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Alejandro Torres Rivera

Afganistán: el cierre de dos décadas de intervención imperialista, Tercera Parte (un epílogo)

 

3 de septiembre de 2021

El Diccionario Manual Vox de Sinónimos y Antónimos define en su acepción de sinónimo el término “epílogo”. Nos indica que es una recapitulación,  conclusión o terminación. Así podríamos catalogar el acto de abandono del último militar estadounidense en Afganistán el pasado 30 de agosto, hecho ocurrido a las 11:59 p.m. El soldado  fue el mayor general Chris Donahue militar a cargo del personal de la 82 División Aerotransportada.


 

Otro funcionario que hizo lo propio alrededor del mismo momento aunque no se ve en una foto, fue el último representante de la misión diplomática de los Estados Unidos, el encargado de negocios Ross Wilson. El capítulo que se cierra con la partida de estos representantes de los Estados Unidos, el militar y el civil, es el final de la intervención militar iniciada por los Estados Unidos contra Afganistán el 7 de octubre de 2001.

La historia moderna de la hoy República Islámica de Afganistán, a partir de la declaración de su independencia a comienzos del Siglo 20, comienza con el establecimiento de una monarquía. Esta se sostuvo hasta 1973. En ese año se establece un régimen republicano creándose la República de Afganistán. En 1978 se constituye la República Democrática de Afganistán, un gobierno de corte socialista respaldado por la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La oposición interna al gobierno recién instaurado con el apoyo de países occidentales, entre ellos los Estados Unidos, así como de Paquistán y Arabia Saudita, dieron impulso a la lucha armada contra el gobierno, lo que terminó involucrando militarmente a la Unión Soviética en un conflicto  del cual participaron cientos miles de efectivos militares hasta su eventual retirada en 1989. Se dice por algunos historiadores, que la intervención de la Unión Soviética en Afganistán y sus consecuencias solo compara con la de los Estados Unidos en Vietnam.

La salida de la Unión Soviética de Afganistán no terminó el conflicto armado. La lucha contra el gobierno afgano se extendió hasta el año 1996 cuando el movimiento de los talibanes (de los jóvenes), tras su triunfo en la lucha armada, fundan el Califato Islámico de Afganistán. A partir de entonces, su visión teocrática del Estado les llevó a implantar en el nuevo gobierno la Ley Islámica o Sharía repudiando todo referente a las civilizaciones occidentales.

Estando en el poder el Talibán, muchos de los combatientes  que lucharon contra la Unión Soviética y el gobierno afgano, conocidos como mudahiyines, pasaron a integrar diferentes movimientos islámicos. Algunos de estos grupos postulaban el desarrollo de la Yihad o Guerra Santa contra el mundo occidental. En Afganistán se formaron diversas células de agrupaciones cuyos integrantes recibieron entrenamiento militar para desde allí planificar y ejecutar acciones terroristas, principalmente contra Estados Unidos y países europeos pertenecientes a la OTAN.

A raíz de los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001, el presidente de los Estados Unidos George W. Bush, en un mensaje al país, incriminó algunos de estos grupos, incluyendo Al Qaeda y su principal dirigente, Osama Bin Laden. Durante la ocupación de la Unión Soviética de Afganistán, Osama Bin Laden, de origen saudí, había formado parte de los mudahiyines que combatieron contra el gobierno afgano apoyado por la Unión Soviética.

En su mensaje del 21 de septiembre, Bush requirió del gobierno del Talibán, entre otras cosas, el cierre de los campos de entrenamiento; la captura y entrega de sus participantes y dirigentes en suelo afgano a las autoridades de los Estados Unidos y el derecho de este país a inspeccionar los lugares donde éstos combatientes entrenaban. La negativa del Talibán a los requerimientos de Estados Unidos llevó a la intervención militar que concluyó el pasado 30 de agosto de 2021, casi 20 años después de iniciado este conflicto militar.

Entre los días 14 al 30 de agosto, desde el aeropuerto Amid Karzai en Kabul, capital de Afganistán, se efectuó uno de los esfuerzos mayores en tiempos modernos para la evacuación de personal civil y militar vinculado a los Estados Unidos y los países occidentales de la coalición, conformada por países adscritos a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Dicho traslado de personas incluyó también a ciudadanos afganos y sus familiares en calidad de refugiados, muchos de los cuales  prestaron servicios a las tropas y personal civil occidental en Afganistán.

Entre la masa humana que interesaba abandonar el país se encontraban 6 mil estadounidenses, más de 73 mil ciudadanos de terceros países y  otros tantos miles de afganos. Cuando se estima el total de personas civiles evacuadas de Afganistán en el mes de agosto, el número llega a más de 123 mil personas. Se estima que al momento de la salida del último soldado estadounidense el pasado 30 de agosto, quedaron atrás entre 100 a 250 civiles estadounidenses, así como otras decenas de miles de afganos con derecho a salir del país bajo la protección de los Estados Unidos.

Por más apariencia de efectividad y organización que se pretenda proyectar sobre esta retirada de los Estados Unidos; o a pesar de ello, por mayor que sea el número de personas que sí salieron del país en esos días; lo cierto es que el proceso se tornó día a día en uno más desorganizado y angustioso, sobre todo para quienes pretendían llegar al aeropuerto de Kabul y no lo lograron. De hecho, si no hubo mayor desorganización en el proceso, fue porque el Talibán estuvo abierto a negociaciones con los Estados Unidos sin forzar por la vía militar el ingreso de sus combatientes al aeropuerto de Kabul mientras Estados Unidos procuraba la salida de refugiados.

Otra área de aparente colaboración del Talibán con el proceso de salida de los refugiados, fue resguardar los accesos al aeropuerto de Kabul sin impedir que miles de afganos obtuvieran acceso al mismo. Por algo el general Frank McKenzie, militar a cargo del Comando Central de los Estados Unidos, estructura que supervisa militarmente la región de Asia Central de la cual forma parte Afganistán, señaló que los talibanes  fueron “muy pragmáticos y eficientes” durante la retirada de los Estados Unidos. Expresó también que una de las últimas gestiones hechas por el mayor general Donahue antes de partir de Afganistán fue “hablar con el comandante talibán”, con quien se coordinó la salida de los Estados Unidos del país.

