Mientras el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, llegaba a Puerto Rico este lunes 3 de octubre, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken aterrizaba en Colombia, para iniciar una gira que incluye además Chile y Perú. En la geoestrategia estadounidense, el viaje de Blinken corresponde al esfuerzo de ese país por recomponer su influencia en una América Latina que amenaza con írsele de las manos. Biden, en cambio, decidió invertir algunas horas para viajar a su colonia caribeña, como parte de una bien pensada movida de relaciones públicas.
A decir verdad, si el motivo de Biden era hacer promesas para mejorar la situación de la población boricua afectada por el paso del huracán Fiona, no era preciso que llegara hasta acá. Pudo dedicar su tiempo a atender directamente los estragos que enfrenta la Florida. Bastaba con una orden ejecutiva. Pero, calcularon sus estrategas, la ocasión no podría ser mejor para obtener una enorme ganancia política, sobre todo en vísperas de las elecciones denominadas de medio tiempo, que se celebrarán el próximo mes en Estados Unidos y donde está en riesgo el control de la cámara y el senado que actualmente tienen los demócratas.
La naturaleza y el almanaque se pusieron de acuerdo. Biden llegó a Puerto Rico el 3 de octubre, justo el día en que se cumplieron cinco años de la indeseable y nunca bien recordada visita del entonces presidente Donald Trump a Puerto Rico, pocos días después del paso del huracán María.
Desde que pisaron suelo puertorriqueño el casi octogenario presidente Biden –cumple ochenta años el próximo 20 de noviembre-- y su esposa Jill, se esmeraron en presentar su rostro más simpático, solidario y condescendiente. Con cálculo y premeditación; todo lo contrario a su predecesor republicano.
Es cierto que la población puertorriqueña residente en Puerto Rico no tiene derecho a participar en dichas elecciones. Pero la que reside en Estados Unidos sí; particularmente la multitud de puertorriqueños y puertorriqueñas que han tenido que mudarse a la Florida durante las pasadas décadas. Precisamente a la Florida devastada, la siguiente visita de Biden. El presidente y el partido Demócrata apuestan a su política de beneficencia huracanada para prevalecer en las urnas.
Es cierto también que Puerto Rico necesita recuperarse de la precariedad económica y social que lo ha llevado a la quiebra general. Pero no se trata de la recuperación circunstancial que sigue al impacto de un huracán o de un movimiento sísmico. No son limosnas lo que necesitamos. El gran problema que enfrenta nuestro País es de naturaleza estructural, tanto en lo económico como –sobre todo—en lo político.
De eso Biden no dijo nada. Pero ya su congreso se había expresado, al imponernos la Junta de Control Fiscal en 2016, no para contribuir a la recuperación económica, política y social de Puerto Rico, sino todo lo contrario, para perpetuar la condición de precariedad colonial existente desde hace más de 124 años.
Biden admitió que “los puertorriqueños no han sido atendidos muy bien”. Esa admisión con tono de eufemismo es cierta, pero no simplemente en cuanto al paso de un huracán. El maltrato, la subordinación y la falta de poderes se remonta a la invasión militar de 1898.
En última instancia, las visitas pretendidamente solidarias de algún presidente estadounidense luego del impacto de un fenómeno natural –que suele sacar a la superficie la precariedad del deficiente modelo económico, urbano y social—son insignificantes. Son visitas oportunistas. Lo han sido siempre, desde la primera realizada por Theodore Roosevelt en 1906 para recargar combustible del buque Luisiana que lo traía de vuelta desde Panamá, dónde fue a supervisar su canal.
Lo que el Pueblo puertorriqueño necesita no son visitas presidenciales de ocasión. Lo que Puerto Rico requiere con urgencia es que el gobierno de Estados Unidos reconozca de una vez y por todas que el gran huracán que ha golpeado y sigue golpeando a nuestro Pueblo por más de un siglo es el colonialismo que ellos nos imponen. Y que reconozca nuestro derecho inalienable a la autodeterminación e independencia nacional y actúe de conformidad con el derecho internacional vigente.
No en Ucrania. Aquí.
Entonces será posible echar a andar una verdadera recuperación. Y si nos brindan ayuda, en condiciones de igualdad y respeto soberanos, la aceptaremos. Pero seremos nosotros y nosotras, el Pueblo puertorriqueño, quienes tendremos en nuestras manos el poder para tomar las decisiones que nos convengan y beneficien. A nosotros y nosotras, y a nadie más.
Biden llegó y como vino se fue, en su 747 que llamó más la atención que el propio mandatario. Regresó a su país sin pena ni gloria. En nadie produjo demasiadas emociones, ni siquiera en sus alzacolas colonialistas y anexionistas.
Once presidentes estadounidenses han pasado por aquí en más de un siglo; a cargar combustible, a jugar golf, a reunirse con mandatarios de otros países, a conspirar contra países de Nuestra América, a tirar papel toalla, a recaudar dinero para su campañas, a mostrar rostros buenagentes…
Habrá que esperar, quién sabe, hasta el próximo huracán.
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