Escrito por Julio A. Muriente Pérez / Copresidente del MINH
El 14 de julio se cumplen quince años de la celebración de la gran manifestación denominada La Nación en Marcha. Esa fecha y aquel evento adquieren una enorme importancia y pertinencia en el presente, particularmente por su significación política.
Los hechos
El 14 de julio de 1996 se llevó a cabo una marcha multitudinaria en Fajardo, que desembocó en una concentración, en un punto cercano al hotel El Conquistador de ese pueblo. Allí se estaba celebrando una reunión de gobernadores de Estados Unidos. Era el cuarto año de la administración Rosselló-PNP. Los anexionistas querían utilizar aquel evento para adelantar sus intereses antinacionales.
Aquella reunión de gobernadores estadounidenses podía haber pasado inadvertida para los opositores al anexionismo y para el pueblo en general; o podía haber habido una respuesta en rechazo a la misma y sus propósitos antipuertorriqueños. Y eso que fue lo que sucedió.
Hasta ahí podría parecer una manifestación de protesta más, que como tal fue exitosa y contó con una gran concurrencia.
El valor político singular de La Nación en Marcha estuvo en que fue una convocatoria unitaria hecha por un gran abanico de sectores políticos, ideológicos y sociales, que incluía independentistas y no independentistas y, sobre todo—y esto fue lo controversial y novedoso en aquel momento—porque constituyó un esfuerzo unitario de organizaciones independentistas (Congreso Nacional Hostosiano, Nuevo Movimiento Independentista y otras) con los sectores más progresistas del Partido Popular Democrático (PPD), que hoy denominaríamos soberanistas.
El liderato del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) puso el grito en el cielo. Para ellos resultaba inadmisible coordinar lo que fuera, cualquier cosa, con nadie del PPD. Máxime cuando 1996 era año electoral y entonces, como ahora, su gran obsesión era golpear indiscriminadamente al PPD-ELA, sin importar el fortalecimiento resultante del anexionismo.
No se hicieron esperar los ataques más furibundos contra esas organizaciones independentistas que estaban dispuestas a marchar junto a “los carceleros de Albizu”. Las energías del PIP, en lugar de volcarse contra el enemigo común que representaba en aquel momento la reunión de gobernadores yanquis y el PNP-Rosselló, embistieron contra quienes habían reconocido la necesidad táctica de unir voluntades frente a un enemigo común. En aquel momento, para el liderato del PIP el enemigo eran los independentistas que marcharan con los populares y se enfangaran “en el lodazal colonial”.
Como era cosa de salvaguardar la pureza del patriotismo, el PIP organizó un acto por separado, en la plaza de recreo de Fajardo, donde sus oradores no perdieron oportunidad para estigmatizar una y otra vez la iniciativa de unidad nacional que se desarrollaba a pocos kilómetros de distancia y que ellos habían demonizado.
Gran enseñanza política
Ese 14 de julio—por cierto, aniversario de la Toma de la Bastilla y el inicio de la Revolución Francesa de 1789—se enfrentaron dos concepciones de cómo adelantar la lucha por la autodeterminación e independencia de Puerto Rico. Una que insistía—y sigue insistiendo— en una suerte de puritanismo o fundamentalismo que prohíbe el acercamiento con cualquier otro sector político; que concibe como un acto de contaminación, o peor aún, como un acto de traición imperdonable, lanzar puentes, en última instancia con quien sea. Es la autosuficiencia elevada a la categoría de principio inamovible. Esa visión excluye alianzas, entendidos, frentes amplios, acuerdos tácticos, sobre todo si se trata de no independentistas, pero también con independentistas, como la vida nos ha permitido constatar.
La otra visión es la que reconoce la necesidad, conveniencia y corrección de unir voluntades desde la más amplia diversidad posible, sin violentar ningún principio, en aras de adelantar la causa de la descolonización y la autodeterminación e independencia nacional. Es la visión que reconoce que para ser mayoría mañana, hay que lanzar puentes hoy. Que la idea de Pueblo en cuyo nombre hacemos la lucha, comprende precisamente una población en la que conviven grandes coincidencias con grandes diferencias y que de lo que se trata es de privilegiar en las coincidencias y en la superación progresiva de las discrepancias. Sólo así seremos poderosos, tanto como para vencer.
No pasó mucho tiempo antes de que volvieran a enfrentarse esas dos visiones, la de la autosuficiencia y el puritanismo que achican y la de las convergencias y alianzas que engrandecen. El escenario fue Vieques, de 1999 a 2003. Allí de nuevo el PIP asumió una actitud desenfadadamente sectaria y fundamentalista, aislándose del resto del gran universo de solidaridad que distinguió la lucha por la paz en la Isla Nena. Su daltonismo ideológico una vez más reducía su espectro de colores; solo admitían el verde y el blanco.
A nadie debe extrañarle entonces, la debacle electoral sufrida por el PIP en las elecciones generales de 2004 y 2008. Ambos resultados, sin duda bochornosos y de ninguna manera convenientes a la lucha por la independencia, son entre otras cosas consecuencia de esa política tan errada y obstinada que sólo conduce al empequeñecimiento y la insignificancia (y que, aunque parezca increíble, dura hasta nuestros días; compruébese ello con la lectura de la columna del dirigente pipiolo Manuel Rodríguez Orellana publicada en el periódico El Nuevo Día, el pasado 11 de julio).
Quince años después ese diferendo táctico-estratégico prevalece, aun cuando las diversas experiencias de los pasados años confirman una y otra vez la corrección de la lucha amplia, diversa y unitaria y la incorrección de las actitudes sectarias, aislacionistas y puritanas.
Quince años después, al mirar hacia afuera, vemos cómo en numerosos países de Nuestra América las luchas avanzan y se alcanzan grandes victorias, precisamente porque se ha optado por la unidad, por las alianzas y los entendidos entre grupos y sectores diversos. Puerto Rico no puede ser la excepción. Claro que hay que ser firme en la defensa de los principios que nos definen. Pero es que uno de esos principios es, precisamente, la lucha por la unidad patriótica y nacional.
No es exagerado ni cataclísmico decir que quienes se obstinen en la visión sectaria y “uniquista” de la lucha, a la larga se irán extinguiendo y desaparecerán sin pena ni gloria, no sin antes haber perjudicado la lucha de todos y todas por la Nación. No es una hipérbole afirmar que el futuro de nuestro Pueblo está en su unidad, en la cual hay que creer por convicción, no por mera conveniencia. Tan sencillo como eso.
Esa es la gran lección que nos ha legado La Nación en Marcha y que, como he dicho antes, mantiene absoluta pertinencia.
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