Ciertamente la foto tomada con una cámara de visión nocturna del mayor general Donahue cuando estaba próximo a abordar un avión C-17 habla bien de él como militar. De hecho, nos hace recordar una película basada en hechos acaecidos en la Guerra de Vietnam donde un coronel de caballería aerotransportada, al final de uno de los más cruentos combates librados durante dicha guerra, al igual que  se representa en la foto de Donahue, no abandona el terreno de batalla hasta que todo el personal de combate, incluyendo los heridos  y los cuerpos de los fallecidos, hayan sido montados en helicópteros.

Es evidente, sin embargo, que más allá del valor personal que proyecta la foto, el rostro de este un militar refleja también la reflexión que lleva a cabo un soldado de carrera cuyo país acaba de concluir con una derrota, luego de casi dos décadas, su intervención en una guerra. Es el rostro de una vergüenza ajena que empuja a un militar derrotado a pensar en el esfuerzo perdido tras una guerra en la cual han muerto 2,461 estadounidenses y más de 20 mil heridos, ello sin contar las cifras de muertos y heridos de otros países aliados de la OTAN, de combatientes del Talibán y civiles afganos que corrieron también la misma suerte fatal en esta aventura militar de casi veinte años.

El pasado lunes 30, coincidiendo con la retirada del personal militar estadounidense de Afganistán, se reunió el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Con las abstenciones de la Federación Rusa y la República Popular China, dos de los cinco países que ejercen el poder de veto en dicho organismo, se aprobó unánimemente una Resolución relativa a la situación en Afganistán la cual ha sido criticada por lo débil del lenguaje.

Francia y el Reino Unido de la Gran Bretaña habían promovido la creación de una zona de seguridad en el aeropuerto de Kabul que permitiera la continuación de la evacuación de civiles afganos más allá del 31 de agosto. Sin embargo, la Resolución no conllevó tal lenguaje, limitándose a expresar la necesidad de que el gobierno del Talibán permitiera tales salidas. Lo relacionado con el tema del terrorismo en dicho país y los derechos humanos tampoco fue tema abordado en la Resolución. La Resolución, no obstante, hace referencia a  que el nuevo gobierno garantice la ayuda humanitaria sin obstáculos.

A pesar de su derrota en Afganistán, el gobierno de los Estados Unidos pretende dar una apariencia de normalidad tras su salida. Anthony Blinken, Secretario de Estado, ha indicado que la Administración Biden estaría comenzando “un nuevo capítulo” con relación a dicho país. A tales efectos el Secretario de Estado indicó:

“Ha comenzado un nuevo capítulo del compromiso de Estados Unidos con Afganistán. Es uno en el que lideraremos con nuestra diplomacia. La misión militar terminó. Ha comenzado una nueva misión diplomática.

...

En primer lugar, hemos creado un nuevo equipo para ayudar a dirigir esta nueva misión. A partir de hoy, hemos suspendido nuestra presencia diplomática en Kabul y hemos trasladado nuestras operaciones a Doha, lo que pronto será notificado formalmente al Congreso. Dado el entorno de seguridad incierto y la situación política en Afganistán, era la medida prudente a tomar.”

Por lo anterior es posible concluir que, si bien en lo inmediato cesaría la presencia diplomática oficial de los Estados Unidos en Afganistán, se estará creando un nuevo grupo de trabajo que trabajaría desde Doha, Qatar, donde también operan importantes componentes militares de los Estados Unidos en la región. Este nuevo grupo deberá colocar dentro del radar del Departamento de Estado el curso a seguir para la repatriación de los posibles cientos de norteamericanos que aún no han podido salir de Afganistán. De hecho, el Secretario de Estado señaló en su alocución que las operaciones de su país desde Doha serían para “manejar nuestra diplomacia con Afganistán, incluidos los asuntos consulares, administrar ayuda humanitaria y trabajar con aliados, socios y partes interesadas regionales e internacionales para coordinar nuestro compromiso y mensajes a los talibanes.”

Es de recordar que precisamente en Doha, fue el lugar seleccionado por el entonces enviado por el presidente Donald Trump, Zalamay Khalizad, con la participación presencial como testigo del entonces Secretario de Estado Mike Pompeo, para llevar a cabo las negociaciones que culminaron en el año 2020 en el acuerdo con el Talibán para la retirada definitiva de los Estados Unidos de suelo afgano. Vale la pena también recordar que el principal negociador por el Talibán en Doha y uno de sus fundadores, fue quien hoy se proyecta como una de las figuras más importantes en el nuevo gobierno, Abdul Ghani Baradar.

Una de las grandes ganancias para el Talibán, además de la fecha de la retirada de las tropas estadounidenses, fue la liberación de cinco mil prisioneros talibanes en cárceles afganas, lo que permitió a múltiples comandantes militares talibanes y combatientes salir se prisión y reintegrarse a la etapa final de la lucha armada que les llevó al triunfo.

Tras 20 años de intervención imperialista en Afganistán, con un derroche de $6.5 trillones de gasto militar, Estados Unidos deja atrás un país en muy difíciles condiciones. La Organización Mundial de la Salud estima que unos 12.2 millones de afganos están sufriendo, o a corto plazo estarán sufriendo, inseguridad alimentaria y malnutrición. El país ha perdido el 40% de sus cosechas a raíz de la fuerte sequía sufrida en el año en curso que ha impactado a 9 de las 13 provincias más importantes del país. Afganistán sufre también los efectos de la pandemia de la COVID-19, que se agravan dadas las dificultades sanitarias del país, lo que limita su capacidad para atender sus consecuencias. Respondiendo a esta situación la organización ha anunciado la llegada de un avión proveniente de Paquistán con equipos de trauma y de emergencia capaces de atender las necesidades de 200 mil personas y 3,500 procedimientos quirúrgicos para su distribución en 40 centros de salud. Si bien esta ayuda alivia, sigue siendo insuficiente para las necesidades del país.  Por otro lado, la corrupción de los pasados gobiernos sostenidos por los Estados Unidos, ha dejado al país en bancarrota, mientras que alrededor de $9 billones del gobierno afgano depositados en la banca estadounidense ya han sido congelados precisamente por los Estados Unidos.

Por otro lado, la paz no necesariamente ha llegado a Afganistán. Se informa que aún siguen dándose enfrentamientos armados entre distintos grupos que presentan resistencia al Talibán o sencillamente responden  a diferentes intereses de los llamados señores de la guerra.

Para los afganos defensores del Talibán, su victoria hoy es la consolidación de su proceso de independencia. Zabihullah Mujahid, portavoz de los Talibanes, en un mensaje dirigido al pueblo afgano desde el aeropuerto de Kabul tras la salida del personal militar de los Estados Unidos de dichas facilidades, rodeado de miembros de las fuerzas especiales del Talibán, a la vez alabó los sacrificios hechos por el pueblo afgano en su lucha, indicó “esta victoria nos pertenece a todos”.  Señaló, además, “esta nación tiene el derecho a vivir en paz, el derecho a la prosperidad, y somos los sirvientes de la nación”.

