Escrito por Alejandro Torres Rivera / MINH
Los medios de prensa internacionales daban cuenta el pasado 14 de diciembre de una noticia, calificada como “histórica”, según la cual el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, frente a soldados del Fuerte Bragg en Carolina del Norte, anunciaba que luego de nueve años, la Guerra de Iraq estaría llegando a su fin el próximo 31 de diciembre de 2011. Al hacerlo, indicaba, que “es más difícil poner fin a una guerra que iniciarla.”
En su discurso a las tropas, argumentaba que detrás de la intervención estadounidense en este país asiático, quedaría un Iraq “soberano, estable y autosuficiente”. Sencillamente, se trata de un discurso de espejos donde la realidad, más que descrita tal cual es, se oculta entre imágenes distorsionadas.
En Iraq queda no solo un país intervenido; un gobierno sumiso y afín a los intereses imperiales de Estados Unidos; una nación sin la posibilidad de ejercer su verdadera soberanía; una sociedad sumida en una grave crisis económica, social, étnica y religiosa; sino también, un pueblo desolado en sus cementerios donde reposan los restos de más de un millón víctimas de civiles, directas o indirectas, de la agresión estadounidense. En fin, de lo que hablamos es de una nación con graves y profundos problemas, los cuales tomarán décadas atender y buscarle soluciones.
Detrás de la intervención estadounidense quedarán también las compañías multinacionales, aquellas que se han apoderado de los recursos naturales del país con miles de contratistas que, tras la fachada de empleos civiles, realmente constituyen un ejército de mercenarios privatizadores de la guerra. Serán precisamente éstos, los que realmente, en adelante, sostengan el dominio imperialista con el apoyo un gobierno dispuesto a empeñar la soberanía nacional, de la cual alguna vez fue orgulloso un pueblo frente a la agresión imperialista, por una monedas de oro.
La intervención militar de Estados Unidos en Iraq, representa también el dolor de las familias de casi 4,500 soldados estadounidenses muertos en la guerra, así como el no menos intenso dolor de los familiares de 32,226 heridos y mutilados físicamente como resultado de la intervención de su país en esta guerra imperial.
Cuando en la víspera del año que se aproxima se haya retirado el personal de combate de Estados Unidos en Iraq, que nadie se llame a engaño; no habrá terminado la presencia militar de Estados Unidos en dicho país. Así de generoso no es el imperialismo.
La Segunda Guerra Mundial concluyó en 1945. Sin embargo, aún permanecen bases militares estadounidenses en Japón y Alemania. La Guerra de Corea terminó con un Armisticio firmado por las partes en 1953. Sin embargo, allí también permanecen destacados en bases militares estadounidenses decenas de miles de efectivos de combate de Estados Unidos. Para decir más, la Guerra Hispano-Cubano-Americana concluyó con un armisticio en 1898 y posteriormente mediante el Tratado de París ratificado en 1899, y sin embargo, todavía, en Cuba se encuentra la Estación Naval de Guantánamo y con ella el Centro de Detención de Prisioneros declarados “combatientes enemigos”por Estados Unidos dentro de su denominada “Guerra contra el Terrorismo”.
Solo en Viet-nam, donde fueron derrotados por el pueblo en armas, no quedó vestigio de la presencia militar estadounidense que no fuera aquella que se manifiesta en los efectos causados por la agresión en este país reflejada aún hoy en cientos de miles de mutilados, heridos y enfermos, sumado esto al daño ecológico y ambiental del cual aún no se libra el pueblo vietnamita.
Sacar las tropas estadounidenses de las calles de Iraq no es sinónimo de una retirada total militar de Estados Unidos de este país.
Más que una decisión racional, la decisión de Obama de ponerle fin una vez más a la Guerra contra Iraq, como fue antes la decisión de anunciar el fin de la guerra por su predecesor George W. Bush, se inscribe en intereses políticos y electorales.
Sencillamente, el pueblo estadounidense está harto de una política militar que solo le aporta semanalmente muertos y heridos y cuyo costo ha incidido gravemente en la estabilidad económica de Estados Unidos. Aún recordamos aquel montaje mediático de George W. Bush sobre la cubierta de un portaviones de la armada de Estados Unidos, flanqueado por oficiales navales y militares, donde tras poco más de un mes de guerra y la pérdida de 139 vidas junto a 535 heridos, anunciaba el fin de la guerra contra Iraq. Nueve años después, Obama reproduce el libreto.
