Escrito por Héctor L. Pesquera Sevillano / Copresidente del MINH
El pasado 20 de enero conmemoramos el natalicio 98 del Patriota Oscar Collazo López en el Ateneo Puertorriqueño.
Nació el insigne boricua en el entonces barrio de Barceloneta de Florida, hoy municipio independiente de aquél. Recordamos junto a familiares y decenas de amigos, su amor por la naturaleza, a su Patria, su sentido del humor y su adelantada espiritualidad y cosmovisión.
Los eventos que se sucedieron después del ataque a tiros protagonizado por Oscar y por Griselio Torresola el 1ro de noviembre de 1950, en el marco de la insurrección nacionalista del 30 de octubre, nos ofrecen unas enseñanzas que pudiésemos llamar “universales”.
Cuando Griselio y Oscar, para entonces residiendo en Estados Unidos, tomaron conocimiento de que el levantamiento en Puerto Rico estaba siendo sofocado, con decenas de nacionalistas heridos y muchos muertos, decidieron que había que hacer algo. Más aún, al escuchar las expresiones del presidente Harry Truman de que los eventos del 30 de octubre era un asunto entre puertorriqueños, desentendiéndose de su responsabilidad. Había que demostrarle al mundo que Puerto Rico libraba una lucha contra el colonialismo y que el Presidente de Estados Unidos era la figura responsable de esa situación. La decisión no se hizo esperar. Había que hacer llegar los tiros a la casa del Presidente. Ante reveses, golpes o derrotas, hay que redoblar esfuerzos, intensificar la lucha, aun llegando al sacrificio máximo de dar la vida.
Griselio murió en combate. Oscar cayó gravemente herido. Sobrevivió a las heridas pero fue condenado a morir en la silla eléctrica. En la intensa campaña por la conmutación de la sentencia de muerte de Oscar por una de cadena perpetua, se confirmó la efectividad y la corrección estratégica de los tres pilares de la lucha por la independencia: el trabajo internacional, la lucha nacional y la lucha en Estados Unidos.
El clamor internacional a favor del indulto fue extraordinario. Miles de cartas al Presidente Truman le llegaban desde España, Italia, Argentina, Uruguay, Venezuela, El Salvador, Cuba, República Dominicana, en fin, de todo el planeta. Todas planteaban que Oscar no había hecho otra cosa que lo mismo que habían hecho los fundadores de la nación estadounidense: luchar por la libertad de su patria.
En Puerto Rico la campaña fue igual de intensa. Amplios sectores religiosos, políticos, profesionales y sindicales se unieron al pedido de clemencia. En Estados Unidos se organizaron comités de apoyo al indulto de Oscar en Nueva York y en Chicago. A estos se incorporaron boricuas, latinoamericanos, reconocidos abogados estadounidenses como Vito Marcantonio y muchos otros.
Ante el aumento del clamor por clemencia y de la presión recibida, el Departamento de Justicia de Estados Unidos le hizo llegar a Oscar, a través de sus abogados, un mensaje de que para que pudiera ser considerada dicha petición, el propio Oscar tenía que pedir clemencia al Presidente de Estados Unidos. La respuesta de Oscar, a sabiendas de que de ello podría depender su vida, no se hizo esperar:
“Mal se vería que yo me postrara ante el hombre que representa la usurpación y la tiranía en mi Patria, para rogarle que me perdone la vida. Es al imperio que corresponde pedir perdón por haber invadido y atropellado a mi Patria. Yo cumplí con mi deber; cumpla usted con el suyo”.
La firmeza en sus convicciones y la dignidad del Patriota se ganaron el respeto del pueblo y le propinaron una derrota al enemigo. Oscar, con su firmeza y la solidaridad lograda salieron triunfantes. La noticia del indulto llegó poco después de las 5 de la tarde de 1952, a menos de 24 horas de la constitución del llamado Estado Libre Asociado.
Hay eventos que en la inmediatez de los hechos aparentan ser derrotas, pero son en realidad victorias históricas. Como resultado del Grito de Lares, por ejemplo, no se obtuvo la independencia de España. Pero se logró poco tiempo después la abolición de la Libreta del Jornalero y de la esclavitud en Puerto Rico, consignas centrales de aquel levantamiento. De la misma manera, la Revolución del 50 no obtuvo su objetivo principal: acabar con el gobierno colonial y constituir la República de Puerto Rico. No obstante, la Insurrección de Jayuya reafirmó nuestra voluntad de lucha ante el imperio y ante el mundo, denunció el carácter colonial de la Ley 600 que incluía el establecimiento del ELA y paradójicamente, le dio poder de regateo al gobernador Muñoz Marín y su grupo para sentarse en la mesa de negociaciones con Washington en una posición de mayor fortaleza a la hora de reclamar algunas concesiones autonómicas para los puertorriqueños.
Hoy tenemos otro boricua condenado por luchar por la libertad de su Patria amenazado a morir encarcelado. Casualmente, también de nombre Oscar. El próximo 29 de mayo se cumplirán 31 años de su encarcelamiento. Redoblemos esfuerzos y acciones a nivel nacional, internacional y en Estados Unidos para que la presión sobre el presidente Obama se sienta, le incomode, lo moleste y otorgue a Oscar López Rivera la libertad incondicional antes que termine el 2012. La misma firmeza y dignidad demostrada por Oscar Collazo ha sido emulada por Oscar López. Hagamos nosotros hoy el mismo despliegue de solidaridad y presión sobre el Presidente de Estados Unidos que el mundo desarrolló para librar a Oscar de la muerte en prisión.
*El autor es médico y copresidente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano.
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