Escrito por Julio A. Muriente Pérez / Copresidente del MINH
El Congreso de Panamá—suprema aspiración de integración hispanoamericana del Libertador Simón Bolívar—se reunió durante los días 22 de junio al 15 de julio de 1826, en lo que entonces era territorio de una Colombia que comprendía además Venezuela y Ecuador. Desde entonces han pasado ciento ochenta y cinco años.
Bolívar emitió la convocatoria para ese encuentro el primero de diciembre de 1824, apenas dos días antes de la Batalla de Ayacucho, en la que las fuerzas independentistas asestarían un golpe definitivo a la dominación colonial española en Nuestra América. Pasó más de un año y medio antes de que el Congreso pudiera constituirse, de manera accidentada y con una asistencia irregular. Las largas distancias entre países, las limitadas formas de transporte, las visiones e intereses encontrados, la conspiración incesante de Estados Unidos y el caos reinante en ese periodo de guerras y cambios dramáticos, conspiraban contra el gran propósito bolivariano.
El objetivo del Libertador—anticipado en La Carta de Jamaica de 1815— era promover el fortalecimiento y consolidación de los Estados nacionales surgidos de la guerra de independencia que—él lo sabía bien—estaban dirigidos por oligarquías conservadoras, poco organizadas y con escasa voluntad para realizar cambios profundos en esas sociedades. La idea era crear una confederación, en momentos en que aún estaba presente el peligro de reconquista por parte de España y en que ya se percibían las intenciones expansionistas de Estados Unidos. De ahí el sentido de urgencia que Bolívar le imprimía a este proyecto unificador:
“El velo se ha rasgado y hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos…
“Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria.” (Carta de Jamaica, Kingston, 6 de septiembre de 1815, fragmentos)
Otros dirigentes independentistas coincidían con Bolívar en el empeño de unidad y alianza de los Estados recién nacidos: Miranda, San Martín, Artigas y O’Higgins, Morelos, Hidalgo, Nariño, Santander…
Las Bases del Congreso de Panamá se retrotraen a los Pactos de “Unión, Liga y Confederación” que firmó Colombia con Perú (que comprendía los actuales Perú y Bolivia), Chile, México y Centroamérica (región que todavía no se había fragmentado en los países que conocemos hoy: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica). La convocatoria ulterior incluía además a las Provincias Unidas del Río de la Plata, hoy Argentina. Brasil, a la sazón gobernado por descendientes de los reyes portugueses, sería invitado sólo en calidad de observador.
Uno de los compromisos más urgentes que debía tener la alianza de las nuevas naciones concebida por Bolívar, tenía que ver con garantizar las condiciones materiales para lograr la independencia de Cuba y Puerto Rico, últimas colonias que mantenía España en América y sobre las cuales era evidente el interés expansionista de Estados Unidos. Esta aspiración enfrentaba la oposición tenaz del gobierno estadounidense, que a la larga logró su objetivo de que la misma se sustrajera de los acuerdos alcanzados y se hiciera sal y agua, con la complicidad de algunos países hispanoamericanos presentes en el cónclave.
La investigadora venezolana Iliana Gómez Tovar lo expresa así:
“Entre otros aspectos, se pretendía crear un ejército y una flota conjunta con carácter permanente, defender la integridad territorial de cada participante, aplicar una ciudadanía americana única y prohibir la trata de esclavos, así como incluir la discusión de la independencia de Cuba y Puerto Rico y la negociación del reconocimiento de los nuevos Estados independientes, temas que se convirtieron en un vértice del pensamiento anticolonial del Liberador Simón Bolívar.” (“En búsqueda de la integración hispanoamericana, la Gran Asamblea de Panamá 1826”, en De Panamá a Panamá, Acuerdos de Integración Latinoamericana 1826-1881, p. 14)
El Congreso sesionó desde el 22 de junio hasta el 15 de julio de 1826. El tercer punto en la agenda el día en que se, inauguró decía:
“3. Decidir sobre el apoyo a la independencia de Cuba y Puerto Rico, así como de las Islas Canarias y las Filipinas.” (Ibíd., p. 28)
En ese periodo de tiempo se realizaron diez reuniones. Tras numerosas reuniones y asambleas adicionales y, aunque no se reflejó allí el ideal de unidad continental al que aspiraba Bolívar, los países participantes en el Congreso de Panamá tomaron diversos acuerdos formales de unidad regional y defensa común de sus intereses económicos, políticos y militares, en rechazo a las intervenciones extranjeras, por la abolición de la esclavitud y sobre los problemas limítrofes.
