Publicado originalmente en el periódico La Época, de Bolivia
10 de julio de 2021
Si para millones de habitantes de la América Latina “continental” las islas-naciones del Caribe son virtualmente inexistentes—con la posible excepción de Cuba—Haití es un gran desconocido. Para muchos, víctimas de la geografía disminuida promovida por algunos desde “tierra firme”, el espacio de mar entre el norte y el sur de América está vacío.
Haití es un desconocido del que una que otra vez nos llega alguna información, como regla general trágica y hasta despiadada: pobreza endémica, desastres “naturales”, matanzas, deterioro ambiental, invasiones militares…
Se dice de Haití que es un Estado fallido; que es una sociedad fallida; que carece de porvenir. Y ahora, se convierte en noticia porque han asesinado a su presidente. Se ha tratado de un complot sobre cuya trascendencia nos vamos enterando cada día que pasa: mercenarios colombianos y estadounidenses, complicidades insospechadas, conspiraciones en marcha, impunidad de los magnicidas, en un ambiente de violencia y terror creciente desde hace meses; y razones todavía por aclararse para explicar el móvil de semejante asesinato.
En todo caso, en un sentido mayor, el asesinato de ese presidente con vocación de tirano, Jovenel Moise, en un país donde la presencia de tiranos y la intervención extranjera han sido cosa de todos los días por demasiado tiempo, es llover sobre mojado; implica agravar la situación de una sociedad que ha malvivido por generaciones enteras en la miseria generalizada. Pareciera más un acto de suprema mezquindad, contra un pueblo tan maltratado en todos los sentidos. Resulta difícil entender cual sería la ganancia que obtendría quien mandó a matar—porque alguien pagó para que lo mataran—a Moise, quien no parecía representar amenaza alguna a los grandes intereses económicos y políticos de esa nación empobrecida, minoría privilegiada de la cual el propio presidente asesinado era un miembro prominente.
No deja de ser una paradoja que haya sido precisamente Haití la primera república de Nuestra América; que proclamara su independencia el primero de enero de 1804 luego de vencer en el campo de batalla a la Francia republicana y al imperio napoleónico. Fue ese mismo Haití el que brindó asilo al Libertador Simón Bolívar y le apoyó en un momento crucial con armas y consejos, para adelantar la guerra de independencia en América del Sur.
Antes, Haití había sido la colonia más próspera del imperio francés, gracias a la explotación inmisericorde de miles de esclavos traídos de África. Durante el siglo XVIII, más del 70 por ciento mundial del azúcar se producía en lo que entonces se denominaba el Santo Domingo Francés, ubicado al oeste de la isla bautizada Española por el imperio español y que fuera repartida entre ambas potencias coloniales europeas.
A partir de 1804, Haití fue objeto de la venganza de las potencias coloniales europeas y de Estados Unidos, que no le perdonaron la osadía de proclamar la primera república poblada por descendientes de africanos negros en el mundo. El joven país fue objeto de bloqueos, sanciones y aislamiento, sobre todo por parte de Francia, que le impuso el pago de miles de millones de dólares como indemnización para reconocerle. (El reconocimiento diplomático por parte de Estados Unidos ocurrió ¡en 1862!) Esa deuda llevó a la precarización progresiva de la economía haitiana, remachada por la invasión militar estadounidense, que duró de 1915 a 1934.
Lejos de contribuir a la recuperación económica y social de esta nación antillana, el gobierno de Estados Unidos respaldó sucesivos gobiernos incondicionales y contribuyó a instalar la tenebrosa dictadura de Francois Duvalier (1957-1986).
Los pasados treinta y cinco años de la historia haitiana están plagados de golpes de Estado, reiteradas intervenciones armadas por Estados Unidos y los tristemente célebres cascos azules de la ONU y violencia desenfrenada, a lo que se suman mortíferos movimientos sísmicos, huracanes y la pandemia. Ha habido veinte gobiernos distintos en 35 años.
¿Hay luz al otro lado del túnel para el pueblo haitiano? Esta pregunta requiere respuestas que vayan más allá del apresamiento de los asesinos del presidente Moise, lo que termina siendo pura circunstancia. No intentaremos aquí respuestas fáciles. Quizá avancemos un primer tramo si comenzamos por re-crear la comprensión de la geografía nuestramericana y ubicamos en el mapa de nuestra conciencia social e histórica al pueblo haitiano y su vecindario antillano-caribeño. Luego, dediquemos un espacio de la solidaridad a ese pueblo hermano, que merece como pocos un pedazo de felicidad y la recuperación de su sentido de dignidad existencial. A partir de entonces, reconozcamos en Haití un escenario más de nuestra lucha grande por una América mejor en un mundo mejor.
Para que Haití deje de ser un desconocido.
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