Contaba diez y siete años cuando me incorporé formalmente a la lucha de independencia de Puerto Rico. Recién finalizaba mi primer año en el Colegio Regional de Arecibo (CRA-UPR) cuando fui reclutado por varios compañeros del Movimiento Pro Independencia (MPI) y la Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI).

Entre esos compañeros se encontraba Ángel Gandía.

Le recuerdo circunspecto, preciso y singularmente simpático. Categórico y firme, como cuando arremetía contra los desmanes del teniente de la Policía de Manatí, en el programa de radio semanal del MPI que se transmitía todas las semanas por la emisora WMNT. Yo era el menor del grupo, simple aprendiz de mis mayores, a quienes debo tanto. Aquella fue mi primera experiencia radial. Aquellos eran mis amigos. Con gente admirable como Ángel fui creciendo y madurando palmo a palmo.

Con el tiempo y a la distancia he ido conociendo sobrte Ángel Gandía. He aprendido que no se trata de cualquier compañero. Que Ángel ha sido uno de esos baluartes extraordinarios que suele pasar inadvertido; un cuadro politico, con todo lo que ello implica. Un militante de la primera línea de combate, capaz y dispuesto a lo que fuera, que gozaba de la confianza y respeto absolutos de sus dirigentes y camaradas. Madera dura; madera preciosa.

Debemos garantizar que su vida y su ejemplo no pasen inadvertidos. Debemos asegurar que Ángel prevalezca en el recuerdo de quienes hoy continuamos la lucha por la independencia. Que las nuevas generaciones le conozcan, como deben conocer también a tantos otros luchadores y luchadoras.

Me queda el agradecimiento imperecedero, pues personas como Ángel han sido imprescindibles en mi vida. La alegría y el honor de haberle conocido y haber compartido con él, particularmente en aquellos años iniciales. La satisfacción de que nuestro Pueblo produce seres humanos tan valiosos, tan comprometidos., con quienes vamos forjando el porvenir.