La sede del Congreso fue trasladada a Tacubaya, México. Tal y como temía Bolívar, allí se fue dando el incumplimiento progresivo de los acuerdos, hasta que finalmente la falta de voluntad de las partes, unida al sabotaje permanente del gobierno estadounidense—que como he dicho no interesaba una Hispanoamérica unida y fuerte y que tenía entre sus planes la conquista de Cuba y Puerto Rico y el futuro canal interoceánico—provocó que dos años después, el 9 de octubre de 1828, el Congreso desapareciera sin pena ni gloria, sin que se ratificaran los acuerdos originales y con el fracaso de la Confederación Hispanoamericana que con tanto ahínco había promovido el Libertador.
El Libertador Bolívar falleció el 17 de diciembre de 1830, en el territorio colombiano de Santa Marta; y con el sus sueños unitarios. Durante el siglo XIX avanzó el desarrollo de naciones latinoamericanas altamente sometidas a la fragmentación y al neocolonialismo europeo y estadounidense. En las postrimerías de ese siglo Estados Unidos se consolidó como gran potencia capitalista, presta a lanzarse a la conquista continental y planetaria. Surgió lo que se conoce como el imperialismo moderno.
Estados Unidos, el Panamericanismo y la OEA
En ese contexto, Estados Unidos promovió la celebración de conferencias panamericanas o interamericanas, cuyo propósito evidente era la consolidación de su hegemonía en la América al sur del río Bravo. La primera de estas conferencias se celebró en Washington, en 1889. Seis décadas después, en la IX Conferencia Interamericana celebrada en Bogotá en mayo de 1948, se creó la Organización de Estados Americanos (OEA). Un año antes, el 2 de septiembre de 1947, Estados Unidos condujo a la aprobación Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), en Río de Janeiro; instrumento de control y manipulación militar enmarcado en el anticomunismo y el conservadurismo típico de la “Guerra Fría”.
A partir de entonces era evidente el control político, económico y militar de Estados Unidos en todo el continente americano, legitimado por la OEA y el TIAR. Esa fue la respuesta histórica del imperialismo estadounidense—en el mejor espíritu de la expansionista Doctrina Monroe de 1823— poco más de un siglo después de que los objetivos unificadores del Congreso de Panamá se vieron frustrados en 1826.
Del Congreso de Panamá a la CELAC
Los pasados sesenta años de historia de América Latina y el Caribe han estado marcados por la avasalladora influencia política, económica y militar de Estados Unidos y las grandes potencias capitalistas. Han sido décadas de explotación económica, saqueo de recursos naturales, golpes de Estado, imposición de gobiernos títeres, intervenciones militares, respaldo activo a regímenes genocidas, agresiones a gobiernos democráticos y populares, penetración ideológica y manipulación cultural.
Tras la caída del campo socialista y la desaparición de la Unión Soviética a finales de la década de 1980 y principios de la década de 1990, no faltaron quienes proclamaron el “fin de la historia”, la derrota definitiva del Socialismo y la victoria eterna del Capitalismo. A los pueblos del planeta, sobre todo del Tercer Mundo, no le quedaba otra opción, decían esos, que la resignación.
Con lo que no contaban quienes pregonaban esa visión cataclísmica, era con el proceso progresista y revolucionario que se inició con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela en 1998 y el inicio de la Revolución Bolivariana. Asimismo, en la pasada década se han dado avances muy esperanzadores en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Brasil, Uruguay, Argentina, El Salvador y varias islas-naciones del Caribe. En todo momento han tenido el acompañamiento solidario de la Revolución Cubana. Varios de esos países han constituido lo que se conoce como la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA).
Son procesos diversos entre sí, accidentados, complejos y desiguales. En todo caso, anuncian un porvenir diferente y superior, no sólo para América Latina y el Caribe, sino que su impacto tiene un alcance planetario, generando esperanza en el porvenir a millones de personas en todo el orbe.
El Bolivarianismo del siglo veintiuno se inspira en los elementos fundamentales del pensamiento y la acción del Libertador. Hoy su espíritu unitario es aún más abarcador, comprendiendo no sólo a las antiguas colonias españolas, sino al conjunto de pueblos y naciones que conforman América Latina y el Caribe.
Un planteamiento esencial del discurso Bolivariano sigue siendo—con la misma intensidad y firmeza—la alianza de los pueblos latinoamericanos y caribeños frente a las potencias imperialistas y sobre todo frente a Estados Unidos. De ahí la denuncia contundente que se hace a la OEA, al Panamericanismo según concebido por Washington y a las iniciativas hegemónicas que emanan del capitalismo internacional.
