Viernes, Noviembre 22, 2024

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¡Que viva el mal tiempo!

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Los informantes del tiempo se obstinan en aplicar los criterios del bien y el mal a los fenómenos atmosféricos. Si llueve hay mal tiempo; si hace sol hay buen tiempo. Si el cielo se nubla, es un día feo. Si el cielo está azul y sin nubes, es un día maravilloso. Según esa lógica determinista, la vida funciona si no cae una gota de agua. Pero todo se paraliza si le da con llover. A ese bombardeo mediático-ideológico estamos sometidos diariamente.



Pues bien, entonces, ¿por qué habríamos de preocuparnos si van varias semanas sin llover, semanas de días brillantes, azulísimos, despejadísimos, sequísimos? ¿No es eso acaso una muestra elocuente de lo que los meteorólogos—reales o ficticios—nos han  dicho que es el “buen tiempo”, el mejor de los tiempos, sin lloviznas ni aguaceros que interrumpan nuestras vidas?

Ahora resulta que todo el mundo quiere que llueva. Que no era para tanto. Que los lagos se han secado. Que nos hemos visto forzados a racionar el consumo de agua. Que el buen tiempo se ha convertido en mal tiempo y viceversa..!

Tal parece que debemos ver las cosas de otra manera.

Para empezar, en términos climatológicos no existen ni el buen tiempo ni el mal tiempo. Existe el tiempo, es decir, ocurren ciertos comportamientos atmosféricos, en un período de tiempo determinado, en ciertas épocas del año, en un lugar o región en particular, no porque nadie quiera o deje de querer, sino de manera natural.

La Naturaleza no es ni buena ni mala. Más bien es generosa. En todo caso, malos son los seres humanos que la contaminan o destruyen.

En lo que tiene que ver con el valiosísimo recurso natural llamado agua, Puerto Rico es privilegiado. La tenemos en abundancia, en cantidades mayores a las necesarias para satisfacer nuestras necesidades. Pero hacemos un uso altamente ineficiente de la misma. Por eso escasea; no porque no llueve, sino porque la desperdiciamos.

Los diversos lagos o embalses que hay en el País se supone que sean los almacenes de agua, que aseguren un abastecimiento permanente. Pero hay un problema. Debido a la deforestación y la ausencia de medidas preventivas en las partes altas, donde nacen los riachuelos, quebradas, manantiales y ríos que alimentan los lagos y embalses, ocurre un acelerado proceso de erosión. El agua arrastra todo ese material. Se empobrecen los suelos, mientras los lagos y embalses se llenan de sedimentos.

Cuando contemplamos un lago o embalse lleno de agua, realmente estamos ante un espejismo. La mitad o más está lleno de tierra. Por eso la capacidad de captación es tan limitada. Por eso si llueve varios días en Carraízo y otras represas habrá que abrir las compuertas para botar el agua. Entonces aparece la amenaza de una inundación..!

No decimos nada nuevo si insistimos en la necesidad de reforestar, de detener la destrucción de bosques y de la vegetación, sobre todo en las montañas, de aplicar medidas de control ambiental en los cauces de los ríos, de dragar esos lagos que van siendo inservibles.

Miremos por un instante hacia fuera, cuántos pueblos que sufren y padecen la escasez de agua, las sequías verdaderas; incluso guerras motivadas por el control de un cuerpo de agua.

Desarrollemos una cultura en favor del agua como recurso natural indispensable a la vida. Que nuestros niños y adultos se eduquen en el amor y el respeto a ese líquido maravilloso.

Después de todo, nuestros cuerpos están compuestos de agua en dos terceras partes. Después de todo, somos agua.

Fundación Juan Mari Brás

 

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