Recientemente el periódico El Nuevo Día publicó un artículo de Alberto C. Medina Gil, quien es colaborador de la agrupación Boricuas Unidos en la Diáspora, titulado “El miedo de Rita Moreno a la independencia de Puerto Rico”.
En dicho artículo, Medina Gil hace referencia a una entrevista realizada recientemente a la reconocida actriz puertorriqueña Rita Moreno en la que, a una pregunta sobre sus convicciones políticas respondió: “Yo quiero la independencia de Puerto Rico, pero me da miedo porque, ¿de dónde van a obtener el dinero? Eso es lo que realmente me asusta”.
A partir de esa afirmación, Medina Gil reflexiona sobre la situación de nuestro País y llega a varias conclusiones que debemos considerar.
A diferencia de lo que afirma el autor, no creo que, “…excepto los colonialistas más reacios, prácticamente todos los boricuas coincidimos en que el estatus colonial ha retrasado –y sigue retrasando—el desarrollo económico de Puerto Rico”.
Es cierto que por más de 123 años el colonialismo no sólo ha retrasado, sino que ha impedido el desarrollo económico de Puerto Rico. El gran éxito de la dominación colonial, sobre todo en el pasado medio siglo, ha sido convertir la dependencia económica en una única e inevitable forma de vida para cientos de miles de compatriotas. La visión cuponera de la vida se ha reproducido generación tras generación. La subordinación e inferiorización se han impuesto como si fueran algo natural e inevitable.
El determinismo geográfico, histórico y social pesa como una lápida: nos han dicho incesantemente que somos pequeños, que carecemos de recursos naturales, que somos racialmente inferiores, que nuestra tierra es pobre y poca, que nuestros mares son improductivos, que somos demasiados; que no nos queda otra opción que protegernos bajo el ala de alguna mamá gallina imperial.
En las actuales circunstancias, buena parte de nuestra población no ha tenido otra opción que estirar la mano para recibir alguna variante de fondos federales –cupones, tarjeta de la familia, plan WIC, renta negativa, desempleo, FEMA, toldos azules--; o emigrar.
Contrario a lo que quisiéramos los independentistas, en medio de tanta insatisfacción generalizada por lo que hay y de tantos anhelos por mejorar las cosas, la mayoría de la población no se plantea la independencia como opción al colonialismo. Le siguen temiendo. O la ven como algo imposible. El desasosiego prevaleciente no le lleva a desear automáticamente la independencia como alternativa.
El miedo y la inseguridad han sido y siguen siendo unas de las herramientas más importantes en el arsenal de cualquier dominador frente a cualquier dominado. Puede tratarse de un adulto frente a un niño, un hombre frente a una mujer, un joven frente a un viejo, o un gobierno colonial frente a un pueblo dominado.
Muchos compatriotas no responsabilizan al gobierno de Estados Unidos por la situación económico-social reinante en Puerto Rico, sino a las administraciones colonial-anexionistas, los partidos políticos coloniales y sus dirigentes más connotados que no administran bien lo que los “americanos” nos dan generosamente. Contradictoriamente, para muchos los federales son ahora más importantes que antes. En lugar de ser vistos como culpables de nuestras vicisitudes, se les ve como solucionadores de las mismas. Lo mismo repartiendo dinero que arrestando alcaldes corruptos.
Eso no equivale a preferir la anexión, sino a acomodarse a ”lo mejor de los dos mundos”.
La dependencia económica ha provocado en importantes sectores de nuestro Pueblo un sentido de incapacidad-imposibilidad creciente para desarrollar una economía propia, en un Estado independiente. Mientras tanto, ese mismo pueblo ha tenido la capacidad de producir montañas de riqueza para quienes le dominan.
Es cierto que nos hemos ido despojando de muchos de los miedos que nos han sido impuestos desde la invasión de 1898, y aun desde antes. Hemos perdido el miedo a afirmar con orgullo que somos una Nación. Hemos perdido el miedo a plantar nuestra bandera—como luego del huracán María—por todo el País, e identificarla como la única nuestra. Hemos perdido el miedo a marcar una distancia definitoria entre ellos, los dominadores extranjeros, y nosotros. Hemos perdido el miedo al disponernos a luchar por nuestra cultura, en defensa del ambiente, contra la Junta de Control Fiscal, contra el anexionismo y a favor de una mejor calidad de vida. Hemos perdido el miedo a afirmar lo que somos aun en las entrañas del monstruo. Hemos perdido el miedo a emocionarnos cada vez que uno de los nuestros se distingue, nos trae medallas, premios y reconocimientos. Hemos perdido el miedo a exaltar a Don Pedro, a Filiberto, a Lolita, a Rafaelito y a Oscar como nuestros héroes nacionales. Hemos perdido el miedo a decir, “!yo soy boricua, pa’ que tú lo sepas!”.
