Escrito por Julio A. Muriente Pérez | MINH
Un plebiscito verdadero es un ejercicio de poder para tomar decisiones soberanas, conforme la voluntad del pueblo. Pero en una colonia como Puerto Rico, es total la ausencia de poderes políticos. No existe el poder para tomar decisiones por la vía plebiscitaria ni por ninguna vía. Aquí las decisiones las toma unilateralmente el Congreso de Estados Unidos. Como con la Junta. Punto.
Porque ni hoy, ni mañana, ni nunca,
nuestra Patria dejará de ser nuestra.
Eugenio María de Hostos
El PNP ha anunciado la celebración de una nueva consulta, de esas que llaman plebiscitarias. Que si estadidad sí o estadidad no, es la pregunta que quieren hacer al pueblo. Precisamente el día de las elecciones generales.
Se le ve la costura de sus verdaderas intenciones: lograr que sus correligionarios, frustrados y molestos por un cuatrienio lleno de torpezas e incapacidades, salgan a votar ese día. Es el afán desenfrenado de alcanzar un número estadístico, que diga que la estadidad es preferida por la mayoría del pueblo. Una ficción en la que sienten que les va la vida, con tal de convencer al “americano” de que queremos matrimoniarnos con ellos; mientras que el compromiso de Washington es cero.
Un plebiscito verdadero es un ejercicio de poder para tomar decisiones soberanas, conforme la voluntad del pueblo. Pero en una colonia como Puerto Rico, es total la ausencia de poderes políticos. No existe el poder para tomar decisiones por la vía plebiscitaria ni por ninguna vía. Aquí las decisiones las toma unilateralmente el Congreso de Estados Unidos. Como con la Junta. Punto.
En nuestro país lo que ha habido son cinco fraudes y otro que viene en camino. En 1967, 1993, 1998, 2011 y 2017, ¿se decidió algo? ¿Cambió algo? Lo que se va a celebrar este año, según la imposición del PNP, ¿va a decidir algo? Nada.
Esas consultas apenas han servido para medir la correlación de fuerzas de los partidos políticos en un momento dado. Han sido simples concursos de simpatía. Un guiso multimillonario para las agencias de publicidad y otros beneficiarios del dinero del pueblo. Nada más.
Los anexionistas no acaban de entender que la estadidad no es un derecho, sino una prerrogativa soberana y unilateral de Estados Unidos. Que han anexado en el pasado a quienes han querido, cuando les ha convenido a ellos y a nadie más. Que en casi 122 años de colonialismo se han beneficiado de nosotros desde todo punto de vista. Que para seguir utilizándonos no necesitan anexarnos, pues la condición colonial les permite todos los beneficios sin compromisos mayores.
No comprenden que Puerto Rico no es colonia del Partido Popular, sino de Estados Unidos. Que el ELA no es una criatura del PPD sino de Washington. Que la crisis económica y social—estructural y no circunstancial-- que sufrimos es responsabilidad principal, precisamente del país al que ellos pretenden anexarnos. Que si nos han despreciado, utilizado y maltratado como colonia, no tenemos por qué pensar que de súbito nos aprecian y quieren lo mejor para nosotros.
Por muchos años los anexionistas han promovido un discurso monetarizado sobre los muchos millones que llegarían con la estadidad. En cada punto de la lista de razones por las que en su opinión nos conviene ser estado, hay un signo de dólar. Es una visión groseramente oportunista, carente de principios y lealtades. Como si el “americano” fuera tan tonto. Como si se tratara de un ejercicio de filantropía de quienes no tienen en qué invertir sus multibillones y generosamente nos van a dar una tajada del bizcocho. Ellos, los responsables de nuestro empobrecimiento.
Claro que tenemos que luchar por el fin del colonialismo y aspirar a una sociedad superior, en la que la libertad y la justicia social prevalezcan. Pero no vendiéndole el alma al diablo.
Puerto Rico es una nación. Eso lo saben bien los “americanos”. Una nación cuyo pueblo se es leal, por sobre todas las cosas, a sí mismo. Que está dispuesto a mantener una relación de respeto, entre iguales, con otras naciones, incluyendo Estados Unidos. Que se afirma orgullosa, que resiste y lucha, que construye su porvenir palmo a palmo. Que no va a permitir que se la trague la potencia imperial que nos ha sometido a una subordinación vergonzosa por más de un siglo. Una nación que deberá unir voluntades e idear los mecanismos precisos para salir de este atolladero; pero hacia la luz, no a la oscuridad. Hacia la afirmación, no la negación. Hacia la vida, no la muerte.
Por eso, no queda otra opción ante el nuevo embeleco de los anexionistas: ESTADIDAD NO Y NO.
(El Nuevo Día)
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