Escrito por Alejandro Torres-Rivera / MINH
El día 16 de enero de 2012 el Presidente de la República de El Salvador, Mauricio Funes, pidió disculpas a nombre del gobierno salvadoreño, por la masacre ocurrida hace treinta años en varias municipalidades del Departamento de Morazán, en la región conocida como el Mozote.
En ella, cerca de un millar de campesinos salvadoreños, incluyendo niños, ancianos y mujeres, fueron asesinados por efectivos del Batallón Atlacatl, una unidad militar élite entrenada y armada por Estados Unidos. Los hechos se retrotraen a los días 11 y 13 de diciembre de 1981 durante la guerra civil que se desarrolló en este país centroamericano.
Entre la oficialidad militar a cargo de la operación se encontraba el Teniente Coronel Domingo Monterrosa Barrios, el Mayor Natividad de Jesús Cáceres, el Mayor Armando Azmitia, los comandantes de campaña Juan Ernesto Méndez. Roberto Alfonso Mendoza y José Antonio Rodríguez, junto a los capitanes Walter Salazar y José Jiménez.
José Ignacio López Vigil en su libro Las mil y una historias de Radio Venceremos, en referencia a la operación militar ordenada y dirigida por Monterrosa, resume la misma de la siguiente manera:
“...En el Mozote entraron él y los ‘ángeles del infierno’ como le gustaba llamarle a su batallón Atlacatl. En el Mozote Monterrosa dio la orden de ametrallar a los que él mismo había reunido en la iglesia. Él autorizó las violaciones, él se rió de los niños ensartados en bayonetas y arrojados vivos en los hornos de pan. Él hizo todo eso. Sólo en diciembre del 81, mil inocentes fueron asesinados ahí, muy cerquita de donde ahora había reventado en pedazos su helicóptero, a las cuatro y media de la tarde de aquel día justiciero, el 23 de octubre de 1984.”
¿Qué ocurrió aquel día 23 de octubre de 1984? Corrían los años de la guerra cuando en su afán por capturar la estación de radio clandestina operada por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en la región de Morazán, Monterrosa Barrios lanzó en la zona de operaciones de la guerrilla un dispositivo militar con el propósito de capturar Radio Venceremos. Desde que se había tomado la decisión de aniquilar a Monterrosa Barrios, el ERP había diseñado un mecanismo de ocultación dentro de uno de los transmisores de Radio Venceremos un paquete de explosivos. En lo que denominaron “Operación Caballo de Troya”, convencidos de que capturado el equipo que Monterrosa Barrios supondría era Radio Venceremos, asumieron que él lo llevaría en helicóptero hasta algún cuartel militar para exhibirlo y dar una conferencia de prensa. Como parte del plan, una vez en pleno vuelo, se volarían desde tierra, mediante control remoto, los explosivos ocultos en el transmisor.
En efecto, capturado el transmisor, Monterrosa Barrios junto al Mayor Armando Azmitia, quien de acuerdo con López Vigil en su libro, era “súbdito y heredero de Domingo Monterrosa” a la vez que “considerado por muchos como la versión corregida y aumentada de Monterrosa”, subieron a un helicóptero. Desde allí y ya en pleno vuelo, momentos antes de ser volado el helicóptero, Monterrosa Barrios habría transmitido radialmente a un periodista que le entrevistaba: “Yo quiero decirles que se acabó el mito de Morazán.”
Carlos Henríquez Consalvi, (Santiago por su nombre de guerra) internacionalista venezolano que trabajó durante los años de la guerra como operador de Radio Venceremos narra en su libro La terquedad del Izote, lo siguiente:
“Días más tarde, todavía con los batallones metidos en nuestros territorios, fuimos con una escuadra a realizar un reportaje en el lugar donde cayó el helicóptero. Al aproximarnos encontramos diseminados altímetros, trozos de hélices, restos de fuselaje. Los combatientes recogen tuercas y placas de colores pues en los últimos días se ha hecho común que las muchachas de Morazán lleven en sus cuellos un recuerdo de esta hazaña.