Pero cuando se le plantea a muchas personas que afirman todo eso y más, la necesidad y la conveniencia de la independencia, con toda honestidad te harán una pregunta contundente, inevitablemente cargada de prejuicios: ¿de qué vamos a vivir?, ¿cómo nos vamos a sostener? Y luego, indiscriminadamente, remacharán: ¿seremos como Haití, como Guatemala, como los países africanos, como Cuba, Venezuela o Nicaragua?
Suele reconocerse que contamos con todos los atributos “sociológicos” de una nación. Pero a la vez, se piensa que no podemos ser un Estado nacional porque, a diferencia de los más de 190 países del planeta—grandes, medianos o pequeños, más ricos o más pobres, insulares o continentales, la mayoría de ellos antiguas colonias-- no tenemos con qué.
No tenemos que “presentar a priori un plan macroeconómico infalible”; pero debemos tener un plan. No se trata de una “obsesión desmedida con la viabilidad económica”, sino de una necesidad política irrenunciable.
Claro que nuestras acciones han de estar guiadas por principios esenciales, por un gran sentido de justicia y que nuestras aspiraciones como pueblo deberán estar encaminadas a alcanzar la libertad total. Pero no bastan los principios, la justicia, ni el convencimiento de que tenemos la razón. Todo eso puede ser cierto, pero la condición colonial se mantendrá inalterada mientras no tengamos la fuerza que conduce al poder. Y para acumular esa fuerza necesaria es preciso que nuestro Pueblo se convenza de que existe una manera superior de organizar la sociedad, que nos saque de la crisis colonial.
Los Estados nacionales no se fundan simplemente para tener una bandera, un himno y un padre o una madre de la patria. Adquieren sentido y pertinencia –cuando son genuinamente soberanos e independientes—si con el cambio la gente vivirá mejor. Para que los servicios de salud, vivienda y educación sean eficientes. Para que haya trabajo seguro. Para que la calidad de vida sea superior. Para poder enfrentar exitosamente la violencia y la criminalidad. Para que el transporte funcione y las actividades culturales, deportivas y recreativas formen parte usual de sus vidas. Para poder satisfacer sus necesidades básicas de consumo. Para que haya un eficiente servicio de electricidad y de acueductos. Para que la basura se recoja y no haya boquetes en las carreteras. En fin…
Esa es la patria material, la patria concreta, la que para cualquier ciudadano o ciudadana adquiere un sentido fundamental en su vida cotidiana, más allá de las demás consideraciones.
Cuando el movimiento independentista sea capaz de demostrar que se puede organizar en libertad una sociedad en la que la prestación de esos y otros tantos servicios puede ocurrir de manera superior, con nuestros propios esfuerzos, capacidad de trabajo e inteligencia, a la vez que ofrece una visión ética, moral y patriótica superior, ese día nuestro Pueblo irá perdiendo definitivamente ese singular miedo y concebirá la independencia como una posibilidad verdadera y confiable.
Resulta indispensable que en la propuesta que hagamos los y las independentistas a nuestro Pueblo haya, al menos una idea general de nuestra concepción de la industria, el comercio, la agricultura y las actividades productivas en el Puerto Rico independiente. De forma tal que podamos mostrar ejemplos indiscutibles de cómo podremos superar el gran prejuicio de la imposibilidad material de la independencia, que ha sido una de sus herramientas más efectivas del colonialismo a través del tiempo.
La única manera de combatir el miedo de alguien como Rita Moreno --que mientras tanto afirma sin miedo tantas otras cosas-- y de muchas otras personas que piensan como ella, es ofreciendo una respuesta razonable, sensata y viable a su pregunta: “?de donde van a obtener el dinero?” Es decir, de dónde saldrá la riqueza material que nos permita edificar una sociedad próspera y feliz. Entonces el proceso descolonizador, sostenido en una autoestima colectiva indetenible, nos llevará a la victoria.
Mientras el movimiento independentista no ofrezca una propuesta económica y material –-tan general o específica como queramos o podamos --que permita en gran parte de nuestro Pueblo concebir al Puerto Rico solvente, soberano y próspero al que aspiramos, prevalecerán la incógnita, la incredulidad y la incertidumbre.
Y, peor aún, por más deteriorada que esté la colonia, prevalecerá el miedo a la independecia.
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