Escrito por Alejandro Torres-Rivera / MINH
Nunca antes como al presente había estado tan claramente expuesta en la percepción de la gente la guerra como negocio. La presencia de decenas de miles de mercenarios en los escenarios de guerra hoy libradas en Iraq y Afganistán confirman el dato.
Un mercenario, según el Diccionario de la Lengua Española, es aquel que “por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero.” De acuerdo con la enciclopedia electrónica Wikipedia, la palabra mercenario proviene del latín merces-eris, “pago”, para significar “aquel soldado que lucha o participa en un conflicto bélico por su beneficio económico y personal, normalmente con poca o nula consideración en la ideología, nacionalidad o preferencias políticas con el bando para el que lucha.”
La Convención de Ginebra de 12 de agosto de 1949, relativa a la protección de víctimas de conflictos internacionales, define “mercenario” como aquella persona que es reclutada o embarcada con el propósito de luchar en un conflicto armado o que toma parte directa en las hostilidades.
A través de la historia, muchos de estos personajes que por paga viven de la guerra, han sido también llamados “soldados de fortuna”. En no pocas ocasiones tales personajes se han idealizado, siendo presentados al lector, particularmente en la cultura popular, como “héroes”. De hecho, en la literatura escrita en español en los pasados años, se encuentran las excelentes historias narradas por Arturo Pérez Reverte en sus novelas en torno al “Capitán Ala Triste” y su participación en las guerras europeas del Siglo 16, las cuales recrean el desarrollo de los conflictos bélicos religiosos y políticos de la época a través de este personaje y su asistente.
Más allá de moldear una historia novelada, sin embargo, las funciones de los mercenarios tienen una misma realidad en todas las épocas: se trata de seres humanos esencialmente inescrupulosos para quienes no existe otro principio en sus vidas que hacer del negocio de la guerra un medio de vida y una fuente de ingreso.
Juan Antonio Díaz Guerrero, en un escrito publicado en marzo de 2007 en WebIslam.com, titulado El negocio de los mercenarios en Iraq, indicaba que en este país, para entonces, operaban cerca de “236 empresas privadas, extranjeras y nacionales”, realizando funciones de seguridad. Díaz Guerrero estimaba el número de mercenarios en 100 mil personas. Sus funciones incluían la seguridad personal de políticos, hombres de negocio y empresarios iraquíes y estadounidenses; la construcción de instalaciones militares, intendencia, interrogatorios y combates; labores de inteligencia; promoción del terror entre grupos religiosos y facciones; y el desarrollo de escuadrones de la muerte.
Entre las personas que laboran en tales funciones, se encuentran exmilitares provenientes de diferentes países, muchos de los cuales son latinoamericanos. Suman cientos el número de mercenarios de origen latinoamericano muertos en estos escenarios de guerra.
Una de las principales empresas estadounidenses dedicadas al negocio privado de la guerra es Blackwater Security Consulting Company, fundada en 1997 por Erik Prince y Al Clark, cuya sede se encuentra en Carolina del Norte. Allí la empresa posee una amplia área de entrenamientos donde anualmente maneja el entrenamiento de unas 40 mil personas, muchas de ellas procedentes de las propias fuerzas armadas de Estados Unidos y sus agencias de seguridad. Esta empresa genera contratos por decenas de miles de millones de dólares de parte del gobierno estadounidense. Cuenta en sus filas con más de 20 mil efectivos, todos ellos listos para asumir las labores para las cuales se les contrate y pague. Sus recursos incluyen sofisticados armamentos, aviones y diferentes medios para hacer la guerra.
Como resultado de un incidente ocurrido el 28 de septiembre de 2007 en Irak, donde asesinaron 17 civiles, terminaron formalmente sus contratos, lo que llevó a la empresa a cambiar su nombre por Xe Services LLC. Las funciones hasta entonces llevadas a cabo por Blackwater pasaron a ser ejecutadas por otra empresa similar de nombre Triple Canopy, mientras Blackwater dedicó sus actividades a entrenar militares y policías iraquíes. Algunos de los antiguos empleados de Blackwater pasaron a trabajar para Triple Canopy.
