El Dictador Rubén Fulgencio Batista y Zaldívar, como ladrón en la noche, huyó de Cuba el día 1 de enero de 1959. Con su salida, caería una de las más sangrientas dictaduras en América Latina y el Caribe. Una Revolución victoriosa, en apenas tres años de lucha armada, iniciaría una de las más grandes y profundas transformaciones sociales en nuestro entorno caribeño y latinoamericano. Siete días después de la huida del Dictador, haría su entrada en La Habana junto a miembros del Ejército Rebelde, Fidel Castro Ruz, principal conductor de la lucha revolucionaria y líder del Movimiento 26 de Julio.
Desde la otra ala del pájaro antillano, en el mejor decir de nuestra poetiza Lola Rodríguez de Tió, el 3 de enero de 1959 el gobernador colonial de Puerto Rico, Luis Muñoz Marín, en carta dirigida a Miguel Ángel Quevedo, Director de la revista cubana Bohemia, expresaba su empatía con el triunfo de los revolucionarios cubanos del Movimiento 26 de Julio. En ella Muñoz Marín indicaba:
“La revolución llevada a cabo por Fidel Castro y sus muchachos y el pueblo cubano en masa es el acontecimiento más alentador que conozco en la historia de la República Cubana. Es igualmente de muy grande significación en la historia de la América Latina.”
Muñoz Marín exponía en su carta el significado del triunfo que la Revolución Cubana entrañaba en ese momento para él, destacando al menos tres aspectos principales:
(a) el triunfo de a Revolución no era el producto de un Golpe de Estado “sino un movimiento del pueblo armado con el respaldo casi unánime del pueblo desarmado”;
(b) el triunfo de Ejército Rebelde se alcanzó no sólo con “un alto grado de moral militar, sino también un altísimo grado de moral civil, política y personal”;
(c) bajo la dirección de Fidel, el pueblo cubano podrá “desarrollar una situación política enteramente nueva en Cuba, haciendo obsoletos a todos los viejos partidos y poniendo el nuevo vigor juvenil, en viejos tanto como jóvenes, al servicio de un programa y obra profundamente democráticos, profundamente anti-demagógico, tal como lo ha venido mereciendo el pueblo cubano, sin jamás obtenerlo, desde que se fundó la República.”
El texto que nos obsequia nuestro amigo Ángel Manuel (Manolo) Rivera Rivera, Luis Muñoz Marín y la Revolución Cubana 1959-1962, es uno que nos lleva de la mano para comprender el pasado de los viejos partidos en la Cuba republicana a partir de 1902. El libro nos narra, además, la forja de un movimiento inspirado por quien el propio Fidel Castro, en su alegato de defensa legal en el juicio contra los sobrevivientes de los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, cataloga como el autor intelectual de la gesta, el Apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí.
El libro nos introduce también al derrotero seguido por las dos Antillas luego de la invasión estadounidense de 1898. Sobre este último aspecto, el autor no sólo establece las diferencias en el proceso político en ambos países, Cuba y Puerto Rico, sino sobre todo, para interés o sorpresa del lector, también de sus semejanzas. En la descripción de dicho desarrollo, el autor nos narra cómo se entrelazan las políticas hegemónicas de dominación de los Estados Unidos previo a la creación del Estado Libre Asociado de Puerto Rico en 1952, con el rumbo tomado por los Estados Unidos a partir del triunfo de la Revolución Cubana en 1959.
En el punto de inflexión histórica que representan estos dos acontecimientos, el autor nos documenta en forma rigurosa el vínculo de Luis Muñoz Marín con la llamada “Izquierda Democrática” en América Latina. Ésta era conformada por él como gobernador colonial; el presidente venezolano Rómulo Betancourt y el presidente costarricense José Figueres. Esta autodenominada “Izquierda Democrática” pretendía ser una respuesta política favorable a los intereses de los Estados Unidos frente a las dictaduras militares de la región, precisamente también sostenidas por los Estados Unidos, como eran los casos de la República Dominicana bajo Rafael Leónidas Trujillo; de Guatemala bajo Carlos Alberto Castillo Armas; de Nicaragua bajo Anastasio Somoza (padre e hijo); de Venezuela bajo Marcos Pérez Jiménez; y de Haití bajo François Duvalier.
Esa “Izquierda Democrática”, como peones de los intereses estadounidenses en el marco de la Guerra Fría desatada a partir de 1945, a diferencia de las dictaduras mencionadas, se sostenía en una propuesta de cambio o nuevo paradigma, aunque civil, profundamente anticomunista para América Latina y en especial para el Caribe.