Igual derrotero lleva la intervención militar de Estados Unidos en Afganistán, donde luego de una declaración de guerra contra el Talibán y el desarrollo de una guerra que ya lleva más de diez años, a pesar de la muerte de más de 1,844 soldados y más de 15,090 heridos, el gobierno de Estados Unidos ha tenido que pasar a la búsqueda de alianzas con sectores del Talibán si es que pretende mantener a flote el frágil gobierno de Hamid Karzai.
Históricamente hablando, Estados Unidos es un país que no ha podido existir si no está ha estado involucrado en un conflicto militar. La razón es sencilla: de la guerra es, que como buitres en búsqueda de carroña, un sector importante del capital financiero extrae sus ganancias económicas. Cada presidente que ha tenido Estados Unidos se precia de haber llevado la guerra a algún lugar del planeta. Así ha sido desde completaran su expansión interna a costa del desplazamiento de las poblaciones originarias que poblaban lo que hoy es la Unión. Así también ha sido el derrotero seguido por este país desde que en1898 decidiera entrar dentro del conjunto de potencias imperialistas que se disputan los mercados internacionales y zonas de influencia.
Cuando Obama llega a la presidencia de Estados Unidos, lo hizo en medio de críticas a la intervención militar de Estados Unidos en Iraq promovida por su antecesor republicano George W. Bush. Haciendo el compromiso de reducir la presencia militar de su país en el conflicto en Iraq, simultáneamente catalogaba, la intervención militar en Afganistán como una “guerra necesaria”. Así las cosas, a medida que fue disminuyendo la presencia militar de Estados Unidos en Iraq, incrementó significativamente la presencia militar en Afganistán.
Hoy la doctrina militar de Obama se ha ampliado aún más, identificando objetivos en el continente africano; apoyando las operaciones militares de la OTAN contra países soberanos como fue el caso de Libia; promoviendo procesos de secesión en países como ocurrió en Sudán; fortaleciendo el desarrollo de un nuevo Comando, dentro de lo que es para Estados Unidos el Plan de Comandos Unificados, como es el caso del Comando de África; enviando tropas especiales como asesores militares a diferentes estados africanos con el fin de fortalecer la capacidad militar de gobiernos afines a los intereses de Estados Unidos; y promoviendo, bajo supuestos desarrollos de procesos de lucha por mayores libertades civiles, como ocurrieron en varios países del Norte de África, cambios en sus estructuras de gobierno.
Mientras lo anterior ocurre, por solo mencionar algunos casos, Obama también se ha movido dentro del tablero de ajedrez geopolítico, hacia un nuevo nivel de enfrentamiento, heredero de la Guerra Fría. En la formulación de la política exterior de Estados Unidos se disputa hoy en diferentes conflictos regionales el interés de su gobierno en neutralizar la influencia en la Federación Rusa en varios Estados y regiones. Tales fueron los casos de los enfrentamientos entre Rusia y Georgia en el marco de la disputa sobre Abjacia y Osetia del Sur; o como es hoy en la manipulación de la situación interna en Siria frente a las posturas de Rusia y China; o los planes de su gobierno, en conjunto con Israel y la Unión Europea, contra la República Islámica de Irán; y el nuevo despliegue de armamentos y sistemas defensivos en países cercanos a la Federación Rusa.
Detrás de estos conflictos se encuentra la lucha por el control del agua, el petróleo y el gas natural en la región, y claro está, el control político de Asia Central. Por eso afirmamos que el fin de la Guerra contra Iraq no es el fin de la intervención militar de Estados Unidos en el Medio Oriente y Asia Central. En todo caso, se trata del desplazamiento temporal de los focos de enfrentamientos potenciales entre Estados Unidos y sus aliados en la región frente a otros Estados opuestos a las políticas expansionistas de Estados Unidos en la zona.
El tema de la guerra, como fue antes en las pasadas campañas electorales en Estados Unidos, será un tema recurrente a lo largo del próximo año en lo que concierne al debate entre los candidatos a la presidencia de ese país, como lo es ya en el contexto de los debates entre los llamados “pre candidatos.” De las aproximaciones que asuman los candidatos sobre el tema y cómo se posicionen ante el mismo los futuros contendores republicanos ante la ya decidida campaña a la reelección de Barack Obama, podría depender el resultado de una elección presidencial futura.
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