Escrito por Julio A. Muriente Pérez | MINH
Hay cierto fatalismo en los acuerdos de paz firmados, no hace demasiado tiempo, entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC-EP).
La primera premisa, que se mantiene inalterada sobre todo con el neouribismo de Iván Duque, es que el único guerrillero bueno es el guerrillero muerto. Y, como una vez guerrillero siempre guerrillero, le matan antes o después; sobre todo después, que está desarmado y solitario.
Segunda premisa: los acuerdos de paz se los pasa el gobierno de Duque y Uribe por donde no le da el sol. La única paz deseada por ellos es la paz de los sepulcros. El gobierno no cree en acuerdos. Ya que se firmaron, los aplica o los incumple, sobre todo para entrampar a los antiguos miembros de las FARC-EP, hoy miembros de la FARC; para ir cazándolos, con impunidad institucional, a la medida de quienes solo creen en la tierra arrasada y el dominio perpetuo.
Tercera premisa: ingenuo quien pensó que la conversión de la guerrilla en partido político legal supondría seguridad o respeto. Igual los van asesinando, en un país donde eso de matar seres humanos es como chuparse una naranja. ¿Y el Estado de derecho? ¿Y el respeto a la vida? ¿Y la declaración universal de los derechos humanos? ¿Y lo suscrito en los acuerdos? Bien, gracias.
Cuarta premisa. Luego de medio siglo de actividad guerrillera y habiéndose dado algo así como un tranque entre el control político-militar de la guerrilla en importantes regiones del territorio colombiano y el control del gobierno sobre el resto del país, Colombia fue convertida por el gobierno de Estados Unidos en laboratorio de ensayo en el cual experimentaron con todo tipo de arma, con la tecnología más avanzada para hacer la guerra de exterminio y con las formas más sofisticadas para enfrentar una guerra irregular. Irregular y desigual, hay que reconocer. Era el imperialismo—no ya el gobierno títere colombiano— con todo su poderío militar-tecnológico, contra un movimiento guerrillero atrevido y obstinado, con décadas de entrega y compromiso, al que no le quedaba otra opción que combatir hasta morir en la raya.
Quinta premisa: ante una situación tan desigual y compleja, no había otra salida que la mesa de negociaciones y la firma de acuerdos de paz. Y así se hizo, con toda la formalidad del mundo, legitimado universalmente, apadrinado por gobiernos moralmente solventes, con apretones de manos y conferencias de prensa. Mientras se celebraba en La Habana, en Bogotá y en Washington se diseñaba el plan para ir liquidándolos uno a uno, como en los tiempos de la Unión Patriótica. Era cosa de darle tiempo al tiempo, para “darlos de baja”.
Sexta premisa: ¿y ahora qué? En medio de tanta impunidad institucional y del genocidio a galope, se ha decretado la liberación del comandante guerrillero Jesús Santrich, víctima de un caso fabricado de narcotráfico, a quien se han querido aplicar de manera expedita las leyes de extradición, para enviarlo a Estados Unidos, como hicieron con Simón Trinidad. La soberbia frustrada ha sido tal, que la ministra de justicia y otros tantos funcionarios neouribistas han renunciado a sus cargos, porque solo viendo la sangre correr se sienten satisfechos. Y para colmo, se han convertido en vergonzosa punta de lanza de Trump contra Venezuela Bolivariana.
¿Qué hacer? Seguir luchando, contra viento y marea. No hay de otra. Ser solidarios desde acá, en lo que se pueda. No hay de otra. Si hay que emular a los espartanos, hacerlo. No hay de otra. No perder la voluntad ni la confianza en el porvenir. Nunca.
Lo demás, ha dicho el Poeta, es la nada.
Columna “Desde el Caribe”, número 30
Especial para el periódico La Época, de Bolivia
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