Llama la atención al lector, las abundantes fuentes de referencia a las cuales recurre el autor en su investigación. Hemos contado en el texto una amplia bibliografía consultada donde cabe mencionar: 103 libros, 111 artículos y revistas, 6 fuentes primarias, 2 informes, 7 documentos legales, 10 tesis y 6 periódicos.
La estructura de la obra hoy presentada consta de un prólogo, escrito por el Lcdo. Manuel de J. González; una breve presentación del libro por parte del propio autor donde nos plantea el marco teórico de su investigación, incluyendo distintas referencias a las tesis de Antonio Gramsci sobre los “intelectuales orgánicos” y su aplicación en el contexto latinoamericano.
El texto se encuentra dividido en 9 capítulos: I, Cuba 1933-1940; II Puerto Rico 1933-1940; III Fulgencio Batista 1940-1944; IV Rexford Guy Tugwell; V Cuba 1952-1958; VI Puerto Rico 1952-1958; VII Luis Muñoz Marín: el intelectual orgánico; VIII Cuba, Puerto Rico y Estados Unidos en 1960; y VIII Muñoz y el exilio cubano. Como obra de investigación, el autor nos presenta también sus conclusiones.
A pesar de que la investigación hecha por Manolo cumple con las exigencias de una tesis doctoral, está escrita de manera sencilla, con un lenguaje accesible a cualquier lector motivado con la disciplina para la cual fue escrita: la historia.
El Capítulo I nos ubica en Cuba a finales de la Dictadura de Gerardo Machado en la década de 1930; el desarrollo dentro de sus estamentos militares de Fulgencio Batista y otros sargentos y su participación en el proceso político; las actividades del gobierno de los Estados Unidos en empujar un cambio en la Dictadura para abrir paso a sectores vinculados con los estamentos bajos dentro de la estructura militar en Cuba; y su apoyo a un gobierno encabezado por Ramón Grau San Martín, el cual se conocerá como el Gobierno de los 100 Días. Con la caída del gobierno de Grau San Martín, Batista ya coronel, impulsa a la presidencia a Carlos Mendieta Montefour. Será un período de gran actividad sindical, pero a la misma vez, un período de consolidación de Batista en el poder real en Cuba proyectándose a sí mismo, en palabras que el autor describe como un gran “reformador, organizador y supervisor social, inclusive mediador entre el trabajo y el capital.”
Con un nuevo presidente a partir de 1936, Federico Laredo Bru, Batista propone un amplio plan de reformas económicas y sociales que incluyó una reforma agraria que fue tronchada por determinación de los Estados Unidos. Más adelante, a finales de la década, se darán los pasos para la convocatoria a una Asamblea Constituyente, la que aprobaría a comienzos de la década de 1940 una Constitución, considerada por el autor como una de las “más avanzadas de la época”.
El Capítulo II nos ubica en Puerto Rico. El autor nos ofrece un cuadro económico del país luego del paso del Huracán San Felipe en 1928 y luego San Ciprián en 1932; las importantes elecciones de 1932 ganadas por la Coalición formada entre el Partido Republicano y el Partido Socialista, ambos de orientación anexionista y antiindependentista, aunque el primero era defensor de los grandes intereses latifundistas y el segundo, respondía a una amplia base trabajadora. El capítulo discute el tránsito de Muñoz Marín desde el independentismo hasta convertirse en la alternativa imperialista de los Estados Unidos para Puerto Rico en los albores de lo que será la Segunda Guerra Mundial. En la discusión de la década de 1930-1940, se discute el peligro que para los intereses económicos de Estados Unidos en Puerto Rico representó el Partido Nacionalista y los sucesos violentos llevados a cabo en Puerto Rico por las fuerzas el orden público bajo la dirección de los Estados Unidos. Es esta década cuando Estados Unidos contempla un eventual cambio de modelo de dominación colonial en su relación con Puerto Rico.
En el Capítulo III el autor nos regresa a Cuba. En él nos narra el proceso político que se desarrolla en dicho país entre 1940-52; los efectos de la Guerra Fría y las luchas internas de los partidos políticos. El Capítulo IV nos regresa a Puerto Rico. En él Manolo describe el ascenso de Luis Muñoz Marín a la presidencia del Senado; la designación en 1941 de Rexford Guy Tugwell por parte del presidente Franklin Delano Roosevelt como gobernador de Puerto Rico; la aplicación de las políticas del New Deal (Nuevo trato) al país; las políticas que desde el Senado de Puerto Rico promovía el Partido Popular Democrático con la anuencia de la Administración Tugwell; y los cambios y transformaciones en el gobierno de Puerto Rico impulsadas por éste.