A nivel de los Estados Unidos, ya ha comenzado el debate en torno a la decisión tomada por el gobierno de los Estados Unidos de retirar su personal de combate de Afganistán y el costo que tal presencia ha conllevado. Se menciona la falta de previsión de la Administración Biden en la manera en que tras el anuncio de la retirada con una fecha cierta, se vino abajo una fuerza armada y policial de cientos de miles de afganos armados y entrenados por los Estados Unidos; la cantidad de medios militares abandonados en el terreno (armas, municiones, helicópteros, aviones, vehículos de transporte, vehículos blindados, equipos tecnológicos, etc.); la falta de organización y medidas de seguridad anticipadas para la evacuación de civiles; el control o falta de control de instalaciones para desde ellas organizar el proceso de evacuación, limitando el mismo al aeropuerto de Kabul, entre tantas otras.

Es de esperar que el debate se proyecte hacia las elecciones de medio término pautadas para el año 2022 donde se somete a votación una tercera parte del Senado y se elige un nuevo Congreso. Ciertamente Afganistán será uno de los temas de discusión y debate entre republicanos y demócratas, acusándose unos a otros, ello a pesar de que quien definió el plan de retiro de tropas de Afganistán fue la administración Trump. En ese sentido, la administración Biden lo que ha hecho es seguir la hoja de ruta trazada por su predecesor.

Mientras se desarrollan estos acontecimientos, los Estados Unidos procurarán manener su visión hegemónica global encarrilando hoy, de cara al futuro inmediato, su intervención en otros países de la zona, en el continente africano y en lo que consideran su patio trasero, América Latina y el Caribe. Se trata del epílogo en una guerra de 20 años, no del final de las políticas imperiales de los Estados Unidos a escala global. Pronto se irán definiendo las proyecciones de nuevas aventuras de este país contra otros pueblos.



 

Afganistán: el cierre de dos décadas de intervención imperialista (Parte 2)

 

Hace apenas una semana, analizábamos el desarrollo de los sucesos recientes en Afganistán que llevaron al colapso del gobierno títere impuesto por los Estados Unidos y la coalición de la OTAN, la retirada de las fuerzas armadas extranjeras en suelo afgano y el ascenso al poder el Talibán es este país. Señalábamos que el principio del fin podíamos ubicarlo en los acuerdos negociados en Doha, Qatar, en el año 2020. En ellos, el enviado especial de la administración de Donald Trump, Zalmay Khalizad, ante la presencia del Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, acordó la eventual retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán.

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Afganistán: el cierre de dos décadas de intervención imperialista

20 de agosto de 2021

Para muchos puertorriqueños/as la caída del gobierno de Afganistán en manos de los talibanes ha sido una sorpresa. El cálculo hecho por el gobierno de los Estados Unidos, anunciado el 29 de febrero de 2020 tras los acuerdos negociados en Doha, Qatar por la administración de Donald Trump y el Talibán, anticipaba la retirada de un remanente de 9 mil efectivos militares en suelo afgano de lo que fue en un momento dado la presencia de 110 mil tropas de combate.  El acuerdo incluía, además, la retirada de alrededor de 8,500 soldados de 37 nacionalidades que formaban parte del contingente de la OTAN, todas ellas en un plazo no mayor de 14 meses. Las negociaciones en entre los Estados Unidos y el Talibán se iniciaron en el 2018 e incluyó el compromiso de los talibanes de no permitir que Al Qaeda volviera a operar dentro del territorio afgano controlado por ellos.

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Japón y las Olimpiadas: a 76 años de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki

El 9 de agosto cierran los Juegos Olímpicos en Japón. Nos llena de alegría la participación de los atletas que integran nuestra delegación. Llegar a competir en un evento internacional de esta magnitud, ya de por sí es un gran logro para quienes representan nuestro país en las competencias. En el caso de la delegación cubana, la número 13 a escala global y la primera en América Latina, la vemos también como un extraordinario logro de sus atletas, su Revolución y nuestra región caribeña y latinoamericana. Pero si estos datos no fueran aún suficientes, nos causa inmenso regocijo la conquista de la medalla de oro por parte de nuestra Jasmine Camacho Quinn en cien metros con vallas, Esta alegría, sin embargo, no deja de recordarnos sucesos acaecidos 76 años atrás precisamente en dos ciudades japonesas.


El 2 de mayo de 1945, luego de una larga, costosa y deshumanizante guerra iniciada en 1939, las fuerzas alemanas del Tercer Reich entregaron la ciudad de Berlín a las tropas del Ejército Rojo de la Unión Soviética. En esa misma fecha, las fuerzas alemanas en Italia se rindieron ante el Ejército estadounidense, mientras las fuerzas nazis en el Norte de Alemania, Dinamarca y los Países Bajos harían lo propio el día 4 de mayo. El resto de las fuerzas alemanas adscritas al Alto Mando se rendirían incondicionalmente en Reims, Francia, el día 7 de mayo poniendo así de esta manera fin a la Segunda Guerra Mundial en el frente europeo. Algunos restos del Ejército alemán ya diezmados continuaron batiéndose contra fuerzas aliadas en Europa Central hasta el 12 de mayo.

Durante la última conferencia aliada celebrada entre los días 17 de julio y el 2 de agosto de 1945 en Potsdam, ciudad a las afueras de Berlín, los dirigentes políticos de las principales potencias aliadas discutieron los términos y condiciones sobre los cuales se daría la ocupación aliada de Alemania. También acordaron darle un ultimátum al Ejército Imperial japonés reclamando su rendición incondicional.

El 6 de agosto de 1945, a partir de una Orden Secreta suscrita desde el mes de julio del mismo año, el Presidente Harry S. Truman había decidido utilizar una nueva arma, desarrollada sobre el más riguroso secreto, donde por primera vez en la historia de la humanidad la energía liberada por el átomo sería utilizada como arma de destrucción. La primera bomba atómica utilizada, apodada por los militares estadounidenses como “Little Boy”, fue lanzada sobre la ciudad de Hiroshima seguida más adelante con el lanzamiento de una segunda bomba, apodada “Fat Man”, esta vez construida y diseñada como una bomba de plutonio, sobre la ciudad de Nagasaki.