Cuando me dispongo a abandonar el maizal, observo algo extraño, aparto algunas hojas, son los restos de un pantalón militar cuyas extremidades se encuentran desechas como si le hubieran dado mil tijerazos. Detrás de un bolsillo leo tres iniciales D. M. B: Domingo Monterrosa Barrios...”
El día 23 de octubre, Radio Venceremos transmitía celebrando ese día como el “Día de la Reivindicación”, en referencia a “los asesinatos de El Mozote, en La Joya, en los Toriles, en Poza Honda y en todos los caseríos y cantones de nuestro departamento donde este verdugo masacró tantas vidas inocentes. ¡Esta es Radio Venceremos, indestructible como nuestro pueblo!”
La epopeya de lucha del pueblo salvadoreño, agrupado en el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, merece ser recordada. Con una fuerza guerrillera irregular entre 8 a 10 mil guerrilleros, armados con fusiles de asalto y armamentos artesanales, hizo frente a una fuerza militar profesional compuesta por más de 50 mil efectivos. Entre estos efectivos se incluían unidades élite, entrenadas por Estados Unidos, apertrechadas con todo tipo de armamento ligero, misiles, artillería, vehículos blindados, helicópteros, aviación de combate y apoyo logístico de expertos en guerra irregular de Estados Unidos e Israel. La lucha del pueblo salvadoreño ha escrito una de las más importantes páginas de la lucha revolucionaria en América Latina.
El conflicto que se estima dejó un saldo de aproximadamente 75 mil muertos, duró entre 1980 y 1992. Concluyó cuando las partes beligerantes llegaron a un acuerdo denominado “Acuerdos de Chapultepec”, así llamado por el lugar en México donde, con la mediación de las Naciones Unidas, se suscribió el fin de la guerra civil el 16 de febrero de 1992. Con estos acuerdos se establecieron las bases para el inicio del proceso de reinserción del FMLN en la vida política del país, siendo hoy dicha organización quien encabeza el gobierno salvadoreño bajo la presidencia de Mauricio Funes.
Indica Carlos Ayala Ramírez en un artículo publicado por la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI), que en las declaraciones hechas por el Presidente salvadoreño se incluyó: “el reconocimiento de que tropas del Batallón Atlacatl asesinaron cerca de un millar de personas no combatientes, la mayoría niñas y niños; la aceptación de que dicha masacre– cometida hace 30 años– fue un crimen de lesa humanidad que se pretendió negar y ocultar de forma sistemática; la referencia explícita de los responsables que deben conocerse, entre ellos el teniente coronel Domingo Monterrosa; la convicción de que no se puede seguir enarbolando y presentando como héroes de la institución militar y del país a personas que estuvieron vinculadas a graves violaciones a los derechos humanos; y la necesidad de que, como Estado y sociedad, se expresara públicamente arrepentimiento por semejante barbarie.”
Aún así, a juicio de Ayala Ramírez, la derogación de la Ley de Amnistía aprobada en 1993, en virtud de la cual algunos de los responsables de tales actos continúan sin procesamiento por sus crímenes; la no adopción y ratificación por parte de la República de importantes tratados internacionales relacionados con derechos humanos que contribuyan a que una situación similar no vuelva a repetirse; y el acceso a los archivos de las Fuerzas Armadas por parte de víctimas de la represión, siguen siendo aspectos todavía no resueltos. De ahí, afirmamos nosotros, la importancia de mantener sobre el tapete la preservación de una memoria histórica de tales sucesos bajo la premisa de que no prevalezca la impunidad.
El gobierno del FMLN que hoy encabeza el presidente Funes catalogó los Acuerdos de Paz del 16 de enero de 1992 como “el triunfo popular de mayores alcances después de la Declaración de Independencia” de El Salvador. Reconociendo a su vez la importancia de las reformas sociales, económicas y políticas aún necesarias en El Salvador, importantes pasos se han venido dando bajo dicho gobierno en pro de una Reforma en dichos órdenes.
El paso dado en estos momentos, constituye un nuevo esfuerzo en el proceso de asentar sobre El Salvador, no solo la reconciliación del pueblo con su historia, sino a partir de la misma avanzar en la conquista de nuevos escenarios de reconciliación nacional y avances sociales.
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