Escrito por Noel Colón Martínez / MINH
El periódico El Nuevo Día nos ha obsequiado, a un año de las próximas elecciones generales, otra de sus acostumbradas encuestas sobre el resultado de las mismas. El País parece paralizarse, y en muchos sectores hasta deleitarse, con los resultados porque en la inacabable e insufrible división interna, a la que estamos abocados, que algún jefe de tribu prevalezca sobre el otro jefe de tribu produce mucha alegría insana de un lado, o angustia y honda preocupación de otro lado.
Cuando la encuesta apunta a que el que ganó antes perderá, en vista de la gran politización que permea el ambiente político, muchas familias que llegaron a resolver muchos problemas inmediatos porque su partido resultó ganador piensan, con mucha razón, que su suerte y la seguridad de su familia puedan cambiar para lo peor. En un clima menos politizado y mejor organizado políticamente una elección general no debiera generar esos temores en tantas familias. En Puerto Rico los genera y las encuestas de El Nuevo Día, que tantas veces fallan en sus pronósticos, nos repiten las recetas varias veces haciéndonos pensar y creer que hay asuntos de otra naturaleza envueltos. Mucha gente piensa que en la semana de las encuestas se venden más periódicos o que se intenta influir indebidamente en el resultado electoral empujando a algunos y deteniendo a otros. O las dos anteriores.
Aquí no hay encuesta que valga. Un país que la magnitud de sus problemas lo ha obligado a tocar fondo y que carece de las herramientas para restablecer su orden interno; que no puede recurrir a tomar medidas que el resto del mundo accesa para proteger su integridad y la seguridad, salud, educación y un alto grado de normalidad y felicidad colectiva, valiéndose del ejercicio de sus poderes públicos, no puede atenerse a pronosticar el éxito de sus políticas y de sus políticos porque su vulnerabilidad es de tal naturaleza que sólo factores y decisiones foráneas determinarán el curso de los acontecimientos.
No podemos tratar de dorar la píldora por más tiempo. Si Estados Unidos, o sea, Obama por un lado o el Congreso Republicano por el otro, se ponen de acuerdo en que el próximo gobernador de nuestro país debe ser Pedro Pierluisi, Pierluisi estará jurando el cargo en enero de 2017. Pero si esas fuerzas foráneas deciden que debe ser David Bernier, las cosas ocurrirán en el orden en que convengan para que nuestra gente vaya derechita a los colegios electorales a votar por Bernier. No es que probablemente así ocurrirá, es que así es como ha ocurrido siempre. Ése es el marco esencial de nuestra política.
Luis Muñoz Marín, siendo muy joven, se conectó con la administración de Franklin Delano Roosevelt en la década del treinta del siglo 20. Muñoz y su partido Liberal estaban en minoría en Puerto Rico. Eran años de graves estrecheses económicas que habían desatado un fuerte reclamo para que Estados Unidos desatara el nudo colonial. El reclamo mayor y más enérgico lo protagonizó Don Pedro Albizu Campos y su confrontación directa con ese régimen. Pero el gran usufructuario lo fue Luis Muñoz Marín, a quien la administración Roosevelt condujo de la mano al poder y lo convirtió en el político electoral más exitoso de nuestra historia. Desde esa experiencia histórica los más versados han quedado convencidos de que en Puerto Rico gobierna siempre un pupilo de Estados Unidos. No quiere decir que los poderes de allá estén siempre totalmente de acuerdo con un candidato, sino que esté meridianamente claro que el candidato no representa una amenaza a la estabilidad del sistema colonial.
Tradicionalmente los candidatos que promueven la estadidad no han sido considerados por los poderes de allá como contendores a los que hay que detener. La razón ha sido, a mi juicio, sencilla. Los candidatos de aquí han sido tan irresponsables en la defensa de lo que dicen creer y defender como los dos partidos principales de allá. Ahora mismo el Partido Republicano tiene una promesa de defender la estadidad para Puerto Rico. Todos sabemos, sin embargo, que esas promesas se incluyen en la plataforma del partido por razón del dinero que se aporta a la campaña sin ningún compromiso real. Ese claro entendimiento es el que no permite la protesta de los supuestos Republicanos de acá por el incumplimiento. Todos juegan el mismo juego.
La evidencia de que la estadidad no está en el radar de los partidos de allá ha producido unos amagos por parte de algunos estadistas para tratar de forzar la marcha y han empezado a hablar del plan Tennessee o de un plebiscito que ponga a ganar la estadidad en Puerto Rico. El caso que le han hecho a Pierluisi en el Congreso con su proyecto de estadidad es el último exhibit de por dónde anda Puerto Rico en el radar del Congreso. Ya algunos estadistas empiezan a mostrar no solo inquietud sobre la indiferencia de los poderes allá sino cansancio, molestia y algún grado de rebeldía contra el trato despectivo. Thomas Rivera Schatz puede ser un ejemplo de esa impaciencia.
El Partido Popular Democrático (PPD), que luce débil ante la inminente renuncia de Alejandro García Padilla a sus intentos de luchar un nuevo término, está aún más débil ante la imposibilidad de defender el programa de gobierno que prometió ejecutar en la pasada campaña electoral. Creo que muchos soberanistas votaron por ese partido por razón de su compromiso con echar a caminar el proceso conducente a la convocatoria de una Asamblea Constitucional de Estatus. Ya los soberanistas le habían enviado un inequívoco mensaje cuando votaron masivamente a favor de un ELA soberano en el plebiscito celebrado en el 2012. Aunque otros puedan tener opiniones diferentes, creo que haber olvidado su compromiso y haberse aliado con los que están en contra de esa convocatoria selló su destino político. Es cierto que el haber condonado, al llegar a Fortaleza, el comportamiento corrupto de la administración Fortuño, dejó perplejo al País. Ningún gobernador tiene derecho a pasar la página ante el abuso de propiedad y fondos del pueblo de Puerto Rico, ya sea por un gobernador anterior o por cualquier funcionario. Ningún gobernador tiene el derecho, igualmente, de aliarse con los enemigos de las promesas programáticas de su partido. Esa conducta es imperdonable porque rompe una cierta relación de fiducia, de confianza, con los que depositaron su voto por el PPD. Rota la confianza, el apoyo futuro siempre entra en dificultades mayores.
Es más grave aún. El candidato que venga a sustituir a García Padilla como aspirante a la gobernación cargará con esa irresponsabilidad política, sea o no parcialmente responsable del incumplimiento. Tendrán que venir señales muy claras de que se toma un camino de combate al colonialismo y de afirmación de los valores de una relación soberana con Estados Unidos. El daño que estos dos partidos le han hecho al país no se limita al aspecto de la deuda o de los problemas contributivos o administrativos. El daño profundo se le ha infligido a la dignidad de este pueblo y su capacidad para confiar en sus posibilidades. Reparar ese daño será muy difícil para ambos partidos.
En este momento el País sabe que en el fondo su problema es de poderes, de soberanía política, de integridad política y de dignidad política. Con esos dos partidos disputándose, qué se yo qué, como decía Hostos, le están haciendo muy difícil la participación política a los puertorriqueños.
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