De acuerdo con los historiadores, la decisión del Presidente Truman de recurrir a este tipo de armamento para forzar a Japón a su rendición, estuvo impulsada por la experiencia sufrida por el ejército estadounidense en la batalla por el control de Okinawa. En ella, un Japón sin poder naval ni aéreo, opuso una tenaz y encarnizada resistencia frente a las unidades de la Infantería de Marina de Estados Unidos causándole cuantiosas bajas. A partir de lo anterior, analistas militares estadounidenses estimaron que el número de muertos y heridos en el proceso de invasión a Japón podría conllevar alrededor de 1.4 millones de bajas militares, así como de millones de civiles y milicianos japoneses que habían sido entrenados para la defensa de su patria. Otros analistas han indicado que lo que impulsó al Presidente Truman a firmar la Orden fue el cuestionamiento hecho por un cercano colaborador sobre cómo respondería ante el pueblo estadounidense de cara a una elección presidencial próxima, cuando se enterara que, teniendo a su alcance el poderío que representaba este tipo de armamento, expusiera a su propia población a pérdidas tan sustanciales en un intento de ocupación militar de Japón mediante métodos convencionales. Recordemos que en los pasados años, específicamente a partir del Ataque japonés a Pearl Harbor, se inculcó en la mente de los estadounidenses la condena de esta fecha como el “Día de la Infamia”.

Otros analistas como Shane Quinn, en su artículo publicado por Global Research en el mes de junio de 2019 bajo el título World War II: US Military Destroyed 66 Japanese Cities before Planning to Wipe Out the Same Number of Soviet Cities, señala que el bloqueo naval al cual Japón se encontraba sometido, sin buques de guerra ni armamento para enfrentar las condiciones materiales de vida de su población, hubieran llevado de todas formas a la rendición del país sin necesidad de utilizar este tipo de armamento, que en dos explosiones nucleares tuvo como consecuencia la muerte inmediata de más de 200 mil personas, la mayoría ancianos, mujeres y niños. Para entonces, en Japón las incursiones aéreas ya habían conllevado la destrucción de más de 3.5 millones de hogares.

El profesor Joaquín Chévere, en su escrito titulado Lanzamiento de la Bomba Atómica en Hiroshima, por su parte, nos indica lo siguiente:

“[E]n marzo de 1945 la ciudad de Tokio, la capital, había sido devastada por bombardeos que duraron dos días. Miles de muertos y heridos. Destrucción masiva de la infraestructura y miles de viviendas. Para julio de ese año 1945 la aviación estadounidense había bombardeado las 60 mayores ciudades japonesas (incluyendo Tokio), destruyendo millones de viviendas y provocando la evacuación masiva de millones de ciudadanos civiles. Cerca de 100,000 las bajas entre muertos y heridos. Durante ese mes de julio el gobierno de Japón le envió varios mensajes de paz a los aliados en los que le expresaron su deseo de terminar la guerra. El gobierno de la Unión Soviética fue el mensajero. Los aliados los ignoraron. Es dentro de esas circunstancias críticas, de un país desolado y sitiado militarmente que ocurren las tragedias de Hiroshima y Nagasaki.”

La realidad es que a partir de la firma de la Orden Ejecutiva por el Presidente, se escogieron ciudades japonesas muy pobladas donde, a base de consideraciones logísticas, pudieran ser lanzadas las bombas. Se programó el lanzamiento no de dos sino de nueve bombas de este tipo sobre Japón según atestiguara el General estadounidense George Marshall en 1954 siendo el jefe de Estado Mayor del Ejército de Estados Unidos.

La tercera bomba a ser lanzada contra Japón estaba programada para el 2 de septiembre de 1945, es decir, dos semanas después de haber ocurrido la capitulación de dicho país. Su impacto debería ser, a juicio de los analistas militares, tan catastrófico que obligara al Emperador y a la casta militar japonesa a rendirse en forma incondicional a las fuerzas aliadas. El grado de destrucción física y las pérdidas humanas serían la garantía de la capitulación del Imperio del Sol Naciente.

Simultáneamente con la decisión de lanzar la bomba atómica sobre Japón, la Unión Soviética tomó la decisión de invadir la región de Manchuria en China, cumpliendo así el compromiso hecho a los aliados de atacar a Japón dentro de los tres meses siguientes a la rendición nazi en Europa. En menos de dos meses, el ejército japonés en Manchuria, compuesto por un millón de efectivos, fue barrido y derrotado. El día 18 de agosto, el Ejército Rojo había llegado al Paralelo 38 en la península de Corea, lo que aún al presente representa la zona que divide la República Popular Democrática de Corea de Corea del Sur.

La rendición incondicional japonesa ocurrió el 14 de agosto de 1945, firmándose el Instrumento Japonés de Rendición el 2 de septiembre. El día 9 de septiembre de 1945 se rindieron formalmente los remanentes del ejército japonés en China.


A la fecha de la capitulación del Japón, el número de ciudades japonesas  destruidas, la mayor parte con bombas incendiarias, le dio a Estados Unidos una medida de qué hacer con la Unión Soviética, su aliado durante la Segunda Guerra, una vez derrotadas Alemania y Japón, ello en el contexto de la lucha contra el comunismo, su principal enemigo tras la Primera Guerra Mundial. En momentos en que la Unión Soviética no contaba con armamento nuclear y siendo Estados Unidos el único país con el monopolio de este tipo de armas,  se diseñaron planes de ataque a 66 ciudades en la URSS mediante el uso de 204 bombas atómicas

La Segunda Guerra Mundial ha sido, hasta el presente, el episodio militar más sangriento de la Humanidad. Diferentes cálculos han sido hechos desde entonces intentando mostrar al mundo el horror de este conflicto. De acuerdo con F. W. Putzger (1969) la suma de muertos en Europa durante la guerra alcanzó la cantidad de 39.4 millones de personas a los cuales, si se le suman los fallecidos en otros escenarios de guerra no europeos, la cantidad asciende a 65.1 millones de muertos. Por su parte, W. Van Mourik (1978) estima el número de muertos en 49.5 millones. Ambos autores coinciden en destacar en sus cifras un mayor porcentaje de muertos civiles que militares, lo que unido a la experiencia de la Primera Guerra Mundial, representa un cambio radical en las bajas estimadas de conflictos militares anterioresde donde el grueso de las bajas eran de combatientes. Otros cálculos hechos sobre el número de muertos directos e indirectos en el conflicto, incluyendo militares y civiles, llega a 100 millones. De todos los países participantes en la Guerra, la Unión Soviética fue el país que mayor número de muertos aportó al conflicto, donde los cálculos van desde 17 a 37 millones de muertos, siendo China y Alemania los países que siguen a la Unión Soviética en el orden de la cadena de bajas.