En el Capítulo IV el autor discute, además, distintos aspectos económicos relacionados con el desarrollo de la “Operación Manos a la Obra”. A la vez que nos introduce a la discusión de cómo Puerto Rico se inserta a partir de 1948 en un experimento donde, sin que el país deje de estar dentro de la Cláusula Territorial de la Constitución federal y en consecuencia, sujeto a los poderes plenarios que invoca el Congreso de los Estados Unidos sobre nosotros; se caminará hacia una reestructuración del modelo colonial, con un Gobierno Constitucional aunque territorial para Puerto Rico. Citando directamente de la expresión del Lcdo. Antonio Fernós López-Cepero, en aquel momento en Muñoz Marín y en el Partido Popular Democrático “[S]e abandonó la autodeterminación, a cambio del reconocimiento al principio de ‘Gobierno propio […] por el ‘consentimiento de los gobernados.”
En el Capítulo V, de vuelta nuevamente al desarrollo histórico de Cuba entre los años 1952 al 1958, el autor discute el regreso de Batista a Cuba desde los Estados Unidos y su campaña al Senado; el suicidio de carismático líder el Partido del Pueblo Cubano-Ortodoxo, Eduardo Chibás; el Golpe de Estado dado por Batista en 1952 y el asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Cépedes en 1953 por el grupo de revolucionarios encabezados por Fidel Castro. Ya en este Capítulo V, el autor describe cómo comienza a dibujarse lo que será la política de los Estados Unidos hacia América Latina en el contexto de la Guerra Fría y el anticomunismo. También el autor nos conduce de la mano en el entendimiento de las distintas fuerzas políticas en Cuba favorecedoras de la lucha armada contra la Dictadura y sus divergencias internas, particularmente las desarrolladas entre el Directorio Revolucionario y el Movimiento 26 de Julio.
El Capítulo VI nos trae una vez más de regreso a Puerto Rico, esta vez en la encrucijada histórica de 1952-1958. El Capítulo prioriza la discusión en torno al recién creado Estado Libre Asociado y las barreras impuestas por los Estados Unidos a su crecimiento y al desarrollo de mayores poderes. No obstante, es también el Capítulo en el cual el autor comienza a explicar, en sus orígenes, los procesos políticos que llevarán a la presidencia a Rómulo Betancourt en Venezuela y a José Figueres en Costa Rica, quienes junto a Muñoz Marín, conformarán la antes mencionada “Izquierda Democrática” como instancia y proyecto político al servicio de las políticas hegemónicas de los Estados Unidos en sus acercamientos hacia América Latina.
El Capítulo VII el autor lo dedica a exponer, no sólo el papel que Muñoz Marín pretende arrogarse como interlocutor de los Estados Unidos hacia América Latina; sino también, a la utilización de Puerto Rico como plataforma desde la cual se impulse un modelo alterno a las históricas dictaduras respaldadas por dicho país en la región. Será a partir de 1960 cuando el diferendo entre Estados Unidos y la triunfante Revolución Cubana le adscribirá a Puerto Rico, a Muñoz Marín y al gobierno del Partido Popular Democrático, como a la llamada “Izquierda Democrática”, un rol más activo como “política de Estado” en el aislamiento de Cuba en la comunidad interamericana.
El Capítulo VIII aborda el tema de Cuba, Puerto Rico y los Estados Unidos a partir de 1960. En él Manolo expone las diferencias surgidas entre los distintos sectores de clase social que configuraron el gobierno de los primeros días tras el triunfo de la Revolución Cubana. Se establece en el texto cómo Muñoz Marín comenzó a tomar distancia con relación al nuevo gobierno revolucionario, ello en clara sintonía con lo que lo hacía el gobierno de los Estados Unidos; la defensa inclaudicable de Cuba en afirmar el derecho de los puertorriqueños a su libre determinación e independencia, particularmente en el proceso que lleva a la aprobación de la Resolución 1514 (XV) de las Naciones Unidas; y el alineamiento total de Muñoz Marín con las políticas de la Administración Kennedy hacia Cuba, ello a pesar de que Muñoz Marín no compartía en lo inmediato, una política de intervención militar directa contra este país.
