“…la justicia no se entrama de manera natural
en la urdimbre de la vida…
el bien no siempre vence en el reino de este mundo…
los ideales que llenan los corazones y el espíritu
de mucho hombres y mujeres pueden ser derrotados
e incluso desaparecer de la faz de la Tierra.”
Gerard Martin
Gabriel García Márquez, Una vida
Absurdo suponer que el paraíso
es solo la igualdad, las buenas leyes.
El sueño se hace a mano y sin permiso,
arando el porvenir con viejos bueyes.
Silvio Rodríguez
Para algunas personas resulta incomprensible, incluso inadmisible, que un sujeto como Rodolfo Hernández pueda ganar las elecciones de este 19 de junio y convertirse en el próximo presidente de Colombia. Tantas excentricidades, exabruptos, disparates, insultos y arrogancias juntas en una misma persona parecerían descalificarlo. Acusaciones de corrupción pendientes, también. Sin embargo, para sorpresa de muchos Hernández llegó segundo en la primera vuelta electoral, celebrada el pasado 29 de mayo, desplazando contundentemente al uribista Federico Gutiérrez. A partir de entonces, se ha convertido en el candidato de todo el abanico conservador, que le huye como el diablo a la cruz a cualquier cambio verdadero y profundo de la sociedad colombiana. Y que no está dispuesto a consentir que el candidato progresista Gustavo Petro prevalezca en la segunda vuelta.
Quizá no deba ser tan incomprensible ni tan inadmisible que alguien con el expediente de Rodolfo Hernández haya alcanzado tanta prominencia y respaldo electoral, al punto de que podría convertirse en el próximo presidente de Colombia (¡Dios no lo quiera!, exclamarán algunos). Tampoco deben sorprendernos los casi seis millones de votos que obtuvo en la primera vuelta, ni los más de cinco millones de votos de Gutiérrez. En total, más de once millones de votos por el conservadurismo en sus matices más duros; a los que pudiéramos sumar los cientos de miles de votos de los otros candidatos conservadores derrotados; y los millones de electores conservadores que forman parte del 45 porciento de quienes que se abstuvieron de votar. Esto si nos ceñimos a criterios electorales.
Conviene entonces que analicemos el valor de esos números en su dimensión cualitativa e histórica, más allá de la aritmética electoral y de ganadores y vencedores en una contienda en particular. Ello probablemente nos ayudará a comprender mejor por qué se presentan fenómenos como el de Rodolfo Hernández, en Colombia y en otros países de Nuestra América.
Esa multitud electoral conservadora es fruto y consecuencia de décadas de control, influencia y manipulación ideológica y cultural, económica y social. Esas personas, además de votar por los conservadores, ostentan una ideología conservadora, aprendida e impuesta por décadas y siglos. Para muchos de ellos y ellas, es su normalidad existencial, que está continuamente expuesta a miedos y prejuicios; a manipulaciones mediáticas y al cultivo de la mentira y la media verdad. De esa manera se van forjando paradigmas, formas de vida, visiones de mundo, concepciones de cómo deben y como no deben ser las cosas; aun cuando ello se dé en una sociedad tan marcada por la desigualdad y la injusticia social.
Para muchos colombianos y colombianas las ideas que proclama Rodolfo Hernández representan la vida como debe ser. Incluso sus expresiones despreciativas contra la mujer y su visión patriarcal son compartidas por buena parte de la sociedad colombiana, hombres y mujeres por igual. Es como han aprendido por mucho tiempo que son las cosas. Seguramente es la manera como se da la relación cotidiana de incontables parejas y familias colombianas en la ciudad y en el campo. Y, por cierto, Colombia no es la excepción.
Las ideas de avanzada de Petro y el gran espectro organizativo que conforma el Pacto Histórico –sobre relaciones de género y sobre otros tantos asuntos-- pueden parecernos acertadas y necesarias a muchos de nosotros y nosotras, pero para muchos colombianos y colombianas son altamente peligrosas, incluso subversivas. Muchos de quienes votaron o votarán por Hernández quieren un cambio, pero tienen una idea diferente de lo que cambio significa. Ha de ser más bien un cambio de forma que de contenido; algo gradual, nada que quite o incomode el sueño. ¡Nada de revoluciones o transformaciones radicales!
Como podemos ver, estas contradicciones ancestrales – como he dicho, en más de un sentido de carácter existencial-- no se resuelven en el corto espacio de tiempo de una campaña electoral ni aun contratando a la más ingeniosa y astuta de la agencias de publicidad. No se erradican de la conciencia así de fácil décadas de violencia y de guerra, del terror de los paramilitares, de la mitologización de la paz, la demonización del vecino bolivariano, el anticomunismo feroz, el narcotráfico militante, el conservadurismo religioso y el bombardeo ideológico-cultural impuesto desde la cuna hasta la tumba.
¿Cuánto esfuerzo, cuanta energía, cuanto trabajo será necesario acumular para derribar murallas infranqueables edificadas desde tiempos inmemoriales, con el calculado afán de mantener inamovibles la injusticia, la desigualdad y la muerte?
Por eso, a decir verdad, lo alcanzado hasta ahora por Gustavo Petro y el Pacto Histórico es una proeza. Se dice fácil, pero llegar hasta donde han llegado las fuerzas progresistas colombianas en un país que, además, ha sido convertido en enclave preferido del gran capital estadounidense al servicio de su geoestrategia imperial en Nuestra América, es en sí mismo una gran victoria.
Quienes hemos aprendido un sentido diferente de las palabras cambio, justicia, equidad, paz, democracia y otras tantas, claro que deseamos que prevalezcan Gustavo Petro y el Pacto Histórico en las elecciones del 19 de junio próximo. Pero aun si, contra nuestros deseos y aspiraciones, no se diera la victoria anhelada, es indispensable preservar todo cuanto se ha avanzado, asegurar todas las victorias obtenidas en estos meses, mantener la unidad de las diversas fuerzas, dar seguimiento al oído receptivo y solidario con el pueblo colombiano.
El carácter genuinamente histórico del Pacto Histórico no depende, en última instancia, del resultado electoral del 19 de junio, si bien supondría un gran paso en esa dirección. Pero irrespectivamente de lo que suceda a nivel electoral, tenemos ya de nuestro lado una gran victoria política que para nada debe ser despreciada o subestimada. Y enormes retos de lo que implica en términos generales una revolución cultural, ideológica y mediática indispensable para avanzar hacia el futuro.
Así que nos encaminamos a esta nueva jornada, confiados en el porvenir, que será como seamos capaces que sea. Porque, como el río ancho y poderoso, superando tantas sinuosidades y tantas dificultades como sea preciso enfrentar, llegaremos al mar. ¿Cuándo? Cuando lleguemos.
Julio A. Muriente Pérez
Copresidente
Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH) de Puerto Rico
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