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Hace diez años: Mi testimonio sobre el 11 de septiembre de 2001

jmpEl 11 de septiembre de 2001 me encontraba en Japón ofreciendo conferencias en favor de la paz y la desmilitarización para Vieques. Había sido invitado por una organización antimilitarista de ese país asiático, donde ubican más de ciento treinta instalaciones militares estadounidenses, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.



Cenaba junto a un grupo de mis anfitriones en la ciudad de  Sapporo, cuando una llamada telefónica informó que un avión había chocado con las torres gemelas. Eran aproximadamente las diez de la noche en Japón y el día 11 estaba por concluir; era media mañana de un once de septiembre interminable en Nueva York.

Al día siguiente, entre las imágenes de televisión y los testimonios que me ofrecieron algunos familiares por vía telefónica, comprendí plenamente el alcance y la gravedad de lo sucedido. No obstante, continué ofreciendo conferencias en favor de Vieques a través de todo el archipiélago japonés, mientras se hacia más evidente la movilización de tropas estadounidenses en todo Japón.

Me intrigaba saber qué pensarían los japoneses sobre lo que estaba aconteciendo. El lenguaje corporal de la gente en la calle no ofrecía ninguna señal particular. Sí me llamó la atención que en el evento principal al que había sido invitado en Tokio el día 16 de septiembre ante cientos de personas en un auditorio universitario—apenas cinco días después de los sucesos de Nueva York y Washington— ninguno de los oradores que me precedieron mencionó una letra sobre un asunto tan relevante. Sólo yo, que escribí a prisa y leí varios párrafos  en los que advertía sobre la gravedad de los hechos y en particular sobre las consecuencias que traería sobre la humanidad entera. Dije entonces allí,  lo siguiente:

“Deseo expresar mi profunda pena a nuestro aliado y amigo, el pueblo estadounidense, que ha sido víctima de un ataque violento, insensible e irracional.

“Asesinando a gente inocente no se resuelven los problemas de la humanidad. La provocación del terror y sufrimiento está en contra de los más importantes valores de la humanidad.

“La alternativa a tanto horror y a tanta violencia indiscriminada y muerte no puede ser la guerra o la agresión.

“Sólo la búsqueda de soluciones pacíficas a los problemas políticos mundiales podrá impedir que vayamos por la ruta de más destrucción y de la amenaza de la guerra.

“Esta experiencia terrible no debe servir de excusa para llevar a cabo agresiones ni para justificar el militarismo, la represión o la intervención armada, acciones que han demostrado ser inservibles y las que, en todo caso, acarrearían mayores y peores problemas a la humanidad. (…)”

Luego, se me ocurrió que probablemente para el pueblo japonés la gravedad de las desgracias que ocurren a otros pueblos es proporcional a la gravedad de la desgracia sufrida por ellos. Quiero decir, Hiroshima y Nagasaki; las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos en 1945; la muerte y desolación cuyas consecuencias duran hasta nuestros días.

Es como si dijeran, pensé,  “compara el daño que te causó tu desgracia con el que nos causó las bombas atómicas, y te diré si tu desgracia merece que me conmueva o no”.

En fin, que luego de cumplir mi tarea en favor de la causa viequense regresé a Puerto Rico el 22 de septiembre, por cierto vía Nueva York, donde me topé con el clima de histeria colectiva que dura hasta el presente. Le había solicitado a los amigos japoneses que me consiguieran una ruta que no tocara suelo estadounidense, pero las alternativas viables eran una locura que aún me tendrían volando.

Luego de más de doce horas de vuelo cruzando el océano Pacífico, el avión de la Northwest Airlines nos tuvo una hora dando vuelta sobre Nueva York. Finalmente aterrizamos, sólo para que nos tuvieran más de tres horas sin desembarcar. Había habido una amenaza de bomba en el Terminal 4, nos dijeron. Perdí la conexión, tuve que dormir en el aeropuerto hasta el día siguiente y no pude llegar a Puerto Rico a tiempo para asistir a la conmemoración del Grito de Lares.

Mientras tanto, en Vieques, el movimiento contra la Marina decretó una moratoria de un mes en las actividades de desobediencia civil que se desarrollaban allí, como muestra  del reconocimiento de la gravedad de los hechos acaecidos y de la sensibilidad que había distinguido a esa lucha de pueblo.

Diez años después

Hemos llegado al 11 de septiembre de 2011 con un planeta plagado de incertidumbre, enfermo de guerras y violencia,  regido por gobiernos paranoicos armados hasta los dientes, contaminados por odios viscerales, intolerancias irreprimibles y arrogancias insoportables. Hoy la inseguridad y la zozobra son mucho mayores que hace una década y no precisamente debido a los actos de Al Qaeda, sino todo lo contrario, por la violencia desatada a diestra y siniestra por las grandes potencias capitalistas para defender sus intereses globales.

Para muestra, como quien dice, con un botón basta. No es casualidad que lleguemos al 11 de septiembre de 2011 en Puerto Rico,  con una montaña de denuncias contra la Policía. No ha sido incidental tanto abuso contra estudiantes, trabajadores y ciudadanos; ni tanta impunidad y cinismo de coroneles, superintendentes y otros funcionarios. 

En el fondo esa es la criatura resultante de aquel día en que se decidió echar el respeto a los derechos civiles al cesto de basura en favor de la “seguridad nacional” y el Estado policiaco. Es consecuencia directa del Estado policiaco impuesto por Estados Unidos desde hace diez años. Es el resultado de la política de mano dura que con tanto entusiasmo implantó la administración Roselló-PNP aun antes, desde 1993 y que Fortuño y el PNP han continuado imponiendo. Es el fruto de la legitimación del uso de la violencia indiscriminada por el Estado (colonia), en nombre de una libertad y de una seguridad inexistentes, precisamente porque las instituciones represivas del Estado (colonia) terminan siendo la fuente principal de privación libertad y seguridad para la población. Todo ello pagado por el pueblo que se dice proteger y cuya confianza y apoyo se reclama.

Es, también, la manera aprendida de los mismos que han preparado el informe de marras; ellos, que asesinaron a Filiberto, que han carpeteado y perseguido por décadas, que agreden periodistas y campean por sus respetos en todo el País y se promocionan como los salvadores de la patria. Todo es en el fondo un ejercicio de cinismo.

Diez años después, muchas cosas y pocas cosas han cambiado. Diez años después el enemigo de nuestros pueblos es aún más peligroso y se apodera de buena parte del planeta impunemente. No, no es una reflexión cataclísmica. Es lo que está allá afuera, contra lo que tenemos que combatir, diez años después, como lo hacíamos diez años antes.

De eso se trata.

Fundación Juan Mari Brás

 

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