Se dice comúnmente que los dos detonantes históricos de la Segunda Guerra Mundial son, en el escenario europeo, la invasión alemana a Polonia en 1939; en el escenario del Pacífico, para los Estados Unidos, el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Si bien estos dos acontecimientos catapultan la guerra a escala mundial, lo cierto es que la base del conflicto tenemos que trazarla mucho antes. Desde la década de 1920 venía consolidándose en Alemania un fuerte sentimiento nacional contra las condiciones impuestas por las potencias aliadas a este país como resultado de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Tales condiciones incluían no solo sanciones económicas de compensación por la guerra a los aliados, sino el cambio de las fronteras de los estados nacionales, donde los imperios Austro-húngaro, Ruso, Turco-otomano y la propia Alemania, sufrieron enormes pérdidas territoriales, incluyendo en el caso de esta última, sus colonias en África.

En el caso de Italia, que había sido una de las potencias vencedoras como parte de los aliados en la Primera Guerra Mundial, el hecho de que fuera uno de los últimos países europeos en consolidar su unificación nacional, le colocó al final de la fila en el proceso de repartición del mundo en esferas de influencias, aunque consolidó su presencia en lugares como Libia y más adelante en Abisinia (hoy Etiopía y Eritrea). Así, la ideología  propulsada por Benito Mussolini sobre el renacimiento de la gloria del viejo Imperio Romano, le llevó a procurar el establecimiento de colonias en África a la vez que convirtió al fascismo en la ideología dominante en Italia.  

Simultáneamente, en Alemania, un sentimiento similar de hegemonía fue inculcado a través de la ideología propulsada por el nazismo, donde el elemento racial anti judío y anti comunista vino a ser uno de los ejes sobre los cuales se estructuró la teoría de la superioridad racial aria y el papel que le correspondería jugar al pueblo alemán en un nuevo orden mundial. En Asia por su parte, los militaristas japoneses reclamaban igual espacio en el control de ese nuevo orden mundial sobre los mercados asiáticos, donde el control de la Manchuria en China; de las posesiones europeas en el continente asiático; y la presencia estadounidense en el Océano Pacífico, fundamentalmente en Filipinas y Hawai, frenaba el proyecto nipón de control de esta región el mundo. En todos estos casos, el común denominador era la desaparición de las fronteras entre el capital corporativo y el control por los mismos sectores dominantes del capital financiero del aparato gubernamental del Estado.

Las condiciones para una alianza entre una misma ideología dominante, que concebía una redistribución del mundo a partir del establecimiento de un nuevo orden mundial, sostenido en la visión de una superioridad racial junto a una ideología militar, anti democrática y anti comunista, estableció las bases para un eje que vino a conocerse como ROMA-BERLÍN-TOKIO. Fue esta alianza la que determinó oponerse en el propósito de una nueva redistribución del mundo en esferas de influencia a las potencias aliadas tradicionales, victoriosas en el conflicto bélico anterior de 1914-1918.

El tubo de ensayo europeo donde las nuevas armas, las nuevas tácticas militares, los nuevos estilos de hacer la guerra, junto a la identificación del comunismo como uno de los objetivos comunes de los nuevos paladines de un nuevo orden mundial, fueron ensayadas en España a partir del levantamiento nacional y golpe de Estado contra el orden constitucional establecido por la República Española. En una cruenta guerra de tres años, con la complicidad de las llamadas democracias occidentales aliadas, a través de la Sociedad de Naciones le dieron la espalda al gobierno constitucional con un embargo de armas y otros medios esenciales para el desarrollo de la guerra. La República Española sería ahogada en sangre y derrotada en un conflicto que cobró la vida de más de un millón de españoles con la imposición de una dictadura que duró cuatro décadas.

La supremacía militar de los Estados Unidos se prolongó apenas cuatro años ya que en 1949 la Unión Soviética rompería el monopolio impuesto en el control de la tecnología militar atómica. Una nueva guerra estaba en marcha, la Guerra Fría.

La experiencia de los antecedentes que dieron paso a la Segunda Guerra Mundial en momentos en que el mundo se mueve hacia la creación de nuevos bloques económicos y políticos nos obliga, a 76 años de distancia del lanzamiento de las primeras bombas nucleares sobre objetivos civiles en Japón y del fin de aquel conflicto, a una reflexión colectiva sobre los peligros que puede entrañar para la humanidad un nuevo conflicto a escala mundial.

La nueva generación de armamentos, su potencial de destrucción masiva y la desvalorización del ser humano por meros intereses económicos y políticos, hacen de un futuro conflicto a escala planetaria un verdadero peligro para la existencia misma de las generaciones futuras. Ese peligro no es oculto; asoma sus garras en situaciones de conflicto como las que hoy se desarrollan en Asia Central y el Medio Oriente ante la amenazas esgrimidas contra la República Islámica de Irán como resultado de su determinación de llevar hacia adelante su programa nuclear y la anulación unilateral por parte del presidente Donald Trump del Acuerdo alcanzado durante la Administración Obama para limitar el potencial nuclear de este país a fines civiles; o la intervención contra Estados nacionales y sus gobiernos legítimos con el propósito de destruirlos junto a sus instituciones, como es el caso de la República Árabe Siria; en controversias  como las que continúan generando tensiones en la península coreana en el marco del diferendo entre Estados Unidos y la República Popular Democrática de Corea; o incluso, dentro del marco de conflictos más cercanos a nuestro entorno en América Latina, como son las amenazas de intervención e injerencia por parte de Estados Unidos contra la República Bolivariana de Venezuela.

La humanidad sigue aspirando a un contexto de paz y solidaridad recíproca entre los pueblos. Hoy más que nunca, esa debe ser la aspiración nuestra de cada día.


