expresión del Comandante Ernesto Guevara cuando decía que el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor. Cuando le conocí a finales de los años setenta, la lucha en Vieques en contra de la presencia de la Marina de Guerra de los Estados Unidos había alcanzado un punto de efervescencia. La arrogancia y el abuso de la Marina había llevado al pueblo viequense y a aquellos que nos solidarizábamos con su lucha, a desarrollar acciones de desobediencia civil en las cuales quedara denunciado el atropello del cual era cautiva la Isla Nena.
Aquella lucha, que dejó como resultado una veintena de arrestos de compañeros y compañeras que desde la Isla Grande apoyaban los reclamos del pueblo viequense, uno de los cuales nos acompaña hoy como el orador principal en este acto, el compañero Juan Mari Bras, y a cuya causa además ofrendó su vida Ángel Rodríguez Cristóbal, también la recordamos en la foto en que una fornida mujer, bajo un casco militar que decía “police”, se posaba sobre el cuerpo frágil de una anciana mientras intentaba esposarla como parte de dichos arrestos. Olvidaban estos militares que a mujeres como Doña Isabel, ni unas esposas, ni la cárcel, los calabozos e incluso la muerte, jamás serían capaces de encerrar o detener, y muchos menos doblegar sus espíritu.
Como en Vieques, la presencia permanente de estas mujeres, Isabel y Carmín, han acompañado al independentismo puertorriqueño en la solidaridad internacional, en la lucha del movimiento estudiantil, en el trabajo de la comunidades en particular aquel desplegado en Villa Sin Miedo; en las jornadas de trabajo cotidiano por la excarcelación de nuestros prisioneros(as) políticos(as) y de guerra; en la línea de piquetes; en marchas, movilizaciones y conmemoraciones de efemérides; en fin, en todo acto de lucha y resistencia de nuestro pueblo.
Dolores Lebrón Sotomayor (nuestra Lolita): ¿Quién no conoce en suelo patrio esta asombrosa mujer?, una mujer en quien se sintetiza aquella expresión del Albizu de que “la Patria es valor y sacrificio.”
Nos reseña Ramón Medina Ramírez en su obra El Movimiento Libertador en la Historia de Puerto Rico que en un cable fechado en Washington el día 2 de marzo de 1954 se dice que en su cartera, luego de efectuado el ataque al Congreso de los Estados Unidos, fue ocupada una nota a manuscrito, escrita en inglés, que en parte decía:
“Me hago responsable de todo. Ante Dios y el mundo mi sangre clama por la independencia de Puerto Rico. Mi vida doy por la libertad de mi Patria. ...”
Con ello, Lolita pretendía librar de responsabilidad a otros por una de las acciones, que al igual que la llevada a cabo en el año 1950 por Óscar Collazo y Griselio Torresola, le indicaban sin lugar a dudas al Gobierno de los Estados Unidos y al mundo entero, el precio que estaba dispuesto a pagar el nacionalismo puertorriqueño por la libertad de su Patria. Esa experiencia al cierre de un siglo sigue presente en el recuerdo de nuestros opresores y en la memoria histórica de nuestros luchadores.
Pero Lolita es además otro símbolo en nuestra historia. No solo es la mujer puertorriqueña que por un mayor número de años ha permanecido en prisión como consecuencia de sus acciones en favor de la independencia de su Patria, sino que su sacrificio, como lo atestiguaran recientemente representantes de movimientos progresistas en Guyana y República Dominicana en ocasión del Encuentro Caribeño organizado en Puerto Rico bajo los auspicios del Foro de Sao Paulo, ha sido fuente de inspiración para otros hermanaos revolucionarios en dichos países.
Tenía razón Albizu, cuando apenas transcurridos dos días desde el ataque al Congreso, al referirse a esta mujer y sus compañeros de jornada decía que juntos habían “avisado a los Estados Unidos...que el deber los obliga a respetar la independencia de todas las naciones; a respetar la Independencia de Puerto Rico, y que los puertorriqueños harán respetar ese derecho sagrado de la Patria.”
Pero más allá de estas cinceladas a algunas de sus ejecutorias a favor de la libertad, ¿qué otros elementos en común encontramos en estas tres mujeres? Para mi ciertamente la más significativa de las que destacan es su origen. Ninguna de ellas nació en la riqueza ni la opulencia; todas ellas tuvieron la posibilidad de labrar para su propio beneficio un futuro distinto y sin reservas supieron renunciar a él en beneficio de la lucha de independencia. A todas ellas le ha movido en sus vidas un sentido desprendido en lo que respecta a bienes materiales y comodidades; en todas ellas el amor por su pueblo y la consagración a sus ideales ha sido la fuerza dinámica que ha guiado sus acciones. En todas ellas toma concreción le máxima Hostosiana de que la vida es el cumplimiento de un deber. Y este deber no es otro que aquel que mencionara Don Pedro como deber supremo: el valor, que es el impulso sistemático que les ha acompañado antes y les continua acompañando hoy en cada acción en sus vidas.
A estos jóvenes que tienen la oportunidad de sumar por primera vez en sus vidas la oportunidad de compartir con estas tres excepcionales mujeres, les invito a que conversen con ellas; a que compartan con cada una alguna anécdota de sus vidas, algún recuerdo de sus infancias, alguna recomendación para sus vidas futuras, alguna expresión o consejo que permita perdurar en sus recuerdos esta tarde de junio.
Posiblemente en sus años de adolescencia o adultez, cuando el colonialismo sea en nuestro país parte de una historia superada, cuando nuestro pueblo haya alcanzado finalmente la conquista de su independencia y juntos construyamos una sociedad más justa, de este día estos jóvenes tan solo guarden el recuerdo esas tres mujeres en cuyas cabezas se posan sus cabellos canosos como sudarios de una vida entregada a la forjación de esa Patria. Ese día, sin embargo, le habremos dedicado el mejor de todos los homenajes: la libertad compartida.
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