Va cobrando fuerza el entendimiento de que las únicas alianzas que genuinamente convienen a nuestros pueblos son las que excluyen al imperialismo y sus aliados. Va avanzando palmo a palmo la comprensión de que la verdadera independencia requiere del quiebre de décadas y siglos de dominación y explotación. Aun en gobiernos conservadores va germinando la semilla de un espacio propio, sin controles externos ni manipulaciones.
En ese terreno fértil ha ido cobrando forma desde el año 2010 la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, la CELAC.
La CELAC es la continuadora histórica del Congreso de Panamá, ciento ochenta y cinco años después. Se funda en el mismo principio bolivariano de autodeterminación e independencia y de rechazo a toda forma de injerencia extranjera.
La amenaza expansionista que suponía Estados Unidos en 1826, cuando aún era una nación en franco crecimiento territorial, se ha magnificado con el desarrollo del imperialismo estadounidense e internacional. El sometimiento político, económico y militar sobre nuestros pueblos que se advertía entonces, es un hecho consumado desde hace décadas. La advertencia de que Estados Unidos habría de lanzarse sobre Cuba y Puerto Rico se materializó en 1898.
También es cierto que en esos 185 años los pueblos de Nuestra América han luchado denodadamente por su libertad. Que no ha habido un instante de tregua. Que la prédica bolivariana nunca ha sido abandonada.
En esta primera década del siglo veintiuno se ha generado terreno fértil para que se retomen los principios que con tanta insistencia promovió Bolívar en 1826. Hoy es tan necesario como siempre y, además, hoy se dan las condiciones que permiten retomar aquella aspiración.
Antiimperialista y anticolonialista
Reconocemos la compleja diversidad y la multiplicidad de intereses que confluyen en América Latina y el Caribe; y cómo ello dificulta la fundación de una organización continental que se distinga cualitativamente de las iniciativas hegemónicas impuestas hasta el presente, sobre todo la Organización de Estados Americanos (OEA). Sabemos que Estados Unidos intentará entorpecer hoy, como lo hizo en 1826, los esfuerzos de integración latinoamericana y caribeña y que se obstinará en perpetuar su control sobre nuestros pueblos.
En todo caso y comoquiera que sea, ahí radica justamente el gran reto. Todas las cartas están sobre la mesa. Para que la CELAC tenga un significado progresista y liberador—es decir, para que no sea más de lo mismo, lo que sería inadmisible—debe excluir la presencia de Estados Unidos. A la vez, para que la CELAC marque una diferencia emancipadora, debe garantizar un espacio para las naciones que todavía están sometidas al dominio colonial y que luchan por su autodeterminación e independencia, como es el caso elocuente de Puerto Rico. CELAC debe aspirar a ser una organización a la vez antiimperialista y anticolonialista, democrática, participativa e inclusiva. Ahí está la clave.
La exclusión clara y explícita del imperialismo de un proyecto integrador como CELAC y la inclusión igualmente clara y explícita de las luchas anticoloniales de Nuestra América encabezadas por la de Puerto Rico, lo uno y lo otro, serán la medida inequívoca del alcance de este esfuerzo unitario, o de sus limitaciones y carencias.
Después de todo, ello aseguraría el cumplimiento escrupuloso del pensamiento del Libertador Simón Bolívar, tanto frente a las ansias hegemónicas de Estados Unidos, como el compromiso firme contraído con la independencia de Puerto Rico, que es un punto inconcluso en la agenda del Libertador que nos corresponde a todos y todas completar hoy. Ello corresponde en la actualidad a elementos esenciales del derecho internacional vigente en materia de la autodeterminación, la defensa de los derechos humanos y del respeto a la libertad, la vida y la dignidad humana y planetaria.
La vigencia insoslayable de los postulados bolivarianos del Congreso de Panamá enunciados en 1826, nos obliga a todos y todas 185 años después. Es una responsabilidad que no podemos evadir.
Es tiempo de osadía y atrevimiento, de valentía manifiesta e irreverencia ante los falsos dioses del Olimpo imperial. Es tiempo de rendir honor al pensamiento, las ideas y la obra de quienes nos han precedido. La mejor manera—la única manera obligada— de hacerlo es esforzándonos por completar lo que ellos, por fuerza mayor, han dejado inconcluso.
Ha de depender de nosotros y nosotras y de nadie más, no solo la capacidad sino, sobre todo, la disposición y la voluntad para cumplir la tarea que la Historia—encarnada en el ejemplo y la prédica imperecedera del Libertador Simón Bolívar— ha depositado en nuestras manos.
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