 

   

El anuncio del retiro de tropas estadounidenses de Afganistán


30 de julio de 2021

El 29 de febrero de 2020 se dio a conocer en Doha, Qatar, un acuerdo suscrito entre el gobierno de los Estados Unidos y el Talibán. Se alegó entonces que el acuerdo traería finalmente la paz a Afganistán luego de casi 19 años de intervención imperialista de Estados Unidos. Hoy, de cara al 20 aniversario de la intervención militar estadounidense en dicho país, el presidente Joe Biden ha anunciado el retiro oficial del personal de combate estadounidense en Afganistán para el 11 de septiembre de 2021. De hecho, al momento de su anuncio permanecían aún en dicho país 3,000 efectivos destinados fundamentalmente al entrenamiendo del ejército afgano y a misiones especiales de apoyo de naturaleza logística en la lucha contra el Talibán. El anunciado retiro de los Estados Unidos, sin embargo, no elimina totalmente su presencia militar. Allí permanecerá un determinado número de militares estadounidenses asesorando al ejército afgano y proveyéndole apoyo logístico.



Antecedentes al comienzo de la intervención estadounidense:
El 11 de septiembre de 2001 millones de seres humanos a lo largo de todo el planeta presenciaron con horror por los medios de comunicación escenas dantescas provocadas por los choques de aviones cargados de pasajeros y combustible, estrellándose con todo su poder de destrucción, contra dos símbolos ignominiosos del poder imperialista mundial. El primer atentado se dirigió contra las Torres Gemelas del World Trade Center en la ciudad de Nueva York, las cuales representaban para los atacantes el símbolo del poder financiero de Estados Unidos, que en el interés de maximizar sus ganancias económicas, condena a la pobreza, el hambre, la desnutrición y la muerte a cientos de millones de seres humanos en el mundo. El segundo atentado fue dirigido contra el edificio del Pentágono en la  ciudad de Washington, símbolo del poderío militar de la potencia mundial que históricamente ha destruido estados políticos; derrocado gobiernos, encubierto asesinos; sometido a millones de seres humanos a políticas genocidas de bloqueo económico; librado guerras de agresión contra pueblos en vías de desarrollo; entrenado torturadores en sus escuelas militares; inhibido las ansias de liberación, independencia, soberanía y auto determinación de las naciones; y finalmente, apropiado en muchos casos de los recursos naturales de otros pueblos.

Por primera vez en su historia contemporánea, en suelo continental, el pueblo estadounidense sufrió en carne propia el flagelo de este mal hoy llamado ampliamente por el término de terrorismo fundamentalista islámico.

El 21 de septiembre de 2001 el Presidente George W. Bush dirigió un mensaje al pueblo de Estados Unidos. Indicó que de acuerdo con cierta  información proveniente de fuentes de inteligencia, la responsabilidad de una organización fundamentalista islámica de nombre Al Qaeda y su dirigente, Osama Bin Laden, eran responsables por los atentados terroristas acaecidos en Estados Unidos el día 11 de septiembre de 2001. Junto a estos, identificó a las organizaciones islámicas “Jihad Islámico de Egipto” y al “Movimiento Islámico de Uzbekistán” como estructuras políticas vinculadas a redes terroristas esparcidas en distintos lugares en el mundo, que el gobierno de Estados Unidos estimó entonces, se extendían por más de 60 países. El movimiento islámico en el poder en Afganistán, conocido por Talibán, fue identificado como responsable de proveerles albergue, apoyo y lugares de entrenamiento en su territorio a estas organizaciones definidas como terroristas.

En su discurso, Bush emitió un ultimátum al gobierno de Afganistán. Demandó la entrega a las autoridades estadounidenses del saudí Osama Bin Laden y los dirigentes de Al Qaeda; la liberación de todos los nacionales extranjeros encarcelados en Afganistán, incluyendo ciudadanos estadounidenses; exigió se brindara protección a periodistas, personal diplomático y trabajadores internacionales en dicho país; y requirió el cierre inmediato y permanente de los campos de entrenamiento en Afganistán utilizados por estas organizaciones. Bush también exigió la entrega a las autoridades pertinentes de todos los llamados terroristas en este país como también de aquellos que apoyaban sus estructuras de funcionamiento, y reclamó de paso, el derecho absoluto de acceso de Estados Unidos a los llamados campos de entrenamiento para así asegurar que Al Qaeda no volviera a operar en dicho territorio.

En su declaración, Bush hizo un llamado a la guerra contra Al Qaeda indicando que no terminaría con el aniquilamiento de dicha organización y sus dirigentes; sino que a los terroristas se les privaría de sus fuentes de financiamiento, serían empujados unos contra otros y perseguidos de un lugar a otro hasta que no tuvieran refugio ni reposo. Con tal declaración se iniciaba la primera guerra del Siglo XXI, una guerra diferente donde se utilizarían todos los medios diplomáticos, todas las herramientas de inteligencia, todos los instrumentos de interdicción policiaca, todas las influencias financieras y todos los armamentos necesarios.

El día 12 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de la ONU había aprobado la Resolución 1368. En ella se exhortaba a la comunidad internacional a colaborar con urgencia para someter a la acción de la justicia a los autores, patrocinadores y organizadores de los atentados, haciendo de paso el llamado a la comunidad internacional para prevenir y reprimir los actos de terrorismo.

El día 28 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1373. En virtud de ésta reafirmó el derecho inmanente de los Estados a la legítima defensa; la necesidad de luchar por todos los medios, según la Carta de la ONU, contra las amenazas a la paz y la seguridad internacionales; e instó a los Estados a actuar urgentemente para prevenir y reprimir los actos de terrorismo. La Resolución también hizo el llamado a los Estados a que se abstuvieran de organizar, instigar y apoyar actos terroristas perpetrados en otro Estado; participar de ellos; o permitir el uso de su territorio para la comisión de dichos actos. La Resolución, además, urgió a los países a establecer controles en sus fronteras y a emitir documentos de identidad; a intensificar y agilizar los intercambios de información operacional; y a revisar los procedimientos para la concesión de estatus de “refugiado”. Finalmente la Resolución planteó la vinculación entre terrorismo internacional, delincuencia transnacional organizada, el tráfico de drogas, blanqueo de dinero, tráfico ilícito de armas y la circulación de materiales nucleares, sustancias químicas y biológicos, así como otros materiales letales; junto con la necesidad de promover iniciativas nacionales, sub regionales, regionales e internacionales para reforzar respuestas a este reto y a las amenazas graves a la seguridad internacional.