Un informe del Congreso de Estados Unidos ubica, a la altura de junio de 2009, en 18,919 personas el número de mercenarios en Afganistán. Durante el año 2010, estos efectivos fueron responsables por el transporte de combustible y armamento para las tropas de ocupación de la OTAN en este país. Su número ha ido en incremento a la vez que también ha ido incrementando la presencia militar de Estados Unidos en Afganistán. Muchos de estos mercenarios son utilizados en operaciones especiales dentro de Pakistán.
A raíz de la información circulada en los medios noticiosos de Puerto Rico durante la pasada semana, de operaciones desarrolladas por una empresa llamada Triangle Experience Group (TEG), el tema de los mercenarios ha ocupado las páginas de los diarios y medios de comunicación en Puerto Rico. Esta empresa, tiene por Jefe de Operaciones a Robert E. Clare, quien según indica la página electrónica de TEG, estuvo por espacio de 20 años en las Fuerzas Especiales de Estados Unidos. En los pasados días TEG desarrolló en terrenos de una finca privada localizada en el municipio de Utuado cercana al Bosque Tanamá, entrenamientos con características militares. Vecinos indican que en tales ejercicios se utilizaron armas, explosivos y helicópteros. De acuerdo con la página electrónica de TEG, la firma ofrece entrenamiento militar a corporaciones, gobiernos e instituciones de todo tipo, incluyendo instituciones educativas como universidades, en el uso de armas.
Retomando un viejo discurso del periodo de la Guerra Fría, la firma sugiere a los lectores el uso del suelo puertorriqueño como “entrada a Centro y Sur América”. TEG ofrece en su currículo entrenamientos similares a los ofrecidos a soldados en la jungla; operaciones de rescate a rehenes; técnicas de patrullaje; establecimiento de perímetros de defensa; acceso a objetivos desde el agua; técnicas de reconocimiento y obtención de inteligencia; colocación de cargas explosivas; técnicas para personal paramédico; vigilancia y asecho en las calles; y destrezas básicas para un soldado, entre otras. De hecho, en su propaganda mercadean el Área Metropolitana de San Juan como “base de operaciones y laboratorio” para el adelanto de las destrezas de vigilancia y acecho en la calle.
La revelación de la información y el silencio cómplice de las autoridades de gobierno de Puerto Rico en torno a la denuncia, ha incrementado la especulación en torno al propósito y los motivos existentes detrás de estos ejercicios. Ya meses antes, residentes de Utuado habían revelado información sobre una reutilización de las facilidades donde hace años operaron los Cuerpos de Paz en la región de Utuado. La total indiferencia desplegada por la Policía de Puerto Rico a las denuncias de los vecinos y la falta de acción afirmativa de agencias protectoras del medio ambiente y los recursos naturales sobre el posible impacto ambiental generado como consecuencia de estos ejercicios, añaden suspicacia y preocupaciones legítimas al pueblo.
Si bien este tipo de empresa no es inusual dentro de suelo estadounidense donde existen campamentos dedicados a este tipo de actividad, en Puerto Rico sí representa un foco de tensión y preocupación, sobre todo dentro del marco de la actual situación política, económica y social en el país y el carácter abiertamente represivo de la presente Administración. Aunque no es momento para señalamientos desproporcionados o alejados de perspectiva sobre los incidentes ocurridos en Utuado, tampoco deben ser pasados por alto sin ejercer la denuncia de los sucesos y demandar del gobierno su investigación y aclaración al país. Ya en el pasado, durante la Guerra de Vietnam los terrenos de El Yunque sirvieron de laboratorio a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en la experimentación de armamentos, como fue el uso de bombas de napalm en bosques tropicales; el lanzamiento de desfoliadores conteniendo el famoso “agente naranja”; como también fue el caso del uso de los terrenos del Bosque de Toro Negro para prácticas de fuerzas especiales; y el uso y experimentación en las facilidades y aguas de Vieques y Culebra.
A las desgracias históricas a las que el colonialismo nos ha condenado, no debe sumarse hoy el uso de nuestro territorio nacional como lugar de entrenamiento para fuerzas mercenarias o paramilitares, independientemente de su uso futuro, en nuestra isla o en cualquier otra parte del mundo.
* El autor es abogado laboral con práctica sindical y dirigente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano.
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