Durante los años de la Administración Kennedy, Muñoz Marín puso a disposición del presidente estadounidense sus servicios como gobernante, así como los servicios de varios integrantes de su gobierno para la implantación del programa denominado “Alianza para el Progreso”. La propuesta, según expuesta en el libro, citando el autor a Arturo Morales Carrión, descansaba en tres puntos:
(a) “un programa amplio, firme y sistemático de llevar la imagen del Pueblo de Puerto Rico como pueblo democrático a todos los núcleos que forman opinión en Estados Unidos”;
(b) “un esfuerzo del Poder Ejecutivo federal de promover el papel y la significación de Puerto Rico”;
(c) un interés del ELA por da eficaz ayuda a la nueva política y crear consciencia en Puerto Rico de los que representa para el pueblo este esfuerzo, en materia de su seguridad, de su bienestar y de su orgullo propio.”
Finaliza el autor indicando que con este plan caeríamos como país “rendido en los brazos de los estados Unidos para promover la ‘Vitrina de América’ en una cruzada por vender el proyecto político de la colonia en una dimensión continental.”
El Capítulo IX lo dedica el autor a la discusión sobre los lazos orgánicos de Muñoz Marín y su gobierno con el exilio cubano en Puerto Rico. Para ello el autor utiliza dos fuentes principales, Theodor Draper y el cubano Jesús Arboleya. Este último, junto al Hermano Masón y copresentador del libro del también Hermano Manuel Rivera Rivera, Raúl Álzaga Manresa y Ricardo Fraga, son autores del libro La contrarrevolución cubana en Puerto Rico y el caso de Carlos Muñiz Varela.
En un arcoíris de información histórica sobre esa derecha contrarrevolucionaria y anticomunista exiliada en Puerto Rico, el autor recoge en su narrativa la descripción de las principales organizaciones vinculadas al exilio cubano en Puerto Rico, incluyendo aquellas relacionadas con la Iglesia Católica; sus líderes en nuestro país; y los planes de la Administración Kennedy y Muñoz Marín con relación a ellas. El Capítulo recoge también la experiencia de la llamada “Crisis de los Misiles de 1962”.
En su Conclusión, el autor destaca varias premisas a las que llega como resultado de su investigación:
(a) el liderato que muestran en sus respectivos contextos figuras como Luis Muñoz Marín y Fulgencio Batista;
(b) el componente juvenil y universitario en los procesos de cambio en cada país:
(c) la condición colonial y neocolonial en cada caso, Cuba y Puerto Rico, durante las décadas de 1930-40;
(d) las fuertes explosiones sociales durante dichas décadas;
(e) los efectos de lo que fue el Plan Chardón en Puerto Rico y los efectos del Plan Trienal de Batista, en el crecimiento económico de ambas islas;
(f) el papel de la Segunda Guerra Mundial y la injerencia de los Estados Unidos;
(g) el desarrollo de procesos constitucionales que produjeron, en el caso de Cuba la Constitución de 1940; en el caso de Puerto Rico, la Constitución de 1952;
(h) paralelismos de los partidos políticos de Grau San Martín en Cuba y el Partido Liberal de Antonio R. Barceló en Puerto Rico;
(i) el antiimperialismo en las figuras históricas y políticas de Pedro Albizu Campos y de Eduardo Chibás; y finalmente,
(j) el anticomunismo y el proamericanismo de Luis Muñoz Marín, Rómulo Betancourt y José Figueres como parte de la “Izquierda Democrática” y su rol para América Latina.
Se trata este libro de una excelente aportación para el entendimiento de posiciones que, aún a la distancia de varias décadas, y aún a pesar de determinaciones como las adoptada por la Corte Suprema de Justicia federal en el caso Pueblo v. Sánchez Valle en 2016; de tres Informes del Grupo de Trabajo de Casa Blanca bajo administraciones republicana y demócrata sobre el Estatus, destacando la condición territorial (colonial) de Puerto Rico; de la ley PROMESA de 2016 y de la imposición en nuestro país de una Junta de Control Fiscal; desmontan la “vitrina de la democracia” fabricada por los voceros de ese ELA anquilosado en los años 1940-50 que aún defienden, algunos recientemente hablando del carácter “indestructible” del Partido Popular Democrático.
Para quienes se resisten a modificar la visión de Puerto Rico como la “Vitrina de la Democracia” que pretendió ser; a esa que construyó como imaginario de una generación hoy golpeada tan demoledoramente por la realidad; solo nos queda recordarles que de esa vitrina, sólo permanecen dispersos en el piso vidrios rotos.
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