Descansando en estas dos resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas antes mencionadas y sin que en momento alguno el Congreso de Estados Unidos, que es el que constitucionalmente tiene poderes delegados para declarar la guerra hubiera emitido una Resolución propia a tales efectos, el presidente de Estados Unidos decidió, junto a una llamada coalición de países súbtidos pertenecientes a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), iniciar acciones militares contra Afganistán. En efecto, el 7 de octubre de 2001 comenzaron las operaciones militares contra Afganistán dentro del contexto de lo que se llamó inicialmente “Operación Justicia Infinita”. Sin embargo, a los fines de evitar reacciones adversas en el mundo musulmán dada la connotación religiosa de dicho nombre, inmediatamente se sustituyó por “Operación Libertad Duradera”,

Las operaciones militares contra el Talibán:
Las primeras operaciones militares consistieron en bombardeos a los campamentos de entrenamiento que utilizaba Al Qaeda. Mientras esto ocurría, desde la región Norte del país donde operaba hacía años la denominada Alianza del Norte, se infiltraron efectivos de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos brindándoles apoyo en la lucha contra el Talibán como parte del proceso de invasión por tierra por parte de la coalición internacional a Afganistán.

La Alianza del Norte era entonces un frente muy heterogéneo de organizaciones, algunas totalmente disímiles, tales como: Partido Islámico de Afganistán, Partido Islámico para la Unidad de Afganistán, Movimiento Islámico Nacional de Afganistán, Movimiento Islámico de Afganistán y la Unión para la Liberación de Afganistán. Estas organizaciones respondían a intereses étnicos, culturales y religiosos, recibiendo algunos ayuda de países como Turquía y la República Islámica de Irán.

El Talibán es una facción militar fundamentalista islámica dentro de la corriente suni. Se distinguió en su origen como una agrupación de jóvenes que, con amplio apoyo del gobierno de Arabia Saudita, lbraron una guerra de guerrillas contra la intervención soviética en apoyo al gobierno afgano. Estos jóvenes promovían la instauración de un gobierno teocrático en su país sujeto a la ley islámica. Luego de la derrota del gobierno afgano apoyado por Moscú, entre los años 1996 a 2001, los talibanes asumieron el control del país; y más adelante, tras su derrota en 2002 y hasta el presente, asumieron la lucha de resistencia contra la coalición militar encabezada por Estados Unidos. La lucha de guerrillas del Talibán se extiende, además, a aquellas zonas fronterizas compartidas por población pashtún a lo largo de la llamada Línea Durand por la que el Reino Unido dividió Paquistán de Afganistán.

El fundamentalismo islámico:
En una corta campaña militar, el 13 de noviembre de 2001 la capital del país, Kabul, con el apoyo directo estadounidense, fue tomada por efectivos de la Alianza del Norte. De esta manera, Estados Unidos logró imponer como presidente del gobierno de Afganistán a Hamid Karzai, quien según indicó  la revista The Economist en su edición del 22 de agosto de 2009, indica que era un pequeño dirigente proveniente de una familia de la etnia pashtún que había participado del jihad o guerra santa librada por el pueblo afgano contra la presencia soviética.

Nos dice Noam Chomsky en el libro Estados Peligrosos: Diálogos sobre terrorismo, democracia, guerra y justicia, en el cual se recoge una extensa entrevista a Chomsky y Gilbert Achcar, considerado uno de los principales eruditos sobre el Medio Oriente, que “fundamentalismo” es un término acuñado en la Universidad de Princeton en Estados Unidos “por los protestantes a finales del siglo pasado.” Señala también que “lo que llamamos fundamentalismo tenía raíces muy profundas en Estados Unidos ya desde los primeros colonos, y siempre ha estado presente.” Indica que de ahí deriva, en el caso de Estados Unidos, lemas como “en Dios confiamos” (In God we trust) o el de “una nación bajo Dios”, añadimos nosotros a la frase, la palabra “indivisible” (One nation under God indivisible).

De acuerdo con Achcar, el Estado más fundamentalista dentro de la corriente islámica en el Medio Oriente es Arabia Saudita. Lo cataloga como el Estado “más oscurantista, el más reaccionario, el más opresivo con las mujeres”, aunque posiblemente, añadimos nosotros, también el principal apoyo político de orientación islámica de los Estados Unidos en la región. En la visión fundamentalista islámica de Arabia Saudita se conjugan las visiones del predicador musulmán, Muhammad bi Abdel- Wahhab, con las del “cabecilla de una tribu que dio origen a la dinastía saudí dirigente”, Muhammad bin Saud, quien luego de conquistar la mayor parte de penísula arábiga, organizó con el apoyo de Occidente el reino de Arabia Saudita.

De la invasión a la ocupación:
Desde un primer momento, aquel en que el presidente Bush anunciara el inicio de la guerra contra el terrorismo proponiendo la invasión a Afganistán, múltiples voces advirtieron el peligro de involucrarse en una guerra en este país. En un escrito de Mariano Aguirre publicado por la BBC Mundo de 6 de marzo de 2020, se indica que “los estrategas estadounidenses confundieron en Afganistán la lucha contra Al Qaeda con la guerra contra el Talibán, dos actores totalmente diferentes”.

Ni los ejércitos de Alejandro Magno en la Antigüedad; ni las invasiones provenientes del imperio mongol; ni la ocupación por parte de la Gran Bretaña del territorio; ni la presencia de la Unión Soviética, llamada a intervenir en el país a petición del gobierno afín entonces en el poder en Afganistán; nunca ningún país extranjero ha podido doblegar la voluntad de lucha de las tribus, etnias o clanes del territorio pashtún donde hoy enclava parte de la población afgana y paquistaní. Indica el artículo citado de BBC Mundo que el Talibán recibía el apoyo de los servicios secretos de la República Islámica de Paquistán donde, además, en la zona pashtún dentro de su territorio, opera la agrupación Teherik-i-Talibán.

Para finales del año 2011 los Estados Unidos tenía desplegados en suelo afgano más de 100 mil efectivos de combate. Allí también países aliados a los Estados Unidos como Canadá, Francia, el Reino Unido de la Gran Bretaña, España, Alemania y algunos países de la antigua Europa Oriental, colocaron sobre el terreno amplios contingentes militares. Esta guerra contra Afganistán ha sido la guerra que por mayor tiempo ha librado Estados Unidos fuera de sus fronteras territoriales.

En su geografía, Afganistán tiene fronteras territoriales con Paquistán, Tajkistán, Uzbekistán, Turkmenistán y la República Islámica de Irán.

