Sábado, Noviembre 23, 2024

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No es la lluvia, es el País

muriente“La mala noticia –advertía un periodista radial días después del paso del huracán Irene– es que va a llover”.



Una vez más se ha intentado criminalizar a la Naturaleza para explicar o justificar la condición precaria de la infraestructura eléctrica y de acueductos y alcantarillados, las  deplorables condiciones del sistema de carreteras y puentes o la ausencia de planificación urbana y rural. Una vez más se pretende asignar carácter de perversidad a fenómenos naturales que han estado presentes en la región desde muchísimo antes de que Puerto Rico y las demás las islas del Caribe fueran pobladas por seres humanos.

El hecho cierto e irrefutable es que nuestro País está localizado en el mar Caribe—el más caliente del planeta— en la ruta por la que transitan huracanes seis meses al año, desde hace miles de años, por lo que es absolutamente previsible que uno o más de estos fenómenos atmosféricos pase cerca o sobre Puerto Rico cada año.

Que es la ruta de los vientos alisios, que vienen cargados de humedad gran parte del año y que, por tanto, es natural que llueva frecuentemente, lo que es en todo caso una bendición y en ningún sentido una desgracia.

Que buena parte de nuestra geografía es montañosa, por lo que a nadie debe extrañarle que en época de lluvia el peso añadido del agua sobre el suelo provoque desprendimientos, por un elemental efecto de la ley de gravedad.

Que hay árboles y que los árboles tienen ramas y que las mismas se desprenden conforme envejecen, más aún si el viento precipita su caída.

Que hay ríos y que estos, de manera absolutamente natural, ocupan todo el espacio que requieran al inundar su cauce—a los lados, en lo que se conoce como el valle del río—.

Que por nuestra condición de isla nos arropan por todos lados el mar Caribe y el océano Atlántico, con el impacto que ello supone sobre nuestras costas, sobre el clima y en general sobre nuestras vidas.

Que a todo eso hay que sumar las consecuencias desastrosas del calentamiento global, fruto del manejo irresponsable de la energía fósil por las clases poderosas durante más de dos siglos.

Añadámosle a toda esta realidad superficial y atmosférica nuestra condición geológica. Puerto Rico se localiza en una zona de alta sismicidad, donde hacen contacto dos placas tectónicas. Un indicador de zona altamente sísmica son las fosas submarinas. Al norte de nuestro país se encuentra la segunda fosa más profunda del planeta—más de 8 mil metros de profundidad—. Se llama, por cierto, Fosa de Puerto Rico…

Aquí tiembla todos los días. El día menos pensado va a temblar mucho más intensamente. Ese día podremos comprobar lo mal que se construyeron los edificios, las casas, los hospitales, las carreteras. Entonces será tarde para lamentaciones.

Lo cierto es que somos los seres humanos los que hemos debido ajustarnos al entorno natural, en lugar de pretender manipular, maltratar y disponer de la Naturaleza caprichosamente.

No le echemos la culpa a la lluvia, ni al viento, ni a Irene.

El problema de Puerto Rico no es la lluvia, ni son los vientos de temporal. Ni Irene, que en todo caso, ha sacado a la luz tanta mediocridad e incompetencia. Nuestros problemas no son naturales; son sociales.

El verdadero problema es que Puerto Rico es un país mal hecho. La improvisación, el uso inadecuado del espacio geográfico, la ausencia de planificación y el desorden han prevalecido por demasiado tiempo. El sistema de energía eléctrica está abandonado; los lagos y embalses están sedimentados; obstinadamente se han construido residencias, urbanizaciones y centros comerciales en los márgenes de los ríos o en la pendiente o laderas de montañas; se trazan carreteras y caminos irresponsablemente y luego nos extraña que se desplomen.

En muchas partes el suelo ha sido deforestado y saturado de cemento, y el agua no tiene por donde discurrir. Se han sobrepoblados las costas, expuestas al oleaje y las inundaciones marítimas.

Incluso se han construido municipios enteros, como son los  casos de Loíza y Toa Baja, en zonas altamente inundables.

No tiene que caer una gota de agua o soplar mínimamente el viento para que colapse el sistema eléctrico, o acueductos, o el sistema de transporte hiperprivatizado de más de tres millones de vehículos de motor.

Este País hay que rehacerlo en todos los sentidos. En armonía y con respeto a la Naturaleza y a nosotros mismos. Humildemente, junto con la lluvia, los ríos, los árboles, las montañas, los huracanes y los sismos, que nos acompañan más allá de nuestra voluntad o capricho y que no son nuestros enemigos.

Esa es la gran tarea del porvenir; si queremos que haya porvenir.


*El autor es profesor universitario y copresidente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano de Puerto Rico.

Fundación Juan Mari Brás

 

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