Escrito por Alejandro Torres-Rivera / MINH
De acuerdo con la página electrónica Wikipedia, Islandia, país localizado en el extremo noreste de Europa, es una isla que cuenta con una superficie territorial de 103 mil kilómetros cuadrados.
Tiene una población de unos 301 mil habitantes. Con gran actividad volcánica y geológica, es un país lleno de glaciares donde el ser humano estableció su primer asentamiento conocido en las postrimerías del siglo 9 de nuestra era.
El 11 diciembre de 1918 el gobierno limitado que regía en Islandia desde 1874, firmó con Dinamarca un Tratado, denominado el “Acta de Unión”. Este Tratado tuvo una vigencia de 25 años.
Al igual que Dinamarca, Islandia permaneció neutral durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, una vez Dinamarca fue ocupada por fuerzas alemanas, Inglaterra hizo lo propio ocupando la isla y pasando a ejercer el control de su territorio. Más adelante, en el contexto de la necesidades que le imponía el conflicto militar con Alemania, entregó el control sobre el país a Estados Unidos.
Al caducar el 31 de diciembre de 1943 el “Acta de Unión”, los islandeses votaron en favor de la creación de un Estado independiente, convirtiéndose posteriormente Islandia en una nueva república el 17 de junio de 1944.
De una economía basada fundamentalmente en la industria pesquera y la agricultura, en el periodo de las posguerra, Islandia fue integrándose gradualmente dentro de la órbita económica europea, mejorando sustancialmente las condiciones materiales de vida de su población. Su integración dentro del sistema financiero europeo le llevó a ocupar uno de los primeros puestos de países de mayor desarrollo a escala mundial, teniendo sus ciudadanos uno de los niveles mayores de calidad de vida en el mundo.
Hacia el año 2008, sin embargo, todo se vino abajo cuando el sistema financiero de Islandia colapsó totalmente. En palabras cortas, la burbuja reventó.
En auxilio del sector financiero, como ha ocurrido recientemente con otras economías europeas como la griega, la italiana, la portuguesa y la española, por solo mencionar algunas, recurrió el Fondo Monetario Internacional con sus recetas neoliberales que solo producen efectos adversos entre la población trabajadora. Con manos llenas dispuestas a inyectar miles de millones de dólares, ofrecieron préstamos que solo contribuían a endeudar al país. Mientras la economía decaía en un 7% del PIB, desde el Parlamento, los dirigentes políticos proponían el pago de más de 3,500 millones de euros a Inglaterra y Holanda tomados a préstamo, suma ésta que deberían asumir las familias islandesas en pagos mensuales por los siguientes 15 años a un interés de 5.5%.
La respuesta de la población no se hizo esperar expresando su rechazo contundente a las medidas propuestas, negándose al pago de la deuda y reclamando se fijaran responsabilidades en los causantes de dicho caos. A diferencia de otros países, la ciudadanía tomó en sus manos la solución de los problemas. Auto convocándose, mediante la elección de candidatos nominados y seleccionados directamente por el pueblo y desde el pueblo, recurrieron a la elaboración de una nueva Constitución. A partir de ésta, en medio de movilizaciones sociales, se echó abajo en forma pacífica y democrática el gobierno existente. Se forzó así la dimisión del Primer Ministro procediendo el pueblo a su sustitución.
Las propuestas populares, como fueron la negativa al pago de la deuda contraída por el Estado, fue llevada luego de muchos escollos a votación en referéndum obteniendo el NO al pago de la deuda un 93% de aprobación. La presión ejercida llevó, además, al inicio de procesos judiciales en los cuales los responsables de la crisis deberán responder por sus acciones.
Recientemente el reputado economista Paul Krugman escribía un artículo el cual tituló “Islandia, el camino que no tomamos”. Allí indica:
“¿Y cómo le está yendo? Islandia no ha evitado un daño económico grave ni un descenso considerable del nivel de vida. Pero ha conseguido poner coto tanto al aumento del paro como al sufrimiento de los más vulnerables; la red de seguridad social ha permanecido intacta, igual que la decencia más elemental de su sociedad. ‘Las cosas podrían haber ido mucho peor’ puede que no sea el más estimulante de los eslóganes, pero dado que todo el mundo esperaba un completo desastre, representa un triunfo político.
Y nos enseña una lección al resto de nosotros: el sufrimiento al que se enfrentan tantos de nuestros ciudadanos es innecesario. Si esta es una época de increíble dolor y de una sociedad mucho más dura, ha sido por elección. No tenía, ni tiene que ser de esta manera.”
La pregunta que debemos hacernos es el porqué, en lugar de lo acontecido en otros países europeos, no nos llega en las noticias que recibimos lo acontecido en Islandia. Éstas solo nos hablan de las respuestas que vienen imponiendose sobre aquellos pueblos europeos que se han sumido en profundas crisis, solo para destacar cómo algunos países más fuertes van a salvar las economías de los más débiles, sin decirnos el beneficio que representa para los primeros las llamadas ayudas a los segundos. De lo que se trata es de identificar a quién es que van los beneficios económicos de tales ayudas y quiénes serán los que en definitiva, tengan que asumir la responsabilidad por el pago.
En el manejo de las llamadas crisis europeas se reproduce el modelo seguido por Estados Unidos en los pasados años. Recordamos el movimiento de la anterior y actual administración, cuando del presupuesto del país, aquel que se construye con las aportaciones que cada uno de los trabajadores estadounidenses pagan en sus contribuciones anuales, se separaron miles de millones de dólares para entregarlos en calidad de botín de piratas a los grandes bancos para que luego, sus directivos usufructuaran para su beneficio personal una gran tajada de ese dinero.
Ese dinero que hoy se le regala a la banca en Estados Unidos o Europa, es el mismo dinero que se deja de distribuir en programas de beneficencia, en salud, educación, vivienda y deportes. Son también esos bancos, los mismos que como capital financiero están vinculados con el complejo militar/industrial, que ha hecho de guerra otra fuente de ingresos y beneficios, a costa de la destrucción de países completos y de llevar el hambre, la desolación y la muerte a millones de seres humanos.
Islandia nos presenta otra cara de la crisis europea; aquella que es posible superar sin degradar aún más los derechos civiles de la población; sin menoscabar sus condiciones de vida, garantizando sus empleos y proponiendo formas nuevas de democracia participativa desde las cuales el pueblo sea el constructor de sus alternativas presentes y futuras.
Es en el espejo de Islandia, donde los pueblos europeos deben escudriñar hoy la salida de sus crisis, cada uno construyendo el camino hacia la solución de sus verdaderos problemas.
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