Al término de la primera década de ocupación del país, para febrero de 2012, Estados Unidos ya había sufrido 1,776 muertos y 15,322 heridos. Datos recientes ubican el número de muertos en más de 2,500 así como más de 20 mil heridos. A éstos se suman 500 bajas británicas y otras cientos de otras nacionalidades. Se estima también el número de civiles afaganos muertos en 71,344; sumado a 78,314 policías y militares muertos y alrededor de 84,191 combatientes talibanes. De acuerdo con el escrito de Kathy Gannon, publicado en la página electrónica www.militarytimes.com de 12 de julio de 2021, estas cifras no incluyen muertes causadas por enfermedades, pérdida de acceso a comida, agua, infraestructura y otras consecuencias de la guerra. Se estima, además en sobre 300 mil personas el número de desplazados por el conflicto durante el presente año. Datos publicados por la prensa internacional indican que desde su invasión en 2001, Estados Unidos ha movilizado a Afganistán alrededor de 775 mil tropas.

A pesar de que al inicio de su mandato el presidente Barack Obama, se refirió a la guerra en Afganistán como una “guerra de necesidad”, donde proyectaba la participación de los Estados Unidos al menos hasta el año 2013; en distintos momentos bajo su administración se discutió el posible retiro de las tropas estadounidenses. Para entonces el general Stanley McCristal, destacado en Afganistán, señalaba que los recursos invertidos por Estados Unidos en la guerra eran insuficientes. Hoy se admite que los contribuyentes estadounidenses han gastado en esta guerra más de dos trillones de dólares. Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos se planteó también la salida de las tropas de Estados Unidos de dicho país.

Intereses geopolíticos de la región y acuerdos negociados:

De acuerdo con Enrico Piovesana, en un artículo publiado en Peace Reporter durante la pasada década, Afganistán tiene la desgracia de estar en el corazón del continente asiático en una posición estatégica que permite a quien controle el país monitorear de cerca a todas la potencias nucleares de la reigión: la República Popular China, la Federación Rusa, India y la República Islámica de Paquistán. Su ubicación geográfica permite también completar el cerco a la República Islámica de Irán, país que en caso de guerra con los Estados Unidos, se enfrentaría a un ataque en dos frentes: Iraq y Afganistán. A lo anterior, se suma el negocio de las drogas, particularmente la heroína, que se calcula en más de $150 mil millones al año; como también, el proyecto de construcción de un gasoducto de 1,680 kilómetros de largo para transportar gas desde Turkmenistán a Paquistán, que cruzaría Afganistán, iniciado en 1996 por la compañía estadounidense UNOCAL en cooperación con el gobierno del Talibán. Otros intereses vitales en la ocupación de Afganistán se encuentra en el acceso al gas natural de países como la República Islámica de Irán y Turkmenistán, y también a los acuíferos del Río Amu Darya que discurre por territorio afgano.

Se estima que la mitad de los 15 millones de afganos viven hoy en zonas controladas por el Talibán. Estados Unidos reconoce que actualmente el Talibán controla una tercera parte de los 421 distritos del país, mientras el Talibán reclama el control del 85% de los distritos.

La firma del acuerdo tuvo efecto el 29 de febrero de 2020, que pretende ser el que lleve eventualmente a la paz entre el Talibán y el gobierno estadounidense, tuvo como gran defecto un actor ausente en la firma: el gobierno establecido y hasta ahora respaldado por Estados Unidos en Afganistán. Por parte de Estados Unidos lo firmó su representante especial para la paz, Zalmay Khalizad; y por el Talibán, el mulá Abdul Ghani Baradar, uno de los fundadores de esta organización. Como testigo del acuerdo estuvo presente el entonces Secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, quien manifestó antes de la firma del acuerdo, que el Talibán no debe cantar victoria, dado que el pacto no significa nada, si no cumplen con el acuerdo. Esta posición también fue asumida por el entonces Secretario de la Defensa, Marck Esper, durante su visita en la cual estuvo presente como observador durante la firma del acuerdo.

El pacto en realidad no fue un acuerdo de paz definitivo. Suponía, sin embargo, que en un período de 135 días se diera una reducción de tropas estadounidenses, de los aproximadamente 12 mil que allí se encontraban a 14 efectivos; luego a 8,600, completando finalmente la retirada total sus tropas. El acuerdo también incluyó la retirada de otros 8,500 soldados de 37 nacionalidades que formaban parte del contingente de la OTAN, todas ellas en un término de 14 meses. La condición para la retirada era que el Talibán dejara de ser una plataforma desde la cual operaran grupos terroristas como Al Qaeda o ISIS. De hecho, se señalaba en el acuerdo que debía haber una “reducción de la violencia”.

Estados Unidos se comprometió a brindar entrenamiento, equipos y mantenimiento de las fuerzas armadas del gobierno afgano, ello a pesar de que el propio Talibán ha indicado que no reconoce tal gobierno. Por su parte, el Talibán se comprometió a liberar a cerca de mil prisioneros afganos, mientras Estados Unidos se compromete a que el gobierno afgano, a pesar de que dicho gobierno no era parte directa de las negociaciones, liberaría aproximadamente 5 mil talibanes presos en cárceles afganas.

De acuerdo con el presidente afgano Ashraf Ghani, Estados Unidos no podía comprometer a su país con la liberación de los prisioneros para el 10 de marzo de 2020, fecha propuesta en el pacto, sin contar con su gobierno. Si bien la solicitud de Estados Unidos para la liberación de los prisioneros podría haber sido parte de las negociaciones, ésa, según el gobierno afgano, no podía ser una precondición para las mismas.

Aunque se señala que gran parte de la población afgana ya se han acostumbrado al Talibán, todavía es incierto los efectos que sobre el país traería su regreso político como gobierno a Afganistán.  De hecho, ante el avance del Talibán en la región de Kandajar, se informa el éxodo de miles de afganos huyendo de sus hogares. Más aún, también es incierto cuál será el futuro del gobierno colocado allí por los Estados Unidos una vez culmine el 11 de septiembre la presencia oficial de sus tropas de combate en Afganistán. De hecho, Estados Unidos ha aprobado un programa de 8 mil visas para afganos de los cuales ya 221 han llegado a Estados Unidos, que comprende a personal que apoyó el esfuerzo bélico estadounidense en funciones tales como intérpretes y otro tipo de funcionarios que se estima podrían ser objeto de represalias una vez Estados Unidos retire su personal de combate de Afganistán.

Aparentemente, sin embargo, hay muchas interrogantes sobre que deparará el futuro luego de la retirada estadounidense y de sus aliados de la OTAN para el esto de la población. Por eso, no deja de tener razón comentario del embajador de Estados Unidos en Kabul en ocasión de la fecha de la firma de los acuerdos de 2020, cuando indicaba al periódico New York Times su opinión sobre este pacto: “Doha me recuerda las conversaciones de París sobre Vietnam.”



































 

   

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